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Las monjitas van cazando harina para las hostias

Sabado, 05 de abril de 2014 a las 07:30 pm
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María Gabriela Fernádez 

Antes de convertirse en el cuerpo de Cristo, la hostia es una mezcla de harina de trigo y agua. Reposa en una ponchera plástica limpiecita y entrega su don blanco a las manos hacendosas de su cocinera. Todas las mañanas la hermana Migdalia Romero, de la congregación de las Siervas de Jesús, se levanta a las 5:00 am, bate unos 9 kilos de la harina con 5 litros de agua muy fría, reza sus oraciones, y da inicio a su faena.

Su trabajo, al igual que el de otras religiosas, es elaborar el alimento que será consagrado y entregado en comunión a los católicos que asisten a las misas de los templos de todo el país. Sin embargo, este bien divino, este alimento del alma, también se ha visto afectado por los problemas mundanos. Para lograr abastecer de hostias a las parroquias, las monjas deben saltar de un lado al otro en su búsqueda de la harina que exige la católica receta.

La espera

La fila de quienes comulgan dejó de ser la única vinculada a las hostias. Antes de que sean si quiera elaboradas, la hay personas que por ellas peregrinan y aguardan.

La madre superiora María Concepción Gómez, encargada de la sede de las Siervas de Jesús, en el centro de Caracas, asegura que ella misma sale a veces a las calles para conseguir el bien. Lo compra directamente en las panaderías pero, por la misma situación de desabastecimiento, no todas las tiendas tienen o están dispuestas a venderlas.

La hermana Romero insiste en que para las hostias se debe usar una harina específica (sin aditivos ni levadura) para poder seguir la tradición cristiana y que, por esto, no compran las que se expenden en los supermercados.

Cuando la madre Gómez sale a buscar la harina que necesitan, va de un sitio a otro. Declara que ha articulado redes con los párrocos y feligreses para que les avisen cuando se enteren de algún comercio dispuesto a venderles. “La semana pasada me dijeron que nos tenían un saco en Guatire y dejé lo que estaba haciendo y fui para allá”.

El saco que suele utilizan contiene 35 kilos y apenas les dura por unos tres o cuatro días, según la demanda de hostias. Agradece que, además, algunas familias o párrocos les lleven de vez en cuando harina como regalo. “Ya no es como antes, que era fácil conseguirla, pero con Dios nos arreglamos”.

El precio

El saco de harina de trigo que adquieren las religiosas para elaborar el que será el Cuerpo de Cristo tiene un precio que oscila entre los mil y mil trescientos bolívares en distintas panaderías de Caracas. “Antes te costaba mucho más barato, como 250, pero ha subido bastante”, lamentó la hermana Romero.

Para mantenerse y poder costear estos montos, las Siervas de Jesús venden las hostias a los padres de las distintas parroquias, quienes acuden hasta allá para comprarlas cuando tienen alguna misa por realizar.

Hoy en día, el paquete de mil hostias pequeñas, de las usadas para comulgar, cuesta cien bolívares; mientras que las grandes, que son elevadas por los padres durante en el momento de la Consagración, se venden a un bolívar por unidad. “Lo mínimo es cincuenta por cincuenta”. Estos precios actuales fueron ajustados en diciembre, cuando empezaron a padecer el aumento de la harina.

El trabajo

El cardenal Jorge Urosa Savino y el obispo auxiliar de Caracas Jesús González de Zárate aseguraron en entrevista que, por los momentos, no puede hablarse de que exista una crisis vinculada a las hostias. “A pesar de las dificultades, que nos afectan a nosotros como a todo el país, las parroquias consiguen para sus misas”. Y es que, precisamente, detrás de este pan sin levadura guardado en el Sagrario, se encuentra el esfuerzo que las religiosas realizan para conseguir su materia prima. “Yo siempre digo que Dios no nos va a dejar quedarnos sin harina, hemos pasado días sin encontrar y después sale algún saco por ahí y podemos seguir produciendo”, dice Romero.

Además, a las dificultades para hallar el bien se les suman las vinculadas a su elaboración.

Para cocinarlas, Romero esparce la mezcla en su máquina industrial, que se encarga de expandirla y ponerlas doraditas. Luego, las corta en círculos, de una en una, con su aparato. Las limpia, las selecciona, las empaca en una bolsita transparente en la que caben mil, y empieza de nuevo. Así va, una tras otra, hasta lograr doscientas láminas diarias, de las que saca, en promedio, diez mil hostias.