EFE
Un autorretrato descarnado sobre la cruenta guerra civil en Siria, que en tres años suma más de 140.000 muertos, abofeteó hoy el Festival de Cannes con la proyección, en sección oficial y fuera de competición, de "Silvered Water".
La cinta que firman Ossama Mohamed y Wiam Simav Bedirxan es un relato a caballo entre el cine documental y el periodismo ciudadano que yuxtapone de vídeos anónimos de Youtube grabados con teléfonos móviles (tan ásperos en lo técnico como sobrecogedores en los humano) con planos más poéticos (grabados entre las ruinas de Homs y el exilio de París).
Es también un ensayo de 92 minutos en el que un varón sirio y una mujer kurda reflexionan sobre el poder del cine, de la cámara y de la imagen como herramienta de resistencia y como testigo de la condición humana más despiadada.
La película es la autopsia de una guerra desde el primer minuto de metraje, cuando vierte fotogramas de torturas, vejaciones, abusos y sufrimiento en comisarías, hospitales o manifestaciones, mientras la voz en off de Mohamed -que dejó Siria en 2011- sumerge el espectador en el infierno de la guerra civil.
El film, que no es para estómagos delicados, es crudo sin caer en el mal gusto y muestra sangre derramada y derramándose, sin hurgar demasiado en la herida.
Pero tampoco amortigua la realidad de una guerra que dura ya más de mil y una noches: ejecuciones sumarias, cadáveres abandonados, viudas gritando, huérfanos silenciosos, animales callejeros mutilados y puntos de sutura para cerrar una herida de la propia Bedirxan forman parte del menú.
Se trata de una cinta que conmueve a bocajarro, sin dinero para artificios, sin tiempo para rodeos. Es la historia velada de los que se fueron de Siria, los exiliados y desplazados. Y también de los que se han quedado entre casas en ruinas.
Aunque esencialmente atemporal, pues no se pone fecha a cada secuencia, sí se deja entrever la evolución de la insurgencia, que floreció pidiendo libertad y democracia frente a Baschar Al Asad y que ha ido conociendo una islamización.
La cinta, que se pregunta si la revolución se come a sus propios hijos, se detiene especialmente en Omar, un chiquillo que acompaña a Bedirxan por Homs para que su cámara grabe los paseos en los que esquiva las calles devastadas en las que hay apostados francotiradores para recoge flores que llevar a la tumba de su padre, asesinado por blasfemo. A él le dedican los autores su película.
2014-05-15