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Los cadáveres envueltos en bolsas plásticas blancas y mantenidos con ventiladores y hielo seco se acumulaban el viernes en una bodega de Escuintla, en el sur del país, reconvertida en improvisada morgue mientras los expertos continuaban con el delicado trabajo de poner nombre a quienes el Volcán de Fuego dejó carbonizados y prácticamente irreconocibles.
Con las labores de rescate suspendidas por segundo día consecutivo, casi nulas esperanzas de encontrar nuevos supervivientes, órdenes de nuevas evacuaciones en marcha porque sigue cayendo material candente y una cifra de víctimas (109 muertos y cerca de 200 desaparecidos) que las autoridades temían pudiera seguir en aumento, recuperar el cuerpo de sus seres queridos se ha convertido en la última esperanza de muchos afectados por la trágica erupción del pasado domingo.
Dentro de un galpón de ladrillos y techo de chapa donde el hedor era insoportable, unos 15 forenses cubiertos de pies a cabeza trabajaban a destajo en las tareas de identificación de los cuerpos calcinados que muchas veces no tenían extremidades o se hallaban con el torso abierto.
Todos estaban totalmente ennegrecidos, algunos incluso con restos de cabello, y prácticamente momificados. La mayoría no sufrieron las quemaduras directas de la lava que el domingo descendió por las laderas del volcán sino que se fueron como cociendo debido a las altas temperaturas, de hasta 700 grados, que se registraron en la zona, explicó el antropólogo forense Miguel Morales.
Los expertos primero revisaban si quedaba algún resto de ropa o cualquier otra pista que fuera útil para la identificación. El doctor Carlos Rodas, jefe de operaciones de la morgue temporal de Hunapú, en Escuintla, explicó que se usaban distintas disciplinas, como la dactiloscopia o la odontología forense pero también el análisis de tatuajes o cicatrices. Después se procedían a extraer muestras genéticas que luego serían cotejadas con muestras de sangre de familiares.
“Estamos extrayendo la muestra de huesos para lograr pruebas de ADN (porque) los tejidos están muy mal”, dijo Miguel Morales.
En las camillas, cubiertas por sábanas blancas, los expertos tomaban fotos y anotaban los detalles de cada cuerpo, algunos de los cuales parecían estatuas petrificadas, mientras unos 40 cadáveres apilados sobre maderas esperaban su turno. Al fondo, se almacenaban ataúdes en los que se devolverán los cuerpos para que sean enterrados con rapidez y evitar problemas sanitarios.
El trabajo era sumamente delicado y los peritos tenían mucho cuidado para que al mover o tocar un cuerpo no se deshiciera. “Incluso se tiene que hacer el cotejo entre sí, cuando se encuentran algunos miembros y se colocan todos en una bolsa, para ver si corresponden a una sola persona o a varias”, indicó Fanuel García Morales, director del Instituto Nacional de Ciencias Forenses.
Los primeros análisis de los huesos les daban una idea de la edad y el sexo de la persona pero García Morales advirtió que el proceso de identificación lleva su tiempo ya que las muestras tienen que enviarse al laboratorio. Los familiares debían entender que se necesitarán varios días hasta que puedan entregarles a sus seres queridos.
No obstante, aseguró que hay personal permanentemente trabajando para entregarles a sus familiares “lo más pronto posible”.
Mientras tanto, el Volcán de Fuego siguió manteniendo a todos en alerta.
El desprendimiento de nuevos sedimentos y agua candente que arrastraba piedras de hasta tres metros de diámetro y árboles junto a nuevos flujos piroclásticos provocaron que las autoridades ordenaran nuevas evacuaciones el viernes por la mañana.
Supervivientes de la comunidad de El Rodeo, por ejemplo, que habían regresado a sus aldeas, fueron obligados a salir de nuevo del lugar porque las condiciones volvían a ser muy peligrosas.
Las autoridades guatemaltecas dijeron que más de 3.000 trabajadores están atendiendo a las cerca de 3.700 personas que se quedaron sin casa tras la erupción y ahora viven en albergues. Sin embargo, las labores de búsqueda de desaparecidos permanecieron paralizadas el viernes por segundo día consecutivo pese a la desesperación de muchos que luchaban por encontrar a los suyos hasta con sus propias manos.
Esduardo Hernández, de 19 años, era uno de ellos. Justo estaba hablando por teléfono con su padre Margarito Hernández, cuando el hombre fue enterrado bajo toneladas de escombro incandescente en San Miguel Los Lotes.
“Él me llamó a las 3:13 el domingo”, dijo el joven, que ese día trabajaba en Antigua. “Lo último que me dijo era que me fuera muy lejos de aquí (…) lo último que logré escuchar fue que decía ‘entremos, hay mucho fuego afuera’. Yo digo que ellos se quedaron en la casa”, afirmó.
Días después, tumbado boca abajo, estiraba la mano en el estrecho espacio que quedaba entre la parte de arriba de una ventana y las toneladas de ceniza en busca de algún rastro de sus padres pero las excavadoras que Hernández necesitaría para desenterrarles estaba colina abajo, centrándose en reabrir la autopista bloqueada por una montaña de ceniza y piedras.
“Sin ayuda no podemos hacer nada”, lamentó. “Al gobierno lo único que le importa es la carretera. ¿Por qué no mete maquinaria aquí?”.
2018-06-08
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