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Refugiados siguen abarrotando la frontera de EEUU

Miércoles, 06 de junio de 2018 a las 08:00 pm
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2001.com.ve | AP

Impertérritos ante la dura retórica de Donald Trump, personas que buscan asilo en Estados Unidos hacen colas inusualmente largas en el lado mexicano de la frontera, donde padres e hijos duermen sobre cartones bajo un calor abrasador y esperan por días, si no semanas, para ser entrevistados por inspectores estadounidenses.

Las esperas de algunas horas son comunes en la frontera. Pero aunque en las últimas semanas se han amontonado muchas solicitudes en puestos fronterizos de California, Arizona y Texas, los episodios en que la gente duerme al aire libre por varios días son inusuales.

Telma Ramírez llegó desde El Salvador para pedir asilo en Estados Unidos. Se presentó en Tijuana con un hijo de cinco años y una niña de uno, y se encontró con que había mucha gente antes que ella.

Esta mujer de 27 años observaba constantemente el movimiento en el puesto fronterizo para ver si voluntarios civiles llamaban su nombre.

Finalmente, en el 20mo día, Ramírez llegó al frente de la cola.

“Tienes que venir todos los días para ver si te toca tu turno. Si no vienes, pierdes tu lugar en la fila”, expresó Ramírez.

Las razones exactas por la acumulación de solicitudes no están claras. Pero los pedidos de asilo han ido en aumento en los últimos años.

Un funcionario del Departamento de Seguridad Nacional declaró a legisladoras el mes pasado que las solicitudes de asilo se habían triplicado del 2014 al 2017, para llegar a las 142.000, el nivel más alto en más de 20 años.

El funcionario, Francis Cissna, director de los Servicios de Ciudadanía e Inmigración, dijo que hay 318.000 solicitudes pendientes.

El Servicio de Protección de Aduanas y Fronteras dijo en un comunicado que las esperas en la frontera son algo temporal y que la cantidad de gente que esa dependencia puede admitir depende de factores como la disponibilidad de camas en los centros de detención, la complejidad de los casos, la disponibilidad de traductores, las necesidades médicas y el tráfico en la frontera.

Hay quienes afirman que el gobierno tiene suficientes recursos como para evitar los atrasos y que está demorando todo para desalentar a la gente que viene a pedir asilo.

El gobierno de Trump ha instaurado una política de “tolerancia cero” hacia la inmigración ilegal y procesa a todo inmigrante que intenta ingresar sin papeles al tiempo que separa a padres e hijos. Los refugiados que piden asilo y se entregan a las autoridades no sufren esas situaciones.

En el cruce de Hidalgo, Texas, padres e hijos duermen en cartones en un puente que se para los dos países, a la espera de que las autoridades estadounidenses los llamen, según voluntarios que les llevan comida y agua.

Abogados dicen que las personas que piden asilo en Nogales, Arizona, acampan afuera por hasta cinco días antes de ser atendidos.

En Tijuana, frente a San Diego, más de 100 refugiados se habían congregado el lunes en una gran plaza cerca del cruce más transitado del país. Vendedores callejeros ofrecían avena, tamales, burritos y licuados. Las familias cuyos números no son llamados vuelven a refugios para migrantes por la noche.

El voluntario Carlos Salio les dijo que la espera es de unas tres semanas.

Salio consultó su gastado anotador en el que apunta los nombres de las personas y las llama cuando les llega su turno.

Cuando las autoridades estadounidenses dijeron que recibirían 50 solicitudes de asilo diarias, Salio recomendó a la gente que regresasen a los refugios.

“Todo el mundo sabe que cuando tu número está cerca, tienes que estar aquí”, le dijo a la multitud, que incluía varias mujeres con hijos pequeños.

En otro indicio de que la retórica de Trump no tiene mucho impacto, el gobierno dijo el miércoles que los arrestos en la frontera rebasaron la barrera de los 50.000 por tercer mes seguido en mayo.

Esto es el triple de las cifras registradas hace un año y por encima de los niveles vistos durante buena parte del gobierno de Barack Obama.

No es inusual que los refugiados tengan que esperar. Una caravana de centroamericanos que provocó las iras de Trump debió esperar casi una semana.

Las esperas de los últimos tiempos no son tan largas como las del 2016, en que miles de haitianos desbordaron a los inspectores fronterizos en San Diego y debieron esperar hasta cinco semanas.

Bajo las leyes federales y los tratados internacionales, la gente puede conseguir asilo en Estados Unidos si tiene razones fundadas para temer persecución en su patria. Funcionarios del gobierno y sus aliados sostienen que el sistema está lleno de solicitudes fraudulentas o sin sustento, y postula mayores requisitos.

El consejero de la Casa Blanca Stephen Miller dijo el mes pasado que la integridad del sistema de inmigración ha sido “totalmente destrozada” y que los pedidos de asilo legítimo son hoy “una aguja en un pajar”.

Unos ocho de cada diez solicitantes de asilo pasan una primera entrevista y son alojados en centros de detención del servicio de inmigración o dejados en libertad bajo palabra en Estados Unidos mientras sus casos son procesados en los tribunales de inmigración, lo que puede tomar años. Con frecuencia se rechazan las solicitudes de asilo.

En el valle del río Bravo en Texas se ha visto a gente esperando al menos dos semanas en el puente de Hidalgo, según testigos e informaciones de la prensa.

Una voluntaria, Esperanza Chandler, dijo el viernes que a las familias les han dicho que no hay espacio para procesar a los refugiados.

“Donde se encuentran, los golpea el sol todos los días”, señaló Chandler. “Tienen un poco de cobertura, pero el cemento y el área en general, son muy, muy calurosos”.

Voluntarios compraron sombrillas para que tengan un poco de sombra.

Para mantener el orden en Tijuana, activistas crearon un sistema en el que los refugiados dan sus hombres y se les entregan números, para que la gente que llegó después no se le adelante.

La mayoría de los refugiados que piden asilo en Estados Unidos son mexicanos, aunque hay también un gran contingente de centroamericanos.

Blanca Estela García, de 31 años, dijo que le huyó a la violencia de Michoacán, donde un vecino fue secuestrado y a ella le llegaron amenazas de muerte.

“Lo más importante es no volver”, comentó.

Luego de pasar la primera noche en Tijuana sobre cemento cerca del puesto fronterizo, se le dio un número y ella planeaba buscar un refugio donde pasar las próximas semanas. 

2018-06-07

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