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El hielo brilla en los árboles del Bosque Nacional White Mountain de forma tan pareja y precisa que parece que la reina Elsa de "Frozen" estuvo ahí.
Pero lo que ocurre en el Bosque Experimental Hubbard Brook, en Nueva Hampshire, es ciencia, mucha ciencia. Operado por el servicio forestal federal desde 1955, el bosque es ahora el sitio de un proyecto de investigación para examinar el impacto de las heladas, esas tormentas a menudo hermosas, pero devastadoras que alteran bosques, dañan infraestructura y vidas. El objetivo es estudiar cómo esas tormentas afectan el bosque y la fauna que de él depende y, eventualmente, crear modelos sobre el momento y localización de tormentas futuras.
"Le gente está desconcertada sobre las heladas, porque tienen un enorme impacto, pero entendemos muy poco de ellas", dijo Charles Driscoll, uno de los estudiosos en el proyecto y profesor de ingeniería de sistemas ambientales en la Universidad de Syracuse. "Es una forma en la que podemos investigar esto en un ambiente controlado, donde podemos examinar diferentes niveles de helada y las respuestas variables en el ecosistema".
En Estados Unidos, las tormentas de hielo prevalecen en un cinturón desde el este de Texas hasta Nueva Inglaterra, con el mayor riesgo en el noreste. En 1998, una helada dejó a millones de personas sin electricidad y causó pérdidas económicas por más de 4.000 millones de dólares.
Más de un decenio después, la ecóloga del Servicio Forestal Lindsey Rustad estaba en su auto en los Berkshires, viendo coches resbalar en el hielo y salirse de las carreteras, y pensó: "Es algo de lo que realmente tenemos que saber más".
Aunque su impulso inicial fue convertirse en una cazatormentas, siguiendo y midiendo los efectos de heladas tras su azote, Rustad y un colega tuvieron una idea mejor.
"Decidimos pensarlo y dijimos: ‘Trabajamos en uno de los laboratorios al aire libre más famosos en el mundo. Así que en lugar de ir a cazar heladas, o esperar a que una helada azote, decidimos producir heladas", dijo Rustad, una de las principales investigadoras del proyecto.
Eso exactamente fue sucedió una noche la semana pasada. Mangueras de bomberos montadas en un par de vehículos rociaron agua de un arroyo en el aire. Los estudiosos usaron baldes naranja para registrar el volumen de agua aplicada y cestas grises para recoger lo que caía de los árboles.
"Lo bueno es que los árboles son organismos grandes, fuertes, de larga vida, que han tenido que soportar todo tipo de presiones. No pueden escapar, y pueden vivir por centenares de años, así que si algo malo llega, deben poder recuperarse", dijo Paul Schaberg, fisiólogo del Servicio Forestal. "Así que queremos entender esa capacidad de los árboles de recuperarse de muchas cosas, incluso algunas que parecen devastadoras".
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