AFP
Manuel Da Silva tuvo la idea loca de vender helados de ajo, frijoles o pulpo. Su negocio entró al libro Guinness de los récords por ofrecer más de 800 sabores, pero ya no se pueden disfrutar por la severa escasez en Venezuela.
La falta de leche y azúcar obligaron el lunes 4 de septiembre a cerrar las puertas de la heladería Coromoto, inaugurada en 1981 por Da Silva -un comerciante de origen portugués que hoy tiene 86 años- y convertida en uno de los íconos de la ciudad andina de Mérida.
"Uno hace el esfuerzo, aguanta hasta donde puede, pero llega el momento en que no resistes más", dijo a la AFP José Ramírez, yerno de Manuel y encargado del local desde hace dos décadas.
"Llevamos años padeciendo el problema de la escasez, abasteciéndonos en el mercado negro. No conseguimos productos con nuestros proveedores tradicionales. Aparece un vendedor y uno le compra algún producto, pero la situación se ha complicado este año", explicó.
Cuando abrió, la oferta de la heladería se limitaba a cuatro sabores tradicionales: vainilla, fresa, chocolate y coco.
Un día a Manuel se le ocurrió hacer un helado de aguacate. Fue un éxito. "Y empezó a inventar, a probar con carnes, pescados, chipi-chipi (berberecho), ajo, cebolla", relató José.
La heladería entró en el libro Guinness en 1991, con 368 sabores, y revalidó la marca en 1996, con 591.
La lista creció en la medida que Manuel creaba nuevos helados y llegó a tener unos 860 sabores, clásicos y tan extravagantes como caraotas (frijoles negros), ají picante, remolacha, mondongo (una sopa de estómago de res) y muchos otros más.
Todos tenían al menos un toque dulce.
"La gente venía a probar cosas raras", rememoró con una sonrisa Luis Márquez, un joven que acostumbraba visitar el lugar.
El establecimiento se alzó como punto turístico en Mérida -donde está el teleférico más alto del mundo, que alcanza los 4.765 metros sobre el nivel del mar-, y figuraba en la guía Lonely Planet.
"Es una heladería con tradición de años y años para los turistas. Da tristeza", declaró a la AFP Mina Pérez, frente a las cerradas puertas de madera de la casa de paredes amarillas que alberga el negocio.