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El dólar es un "espejismo" para muchos criollos

Domingo, 24 de noviembre de 2019 a las 08:00 pm
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Guillermo D. Olmo | BBC News Mundo Venezuela

Venezuela se dolariza, pero no todos pueden subirse a ese tren.

De acuerdo con un reciente informe de la consultora Ecoanalítica, las transacciones en la moneda estadounidense alcanzan ya el 53% del valor total de las que se realizan en el país.

En Maracaibo, una de las ciudades más importantes del país y una de las más golpeadas por la crisis económica, ese porcentaje sube hasta el 86%. 

Sin embargo, según los estudios, un amplio sector de la población no tiene acceso a la divisa o lo tiene solo muy esporádicamente.

Son muchos los que cobran su sueldo o pensión en bolívares, la moneda nacional, que lleva años perdiendo valor sin freno a causa de la hiperinflación que sufre el país.

Aunque muchos reciben ayuda de sus familiares emigrados o cobran en dólares por trabajos puntuales en la economía informal, los expertos creen que aún hay una mayoría que se maneja en bolívares.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, dijo en una reciente entrevista que la dolarización “puede servir para la recuperación” y como “válvula de escape” para la economía del país, que ha perdido más del 50% de su Producto Interno Bruto (PIB) en los más de 6 años que lleva en el poder.
Sus palabras causaron gran polémica, porque suponían una rectificación de la política de control de cambios que durante años llevaron a cabo los distintos gobiernos chavistas y por lo que dijo de los que solo disponen de bolívares.

Maduro afirmó que a estos “los salva la patria”, con el sistema de bonos y ayudas del gobierno.
Muchos empleados públicos perciben modestos salarios en bolívares y ayudas en forma de pagos especiales y bolsas con alimentos, pero hay colectivos que denuncian que son insuficientes.

También cobran en bolívares muchos de quienes trabajan por su cuenta o en el sector privado.

En palabras de Asdrúbal Oliveros, economista de Ecoanalítica, la dolarización “excluye a los que solo tienen acceso a bolívares, cuya capacidad de compra está severamente limitada”.

Para los venezolanos que viven en bolívares, o “bolos”, como se los conoce popularmente, la vida consiste a menudo en la búsqueda de propinas que no alcanzan, compaginar varios trabajos y una lucha diaria por cosas básicas como la comida, el agua o el transporte. BBC Mundo conversó con algunos de ellos.

Bolívares o trueque. A la casa de la enfermera Francis Guillén empiezan a llegar más bolívares, pero nunca dólares.

Ella lo intenta, pero no lo consigue. Hace un año, harta de comprobar que los 420.000 bolívares mensuales (menos de US$15 al cambio) que le pagan en su trabajo en el Hospital Pérez Carreño de Caracas no eran suficientes para cubrir las necesidades de su familia, decidió emprender. 

“Empecé vendiendo obleas en el hospital. Después aprendí cómo elaborar champú y geles para el cabello, y mi marido y yo empezamos a venderlos”.
Con los productos para el pelo, dio en el clavo, y su éxito le permitió mejorar sus ingresos, pero siempre en bolos.
Tanto ella como su marido, que la ayuda en el negocio, ofrecen a un dólar el kilo de gel fijador, pero, según cuenta, “casi nadie paga en dólares”.
El trato suele ser 18.000 bolívares por un cuarto de kilo. A veces, incluso, quienes no tienen efectivo les cambian paquetes de pasta o arroz por su producto capilar.
Ni sus compañeros en el hospital, ni los otros fieles de la iglesia evangélica a la que acuden, ni la gente que compra en el puesto ambulante que coloca su marido a diario en el bulevar de Catia, una zona popular al oeste de Caracas, manejan la divisa.

Ella, no obstante, se alegra porque con su nuevo negocio su familia ingresa el equivalente en bolívares a US$200 mensuales, mucho más de lo que le pagan en el hospital.

