Para haber estado reclamando de forma insistente unas elecciones "justas, libres y transparentes" en Venezuela en los días inmediatamente anteriores y, sobre todo, posteriores a la muerte del presidente Hugo Chávez, el silencio que Estados Unidos mantiene ahora, en plena campaña electoral venezolana, está resultando bastante atronador.
Aunque quizás no sea tan sorprendente. Washington sigue muy de cerca un proceso que definirá en buena parte la posibilidad de mejorar las deterioradas relaciones bilaterales.
Pero, en vista de que el candidato oficialista Nicolás Maduro ha hecho de la retórica "antiimperialista" uno de sus sellos de la casa, parece que Washington ha optado por callar y limitarse a observar para no avivar más el fuego de la retórica que ya ha llevado a Caracas a acusar a Estados Unidos incluso de inocular el cáncer que acabó con la vida de Chávez.
Y es que hay pocas dudas en Washington sobre la casi segura victoria de Maduro frente al candidato opositor, Henrique Capriles, el próximo 14 de abril.
"La expectativa es que el vicepresidente (Maduro) ganará las elecciones (…) y que las cosas seguirán como estaban", dijo durante una audiencia en el Congreso a finales de marzo el jefe del Comando Sur (Southcom), general John Kelly.
Ese mismo día, Venezuela anunciaba la suspensión de las conversaciones de alto nivel -entre Maduro y la secretaria de Estado adjunta para el Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson- iniciadas a finales de 2012 y confirmadas oficialmente por Washington apenas unos meses atrás.
"No podemos seguir perdiendo el tiempo. Señora Jacobson, cuando entienda que somos un país soberano, vuelva a llamar", dijo el canciller, Elías Jaua.
La paralización del diálogo se unía a la expulsión de dos diplomáticos venezolanos en Estados Unidos en respuesta al mismo gesto que tuvo Caracas pocas horas antes del anuncio de la muerte de Chávez, el 5 de marzo, cuando echó del país a dos agregados aéreos norteamericanos.
Pero para Michael Shifter, presidente del centro de pensamiento Diálogo Interamericano, pese al endurecimiento de la retórica y de los gestos, aún hay espacio para una reconciliación bilateral, aunque, eso sí, siempre después del 14 de abril.
"El revés (diplomático) puede revertirse bajo circunstancias políticas más favorables, una vez se haya instalado el nuevo gobierno en Caracas", dijo a la agencia dpa.
Según indicó, la dura retórica antiestadounidense de Maduro las últimas semanas constituirá un "problema" en algunos sectores en Washington, sobre todo en el Congreso.
Pero lo más importante, apostilló, es que tanto en el Departamento de Estado como en la Casa Blanca "considerarán probablemente su duro discurso en el contexto de la campaña electoral, y estarán abiertos a trabajar con Maduro si es elegido".
En este sentido, agregó, la verdadera "prueba", será "ver lo que pasa cuando acabe la campaña" electoral.
"Si no hay un esfuerzo por abrir los canales de comunicación tras la campaña, eso sería una señal inquietante", consideró. Pero "a Washington no le interesa pelearse con Caracas".
Y es que hay mucho en juego en la relación bilateral.
Aunque ambos países carecen de embajadores desde 2010, la relación clave, la económica debida a los fuertes intereses petroleros -Venezuela exporta alrededor de un millón de barriles diarios a Estados Unidos- se ha mantenido a pesar de todas las tormentas políticas que arreciaron en los 14 años en que Chávez estuvo al frente del gobierno venezolano.
"A Maduro le interesa mantenerse en el poder, y el éxito económico de la revolución (bolivariana) depende en buena parte de su continuada capacidad de venderle petróleo a Estados Unidos para sus refinerías en Louisiana", destacó en conversación con dpa Anthony Quainton, ex embajador estadounidense entre otros en Nicaragua y Perú, y actualmente profesor en la American University.
"No es del todo imposible ver un esfuerzo de un gobierno de Maduro para intentar restablecer de algún modo las relaciones diplomáticas", consideró.
Aunque a su juicio el candidato oficialista no acabará con sus críticas a Estados Unidos, "siempre cabe la posiblidad, real, de que tras las elecciones Maduro cuente con la confianza y legitimidad para, aunque siga siendo crítico con Estados Unidos, aprovechar la oportunidad de restaurar las relaciones diplomáticas".
"Estados Unidos y Venezuela no tienen por qué ser los mejores amigos, pero tiene poco sentido que ambos gobiernos apenas se comuniquen y que hoy en día no tengan presencia a nivel de embajadores en Washington y Caracas, en vista de la continuada y estrecha relación comercial que mantienen con la venta de petróleo venezolano", coincidió Shifter.