Redacción 2001
Peter Wald vivía tranquilamente con su familia en Hamilton (Canadá) hasta que una mañana acudió a su médico de cabecera y le diagnosticó una diabetes que acabó provocando una infección en su pierna. Este ciudadano de 52 años no creyó en ningún momento en el poder de la medicina y sí en su fe en Dios.
Sin embargo, nada le salvó y entró en coma y acabó falleciendo. La familia decidió que se quedaría con ellos en casa. Habían rezado por él, todos y cada uno de los días para que resucitara. Su cuerpo, por el contrario, se encontraba en un progresivo estado de desintegración en la segunda planta del piso en el que vivían y del cual les acabaron desahuciando por el impago del alquiler.
Una situación que mantuvieron seis meses, tiempo en el que tuvieron un cadáver en su casa para ver si recuperarían la vida de su padre y de su esposo. "Confiábamos en Dios, pensamos que en sus manos todo saldría bien pero finalmente no fue así", explicaba Kaling, la mujer del fallecido.
Algún que otro vecino curioso preguntaba por Peter Wald a lo que todos ellos respondían que se encontraba en "las manos de Dios". Unas manos de las cuales no encontraron la solución que tanto esperaban.
La Policía declaró culpable a la mujer de no haber notificado a la Policía y al juez de instrucción que su marido había fallecido a causa de una enfermedad que debería haber sido tratada por un médico.