“Ahora al menos nos alcanza para lo esencial”, dice, mientras observa a su hijo pequeño corretear contento por la casa que habitan en un barrio de ranchitos en la zona de Artigas, en el oeste de Caracas.

“En un buen día de ventas, puedo ganar más que en todo un mes de trabajo en el hospital”, explica.
Francis, no obstante, conserva su empleo allí y participa en los paros y otras protestas que lleva a cabo estos días el personal de enfermería venezolano en demanda de un sueldo digno y contra el deterioro del sistema sanitario público del que culpan al gobierno de Maduro.

“Lo hago por vocación. Vengo de una familia de enfermeros y me niego a entregarle la salud a un régimen que está matando a los venezolanos”, afirma.

Pero todo tiene un límite y Francis piensa en dejar su empleo por lo poco que le pagan, la misma razón que empujó a su esposo hace un año a abandonar su puesto en el servicio de Bomberos del Distrito Capital.

“Tengo compañeras que hacen trabajos por libre (independiente) y les pagan en dólares en el este de la ciudad”, dice.
En la capital de Venezuela hay un gran contraste entre el oeste, donde vive la gente con menos ingresos, y el este, donde suelen estar los vecindarios de mayor renta.

Recuerda que una vez hace tiempo la contrataron en el este para cuidar de una persona mayor los fines de semana y le pagaban US$10 por seis horas de trabajo. Es de las pocas veces que tuvo ingresos en divisas y un recuerdo que la anima a seguir los pasos de otras enfermeras que dejaron los hospitales públicos para trabajar por su cuenta.

También se acuerda de la época en la que su sueldo de enfermera en un hospital público le alcanzaba para llevarse a su familia de vacaciones a la Isla Margarita.

“Me da mucha pena, porque ahora no podemos pagarlo y mi hijo no ha podido conocer lo maravillosa que es Venezuela”.

Un dólar de vez en cuando. El empleado de la petrolera estatal Nelson Candelario se levanta siempre mucho antes de que salga el sol.

Vive en la zona de La Bombilla, un barrio de ranchitos en lo alto de Petare, el arrabal, considerado uno de los más extensos de América Latina, que domina gran parte del paisaje urbano de Caracas.
Llegar a su puesto de trabajo en una gasolinera de la zona caraqueña de Chuao le lleva mucho tiempo y dinero.

“Solo en el pasaje ya me gasto todo mi sueldo”, le dijo a BBC Mundo, mientras llenaba los depósitos de los autos que iban llegando a la estación de servicio.

Nelson se gasta en transporte 8.000 bolívares diarios, lo que significa que solo en desplazarse se le va un buen pellizco del salario mínimo que le paga Pdvsa, 150.000 bolívares mensuales, más otros 150.000 que percibe del llamado Cesta Ticket, una ayuda oficial complementaria.

En total, percibe unos US$10 mensuales al cambio, una cantidad que cuando usted lea esto seguramente se habrá reducido, porque la cotización del dólar habrá subido, igual que los precios.
Tiene 6 hijos: 4 de ellos todavía dependen económicamente de él y de su esposa. “Con eso uno no les da de comer, si acaso, los tiene a medio comer”, lamenta.

Como todos los empleados de las gasolineras de Venezuela, Nelson se ayuda con las propinas que dejan los clientes después de repostar. La gasolina es casi gratis en el país y la costumbre es dejarle unos bolívares al trabajador que despachó el combustible.

“La mayoría dejan 100 bolívares”, cuenta. Son menos de diez centavos de dólar. A final de mes, reúne unos 40.000 bolívares extras por esta vía, pero tampoco esto es suficiente, ya que esta cantidad equivale a poco más de un dólar y medio.

