María Ramos/@Gabrir14
La Sirenita es una de esas historias que no querríamos que nos leyeran en la cama. Porque antes de que Disney la llevara a la pantalla entre ritmos festivos y peces de miles de colores, el destino de Ariel fue bien distinto.
Conoció a un príncipe, sí. Cambió su linda voz por un par de piernas, sí. Tuvo como máximo anhelo salir al exterior y enamorar a un humano, también.
Pero ninguna de esas cosas le salió bien. En el cuento clásico de Hans Christian Andersen, nos damos cuenta de la crueldad y la brutalidad a la que la adolescente marina tuvo que enfrentarse.
La verdadera historia, comenzaba así: una sirena cumplió quince años y entonces le fue permitido subir al exterior. Hasta entonces, como ocurrió con el resto de sus hermanas, las sirenas jóvenes no podían ir a los peligros del mundo terrestre, pues quedarían expuestas a formas de vida que no imaginaban.
La Sirenita era la menor de todas estas hermanas, una niña curiosa, pálida y bella, que sentía una profunda afinidad por aquello que era nuevo y extraño. Así, una vez tuvo el permiso de visitar la superficie, abandonó su hogar y sacó la cabeza del agua por primera vez.
2015-04-16