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En medio de una economía estancada, una amplia investigación de corrupción y una creciente polarización política, los brasileños se desahogaron el sábado durante el primer día completo de carnaval, un feriado considerado desde hace mucho tiempo como una válvula de escape para las tensiones sociales y políticas.
A menudo conocidos por sus trajes complejos o reveladores y por sus intensas competencias de samba, las celebraciones de carnaval también suelen abordar temas serios. Este año, por ejemplo, varios grupos de mujeres están poniendo de relieve el acoso sexual y los contactos no deseados que muchas enfrentan en las calles de Brasil, no solo durante las celebraciones sino a lo largo de todo el año.
Otros grupos han llamado la atención sobre la escasez de viviendas o critican a los políticos que han sido acusados de corrupción.
Sin embargo, también hay muchos que ven el carnaval como un momento para hacer de lado los temas más importantes.
"El carnaval transciende la política es (una celebración) del pueblo brasileño", indicó Hector Batelli, abogado de 30 años que el sábado disfrutaba en Sao Paulo de una de las fiestas callejeras del carnaval conocidas como blocos. "Por lo que dejamos a un lado la política para tener una fiesta, para celebrar".
El sábado, la festejante Dilene Monteiro también asistió en Sao Paulo a un bloco, con la esperanza de olvidar las dificultades financieras del año pasado.
"Este es un momento para liberarse de toda la energía de 2017, que no fue buena", dijo la psicóloga de 52 años.
Brasil acaba de salir de una de las peores recesiones de su historia moderna. La mayor investigación sobre corrupción de América Latina ha resultado en el procesamiento y encarcelamiento de muchos de sus líderes políticos y empresariales, que diezmó a su clase política y socavó la fe en sus instituciones.
Esto ha generado una profunda polarización política e incluso radicalización de cara a las elecciones de este año.
Las encuestas de preferencia presidencial dan la ventaja al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que ha sido condenado por corrupción, pero sobre el cual los brasileños están divididos: cerca de la mitad quiere verlo en el poder de nuevo, mientras que la otra mitad quiere verlo en la cárcel.
En segundo lugar está el congresista de extrema derecha Jair Bolsonaro, quien glorifica la dictadura de 1964-1985 y que ha sido condenado a pagar multas por comentarios ofensivos.
La división profunda se reflejó en los planes de los blocos rivales este año. Un grupo llamado Derecha Sao Paulo planeó una fiesta que toma su nombre de un órgano notorio de la represión del antiguo régimen militar del país, conocido como Departamento de Orden Político y Social (DOPS). Al final, un juez dictaminó que ese bloco no podía aparecer en público.
Otros organizadores planificaron fiestas que denunciarían al régimen.
Mientras tanto, en Río de Janeiro se vive una oleada de violencia mientras los cárteles de la droga sostienen una batalla en las calles, con frecuencia matando a gente inocente con balas perdidas. Las autoridades enviaron a 17.000 miembros de las fuerzas de seguridad a las calles durante sus mundialmente famosas celebraciones.
Todos estos problemas hacen del carnaval algo aún más importante, afirmó Carolina Souza.
"Mucha gente dijo, ‘yo no hice nada en 2017, no viajé. ¡Así que vamos a un bloco!'", dijo Souza, una estudiante universitaria de 21 años, que agregó que su madre iba a una fiesta callejera por primera vez en su vida para sacudirse el desaliento del año pasado.
Para la celebrante Mariana Leao Zampier, el carnaval podría ser incluso una forma de reparar una sociedad cada vez más fracturada.
"Al menos durante el Carnaval, todos están en el mismo ritmo", dijo la joven de 35 años, que está desempleada.
Luciana De Paula, que cantaba en compañía de sus primos mientras se dirigían a un bloco, comentó que Brasil puede pasar por todo lo malo y lo bueno, pero el carnaval siempre es lo mismo: un momento increíblemente feliz.
"No hay nada mejor que esto", aseveró la servidora pública de 32 años.
Fotos: AP
2018-02-11