Su mujer ha montado en casa un negocio de venta de empanadas, en el que él echa una mano los fines de semana, que se ha convertido en un flotador para la economía de una familia a la que no le entran dólares por ninguna parte.
En la gasolinera ve alguno muy de vez en cuando. “Aproximadamente una vez al mes alguien deja una propina de un dólar en la gasolinera, pero luego piden el cambio en bolívares”, dice Nelson.
En realidad, cree él, es la manera que han encontrado algunos de conseguir bolívares en efectivo, muy escasos en el país, pero que abundan en los puntos de abastecimiento de Pdvsa.
Los bolívares en efectivo se suelen usar para pagar las propinas de los aparcacoches y en transacciones de muy poco valor.
A veces, también hay quien, a falta de “bolos” en efectivo, entrega algún regalo. Esta mañana, una mujer que no tenía dinero le dejó a Nelson un paquete de galletas.

Nelson se queja de que la hiperinflación que afecta al país desde 2017 les golpea a ellos doblemente. “Los precios no paran de subir y eso, a la vez, hace que la gente deje cada vez menos propina”, indica, mientras sujeta la manguera de la gasolina y un fajo de bolívares arrugados.

A la pregunta de si escuchó las declaraciones de Maduro sobre la dolarización responde con desinterés. No sabe muy bien de qué le están hablando. “Uno escucha tantas tonterías…”, dice.

Dos horas al mercado. Para Liliana del Valle, maestra de 38 años, la vida en la Venezuela de la crisis se resume en “estirar y estirar”.

Eso es lo que, dice, está obligada a hacer para resistir la incesante subida de los precios con un sueldo que apenas le alcanza para dos kilos de carne.

Con los 150.000 bolívares mensuales (unos US$5 al cambio) que le pagaban en una escuela pública en la zona de La Quebradita, en Caracas, había que hacer milagros.

Se queja de que las bolsas CLAP, alimentos subsidiados que entrega el gobierno, no siempre llegaban y de que tampoco son suficientes las ayudas que recibe a través del Carnet de la Patria, una polémica tarjeta implantada por el gobierno de Maduro que se exige para percibir los beneficios.
“Yo me saqué el Carnet de la Patria porque decían que sin él no recibiría la bolsa Clap”, indica.
Gracias a esa tarjeta llegó este mes el bono llamado “Paz y felicidad”, unos 90.000 bolívares (poco más de US$3). “Cada 4 o 5 meses recibo un pollo”, cuenta.

Liliana considera las ayudas del gobierno un mero “camuflaje”.

Para completar sus ingresos, empezó a impartir clases particulares a hijos de vecinos y compañeros de trabajo que tenían dificultades con sus estudios por las que cobraba 20.000 bolívares (alrededor de US$0,70)

Y se acostumbró a hacer sacrificios antes impensables en el día a día para llegar a fin de mes.
“Voy a pie hasta los mercados de Coche o Quinta Crespo a hacer mis compras para ahorrarme el precio del pasaje; a veces son dos horas de camino”, cuenta.

Compra en estas zonas populares porque los precios son más bajos y los comerciantes ofrecen descuentos a quien paga en bolívares en efectivo. Para hacerse con el preciado efectivo, muy escaso en el país, aguarda paciente cada mañana la fila en una sucursal bancaria en la que casi nunca le permiten retirar más de 3.000 bolívares (unos 10 centavos de dólar).

Proveerse de lo básico es una lucha que requiere paciencia y tesón.

Su casa lleva semanas sin recibir suministro de agua, un problema muy habitual en Venezuela, y a veces le toca caminar hasta caños y fuentes en los que aprovisionarse.

Ahora está buscando trabajo y acaba de presentar su candidatura en la escuela en la que trabaja su esposo, también docente, porque allí pagan algo más.
En cualquier caso, no será en dólares.

“Hay una enorme diferencia para los que tienen dólares. Uno ve que andan más desahogados”, afirma.
“Pero yo no tengo familia fuera, así que no tengo esa suerte”, lamenta.

No escuchó las declaraciones de Maduro sobre las ventajas de la dolarización, pero tiene un mensaje para él> “Si el presidente nos quiere dolarizar, que nos pague el sueldo en dólares”.
De lo contrario, cree, sus palabras no serán más que una “falacia”.

2019-11-24

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