2001.com.ve | Stefany Izquiel | [email protected]
Cada día, a las 5:30 de la mañana, Keila Márquez, de 22 años, madre de dos hijas menores de edad, se despierta para buscar agua en una obra de construcción, pues el lugar donde habita desde hace un año, cuando el Gobierno del Distrito Capital la desalojó de su vivienda, no cuenta con los servicios básicos de electricidad y agua.
Keila, con una hija de 2 años de edad en aquel momento, se mudó hace dos años de una vivienda en condiciones precarias que había construido junto a su madre en la parte alta del sector Las Quintas de la Cota 905. Ese mismo año, alquilaron una habitación en el barrio Los Chaguaramos, ubicado debajo de la Autopista Valle-Coche.
Sin embargo, aunque el cambio de residencia representaba para Keila y su bebé una “mejoría”, en septiembre de 2016 fueron desalojadas del lugar, luego del crecimiento del río El Valle, el cual puso en alerta de riesgo a más de 150 familias, de las cuales algunas habitaban allí desde 1955. Las sacaron de ahí tras las primeras obras de la autopista Valle – Coche.
A la madre de Keila el gobierno capitalino le otorgó un techo en el complejo urbanístico Ciudad Caribia, de la Gran Misión Vivienda, como a la mayoría de los desalojados en septiembre de 2016. Sin embargo, Keila, ahora con dos hijas, fue excluida del listado sin saber la causa.
Un mes después del desalojo, “la señora Ana”, quien se encargaba de cuidar una construcción de aproximadamente cuatro metros cuadrados, que pertenece a la Alcaldía Metropolitana, le permitió a Keila que se mudara allí junto a sus dos hijas.
Sin servicios. La “vivienda” -a donde Keila se trasladó en octubre del año pasado- no cuenta con los servicios de agua ni energía eléctrica, pues los tubos y cables que había comprado e instalado, unos delincuentes se los robaron.
Obreros de una construcción ubicada al lado, le permiten a la madre llenar recipientes con agua todas las mañanas para cubrir su necesidad diaria del líquido, que posteriormente debe hervir para la preparación de alimentos.
En cuanto a la luz, Keila pidió a un amigo que conectara algunos cables a una toma de corriente que hay en una alcantarilla cercana y desde entonces cuenta con electricidad algunas horas al día y sólo puede utilizar artefactos que ameriten poco voltaje, como los teléfonos celulares, pues los electrodomésticos “grandes” no funcionan por la “poca fuerza” con la que la energía llega a la vivienda.
Negocio en quiebra. Cuando Keila estaba recién instalada improvisó un negocio que consistía en la venta de desayunos y almuerzos, los cuales en su mayoría eran adquiridos por los conductores pertenecientes a la Cooperativa de Transporte de la línea de San Ruperto, cuya parada está ubicada frente a la precaria vivienda.
La venta de comida representaba para Keila el único ingreso monetario con el que mantenía a sus hijas de 4 y 1 año y medio de edad. Sin embargo, a causa de la escasez y el incremento constante de los costos de los alimentos, no pudo seguir cocinando.
Ahora sólo vende café y cigarros a los choferes y transeúntes y con la ganancia de las ventas intenta sostener a su familia.
El último censo que el Gobierno de Distrito Capital realizó en la zona, fue hace más de nueve meses, en el que le prometieron la adjudicación de una vivienda, que aún no se ha concretado.
2017-10-09