2001.com.ve|Con información de AFP
Cuando Japarupi Waiapi mira hacia el denso follaje de la selva amazónica, ve todo lo que le hace falta para vivir y que en las ciudades se encuentra solo en supermercados, farmacias o mueblerías.
Alimentos como coco, tubérculos y bananas crecen en abundancia. Animales y peces a la vista para la caza y la corteza de muchos árboles usadas como medicinas.
Y la oferta es variada. Según el tipo de madera, “vemos techos, arcos y puntas de flechas”, dice Japarupi Waiapi, de 45 años, en el corazón del territorio de esta tribu del este de Brasil.
La lista de objetos a mano para ser aprovechados es infinita: palmas con las que se tejen mochilas, calabazas partidas como cuencos, juncos para sorber líquidos, hojas de banana convertidas en manteles y huesos de animales en herramientas.
“No dependemos del comercio ni del dinero”, afirma Japarupi Waiapi, orgulloso de que su tribu haya sabido conservar una autosuficiencia difícil de imaginar a menos de dos horas de carretera.
“Le digo a mi hijo: ‘No tienes que ceder en nada al hombre blanco. Confía en la selva, confía en los ríos’”.
Los waiapis también creen que así como la mayor selva tropical del planeta vela por ellos, su tribu de 1.200 miembros está en una posición única para cuidar de la Amazonía, crucial para la regulación climática global.
Desde hace décadas, los waiapis y otras tribus están bajo presión de mineros, ganaderos y madereros, que consideran a los indígenas como un estorbo, en el mejor de los casos.
Esa presión se intensificó en agosto cuando el presidente Michel Temer abrió a la minería extranjera una vasta reserva que rodea el territorio waiapi, conocida como Renca (Reserva Nacional de Cobre y sus asociados).
Temer retrocedió un mes después debido a fuertes críticas de ambientalistas en todo el mundo. Pero los waiapis dicen que se mantendrán en alerta mientras estén de pie.
“Esta es la selva donde vivimos y somos los únicos que la cuidamos”, afirma Tapayona Waiapi, de 36 años, que vive en la extremidad del territorio waiapi.
Sanación y espíritus
Selva adentro, los waiapis advierten a los reporteros que mantengan sus ojos abiertos y estén atentos a los peligros. Por ejemplo, una planta larga, delgada e inofensiva a primera vista es tan venenosa que los hombres de la tribu, vestidos apenas con taparrabos rojos, evitan siquiera acercarse a ella.
“Esto es la Amazonía, podría haber cualquier cosa”, sentencia Jawaruwa Waiapi, de 31 años.
Pero para quienes saben hacia dónde mirar, la selva es más amigable que amenazante.
Akitu Waiapi, de 24 años, se para cada veinte metros para para explicar los beneficios de algún árbol. La corteza de uno ayuda a curar la diarrea, otro baja la fiebre, mientras que un tercero ayuda en la cicatrización.
Muchos troncos muestran las marcas de cortezas arrancadas.
“Hay muchos elementos medicinales en la selva y cuando los necesitamos, simplemente venimos a buscarlos”, dice Akitu Waiapi.
El mundo de los animistas waiapis está además poblado de espíritus que habitan en árboles, ríos y animales.
Un árbol gigante -un Dinizia excelsa, de madera muy dura-, flanqueado por enormes raíces, “alberga a toda una comunidad invisible [de espíritus]”, dice Jawaruga Waiapi. “Hay de todo allí dentro, pero no podemos verlo”, agrega.
Mensaje de los animales
Irónicamente, la agricultura waiapi depende de la tala de árboles, pero de tipo sustentable.
Como muchos otros indígenas, la tribu usa una técnica de corte y quema, o de agricultura itinerante, mediante la cual se abre un terreno cortando árboles que se dejan secar antes de quemarlos, y las cenizas fertilizan el suelo.
Se plantan principalmente tubérculos y alimentos básicos. Cuando el suelo se agota, los waiapis dejan el espacio improductivo, se mudan y talan otra área.
Si se aplica en gran escala, el corte y quema puede devastar un ecosistema. Pero si es realizado por una tribu tan pequeña en un área grande, las áreas improductivas tienen tiempo de recuperarse, creando un ciclo saludable.
Japarupi Waiapi dice que su gente sabe mantener el equilibrio y que la aldea cambia de lugar “cuando la tierra y el río se cansan”.
El impacto ambiental de los waiapis es increíblemente débil y no tienen ninguna intención de aumentarlo.
“Cuando vives en la selva, cuando aprendes a oír la música de los animales, todo es diferente”, explica Japarupi Waiapi durante un almuerzo de carne de mono ahumada.
“Comprendemos y podemos hablar con los animales”, insiste.
Debido probablemente a la sorpresa que sus palabras provocan en sus visitantes, Japarupi Waiapi forma un cuenco con sus manos y emite tres fuertes silbidos con ligeras vibraciones.
Siguen cinco segundos de silencio.
Y de pronto, desde algún lugar de la canopea de la selva virgen, un pájaro parece responder. Por ahora, al menos, los waiapis y su amada Amazonía conviven en armonía.
2017-11-06