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“Muerte, muerte, aquí viene”, cantan Néstor Vargas y Luis José Cerpa con la radio a través de sus máscaras faciales, mientras avanzaban por la carretera en su camioneta.
Vestidos de pies a cabeza con equipo de protección personal, los dos hombres recogen los cuerpos de las personas que murieron por covid-19 en Lima y sus alrededores. Es un trabajo que pocos quieren debido a la posible exposición al virus. Pero estos dos inmigrantes venezolanos corren el riesgo.
“Tenemos miedo de que podamos infectarnos y llevarlo a casa, donde vivo con mi esposa, mis hijos y mi madre”, dijo Vargas.
Al igual que decenas de miles de personas, Vargas y Cerpa llegaron a Perú para escapar del colapso de la economía de su país. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, casi 5 millones han huido de Venezuela desde 2016 y al menos 870.000 terminaron en Perú, trabajando en empleos de bajos salarios para llegar a fin de mes o enviar fondos a sus familiares en Venezuela.
Cerpa, de 21 años, era estudiante de diseño gráfico antes de huir a Perú, donde trabajó como camarero y barman. Vargas, de 38 años, trabajaba en el negocio funerario en Venezuela, pero tenía un trabajo como conductor con la compañía de gas en Perú. A medida que el virus se extendió por toda la región, los turistas desaparecieron y el negocio de enterrar a los muertos se convirtió en una industria en crecimiento.
“No pudimos trabajar durante tres meses, y necesitábamos comer, pagar el alquiler y enviar dinero a Venezuela”, dijo Vargas. “Este trabajo puede ser realmente difícil, pero tenemos un dicho aquí, la necesidad tiene cara de perro”.
Él y Cerpa ahora ganan US$ 500 por mes cada uno por sus esfuerzos, casi el doble del salario mínimo en Perú. Trabajan hasta 19 horas al día, siete días a la semana.
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2020-07-22
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