Hay besos, y besos. Largos, cortos, fugaces, húmedos, apasionados, lentos, rápidos, demoledores, mágicos, insípidos, inolvidables… El Kamasutra, sin ir más lejos, describe en sus textos más de 20 tipos distintos. Porque besar, más allá de un simple intercambio de saliva, es todo un arte tan antiguo como el hombre.
Suele ser la primera manifestación del deseo, el primer contacto entre los amantes y su importancia, tanto desde el punto de vista emocional como erótico, es vital. Hay besos que se te agarran por dentro y ya no te sueltan. Cuando hay dos que se tienen ganas y deciden al fin dar el salto que cruza la línea de sus labios, la descarga eléctrica que recorre los cuerpos y sacude el cerebro si el beso está a la altura es algo a lo que superan muy pocas cosas en este mundo. Química pura.
Se puede hacer el amor con un solo beso. No pasa a menudo, es cierto, pero a veces pasa. Y cuando pasa, puedes darte por bendecido… o por bien jodido. Porque esas tormentas perfectas no suelen tener marcha atrás y nunca se sale indemne.
Pero también hay besos capaces de arruinar la mejor de las promesas. Nada peor que descubrir, después de un deseo largamente macerado, que el tipo (o tipa) en cuestión es un baboso incapaz de controlar sus glándulas salivales, o que no para de chocar con los dientes, o un ansioso que te mete la lengua hasta la campanilla. Una más como esa y vomito, piensas, y tratas de ganar tiempo mientras encuentras una buena excusa con la que quitarte de en medio.
¿Cómo es posible, con lo bueno que estaba y lo que prometía? Lo es. Quizás sea de nuevo una cuestión de prejuicios, pero nunca me he colgado de ningún tipo que no me removiera la entrañas en el primer beso. / 20 minutos
2013-09-16