El cineasta hispano-mexicano Diego Quemada-Díez propone una emotiva mirada sobre la migración ilegal en "La jaula de oro", un drama a ritmo de "road movie" que progresa en el espectador al tiempo que sus protagonistas, tres adolescentes guatemaltecos, viajan en busca de una vida mejor.
"Quería contar la historia de la migración desde el punto de vista de unos niños; quería que alguien en Kansas, en París, o en Suiza, donde está ahora en cartel, viera esta situación desde otro punto de vista, que viera que detrás de esos rostros hay personas, que los muertos anónimos son gente que tiene sueños y quieren una vida mejor", explicó el realizador en una entrevista con Efe.
Quemada-Díez ha vivido casi la mitad de sus 44 años en Estados Unidos y México, donde tiene doble nacionalidad, y comenzó en el cine como asistente de cámara, "llevando cafés y aprendiendo mucho", con cineastas como Isabel Coixet, Spike Lee o Alejandro González Iñárritu.
"Sentí que tenía que subir la escalera desde abajo y por eso trabajé para otros, pero probablemente el que más me enseñó fue Ken Loach", explicó.
Y de él absorbió lo esencial: "A filmar en continuidad con actores no profesionales -a los que no se cuenta la historia completa nunca-, y a hacer cine muy humano, con un punto de vista político, pero sutil. Eso lo sumas y ves las cosas que son importantes para ti. Para mi fue una escuela siempre".
"La jaula de oro" comenzó hace diez años en México cuando empezó a "coleccionar" testimonios de inmigrantes, hasta 600, cuyas historias enlazó en la vida de tres adolescentes que huyen de sus empobrecidos barrios de Guatemala y de la sierra de Chiapas, saltando de tren en tren y empezando cada dos por tres de cero.
Son Brandon López (Juan), Karen Rodríguez (Sara) y Rodolfo Domínguez (el indígena Chauk), encontrados entre más de 6.000 aspirantes no profesionales.
Una selección con la que el director dio en el clavo, ya que sus tres novatos se ganaron al jurado de Cannes, donde se llevaron el premio de interpretación en la sección "Una cierta mirada".
"Era muy importante que el punto de vista fuera el de ellos y que el espectador viviera la misma sorpresa que vive un migrante cuando ve que se para el tren sobre el que va subido y unos hombres con armas les amenazan; esa cosa de que ellos no saben qué les va a pasar ni el espectador tampoco", señaló.
"Y crear un paralelismo con la vida", filosofa: "de la muerte nadie te viene a avisar antes; a mi me pasó con mi madre y quizá ese hecho y que soy español marcan esa narrativa tan dura de la cinta".
Apuntó que no quería personajes "víctimas", por eso el protagonista, explica, es "un egoísta que va pa’lante", y sí "que se viera la complejidad indígena, representada por Chauk, porque en su opinión, "detrás de todo problema migratorio hay una lucha territorial que va más allá de razas, de naciones, e incluso de lenguas".
"Todos compartimos la misma experiencia humana, todos tenemos las mismas necesidades y los mismos sueños", resumió
Declarado cinéfilo y devoto del cine de autor, explicó que busca "la participación activa del espectador, hacerle ver más allá de la experiencia visual que son las películas, donde te lo dan todo hecho, generar la sensación de correr tras algo que no alcanzas".
Por eso, el viaje "ocurrió de verdad y los niños supieron de cada pedazo de la historia justo antes de rodar".
Después les filmaba en interpretaciones casi improvisadas y en montaje insertó las "realidades documentales de cada lugar" por donde pasaban; la gente que sale en la película -explicó- está elegida entre los que viven de verdad en cada zona, una decisión que otorga a la cinta una veracidad que da escalofríos. EFE