La hiperinflación más abominable jamás conocida en el hemisferio, delincuencia desatada, violación a los Derechos Humanos, escasez de medicinas y gran cantidad de insumos básicos y, por si fuera poco, ahora Venezuela cae en una catastrófica situación de paupérrimos servicios públicos, con la electricidad como emblema.
José Rafael Briceño, mejor conocido como El Profesor Briceño, analiza este apocalíptico menú y tiene como telón de fondo una suerte de añejo mantra colectivo: el venezolano nunca pierde el buen humor, a pesar de los malos tiempos.
¿De qué se puede reír hoy en día la gente en Venezuela?
El humor siempre ha criticado el poder y sobre todo ha criticado lo ridículo del poder. Entonces, teniendo un Gobierno planteando una tesis de sabotaje, y de “ya resolví”, pero se le vuelve a ir la luz de forma reiterada, te ríes de que en cualquiera de los escenarios que estén planteados: saboteo o ineptitud, está fregado. En el sabotaje, entonces te están ganando la partida tus enemigos y si es ineficiencia, ya el régimen había denunciado corrupción interna. Si hay un ataque, entonces fue en un sistema ya malherido. Porque si Pdvsa y Corpoelec vinieran funcionando de forma óptima y de pronto hay un percance, entonces tendría lógica la tesis de la guerra, el complot. Pero no es así, no pueden ni hacer llegar unos perniles. La labor nuestra como humoristas será siempre levantar el dedo y señalar un titular. Ahora bien, no podemos hacer chistes de todo, como antes. De las colas ya nadie se ríe. De los apagones tampoco, ha muerto gente por esta tragedia.
Algunos dicen que el venezolano todo se lo agarra a guachafita y por eso estamos como estamos…
Estoy de acuerdo que no debemos hacer humor para evadir, sino más bien para comprender mucho mejor la realidad. Sin cultura no hay un ser humano más pleno. Si estamos muy mal es porque estamos en un sistema que no permite que exista un ser humano más pleno. Pero el humor es pertinente en este momento en contraposición a la gran apología de la desesperanza que parece imponerse o la esperanza vacía. Ambas están muy de moda en este momento que vive el país. Hay gente que lo hace adrede, otros no tanto, por ego, para ganar seguidores en las redes.
Dicen cosas como que si Guaidó va a levantar un “batifono” y de inmediato aparecen los “batiportaaviones” para salvar a Venezuela, y de fondo suena la musiquita de Batman. Creen que Elliott Abrams va a invadir ya, porque fue el tipo que lideró lo de Panamá en 1989. Salen todos esos “cabezacaliente” a creerse esos cuentos y repetirlos. O es el extremo pesimista o es el extremo de un optimismo sobredimensionado, porque cada quien oye lo que quiere escuchar. Todo esto supone una gran frivolidad en mucha gente.
Pero no es culpa de nosotros los humoristas. Esa frivolidad del venezolano ya estaba allí, así como la capacidad de evasión; el humor no las inventó. Es más, creo que si no existiéramos los humoristas seríamos aún más frívolos, en el sentido que estaríamos más metidos en una locura radical y sin posibilidades de salir del atolladero en el que estamos. Pienso que más bien aportamos.
¿Cómo criticar el poder en este momento, con las posturas y medidas que ha adoptado el régimen chavista frente a los medios y la disidencia?
Tienes que tener mucho cuidado según el medio que uses porque hay unas regulaciones muy específicas. Recuerdo hace tres años ver a unos obreros comiéndose un mango en el Metro. Era la época en que el mango les salvaba la vida a todos. Echaban broma entre ellos de la forma de comerse la fruta y de pronto uno dice: “¿Y Maduro?”… Y en ese momento se acabó el humor y todos pusieron unas caras e hicieron unos movimientos de labios, como para no decir delante de tanta gente unas palabrotas, porque el venezolano parece que es más duro con las groserías que se traga que con las que suelta. Por eso, cuando uno pasa de reírse de quien ejerce el poder, como se hacía con los presidentes de antes, a no encontrar un ángulo de humor, estás en una situación mucho más grave. ¿Cómo nos reímos del poder entonces? Tenemos que reírnos de las ínfulas del poder. Decir que somos una potencia en salud, pero a la par ver a médicos operando sin instrumentos y a la luz de un celular, demuestra el grado de locura de esas ínfulas y lo desnudo que está el poder. Y llega un momento en que se vuelve reiterativo y la gente está clara, lo sabe.
¿Y por qué el régimen hace todo eso? ¿Nos quiere aplicar “humor negro”?
Es un problema de comunicaciones. Si tú pones a la gran mayoría de las pantallas y radios del país a repetir la misma historia a cada rato, habrá quien la compre. Lo hacen también porque ¿cuál es la otra opción que les queda? Admitir que no puedes con el asunto. Reconocer que es inviable. Y cuando ya tú empiezas con un discurso y cada vez crece más, decrecerlo es muy difícil, muy costoso.
Son 20 años haciendo crecer un discurso y decrecerlo es titánico. ¿Cuánto tardaron en Cuba para admitir que los datos de la zafra de azúcar habían sido alterados en los últimos 10 años? Les costó un mundo, porque decrecer un discurso solo lo logras si eres muy hábil comunicacionalmente o tienes algún control sobre los aspectos de la realidad que ve la gente y esta además no está viajando, puedes tener algún éxito. Por eso que para mí lo más subversivo que ha pasado en los últimos años es que las clases populares se hayan dedicado a emigrar. Porque a la señora que recibe la remesa del hijo desde el exterior y a la vez le manda las fotos con ese mejor nivel de vida que pueden darse en Chile o Argentina, no le puedes hacer creer que en Venezuela somos potencia en nada.
Para hacer humor en todo este contexto es muy complicado, pero al mismo tiempo es un reto en refinamiento. Aprendes a trabajar bajo la censura, lo cual te obliga a manejar una serie de códigos nuevos y cuando estás en los shows en vivo te encuentras a personas ávidas que te dicen: “Dale voz a mis pensamientos”.
Entonces, para usar una jerga de moda, tienes “administración de cargas” en tu trabajo: radio, internet y presentaciones en vivo. ¿Cómo es Briceño en cada faceta?
Sin duda los shows en vivo es lo más relajado. Pero ojo, es donde menos me gusta hablar de política y ensayo otros temas. Porque yo ansío un país donde podamos hablar, por ejemplo, de qué es el “no binario”… que pasamos del bisexual a esto que ahora llaman el “no binario” y no tener que estar hablando a cada rato del apagón. De hecho, el público ya no está aceptando chistes sobre la tragedia. En diciembre de 2017 se dejaron de reír por los chistes de colas, porque el deterioro empezó a entrar en la vida de la gente. Aun así estoy en un ámbito mucho más suelto, donde también trabajo la rabia que es uno de mis canales. En la radio trabajo mucho más por códigos y además trato que sea entretenimiento. Porque a la hora que yo estoy a esa hora a nivel nacional, de 6 a 9 de la mañana, si usted quiere noticias, tiene otras opciones.
No que quiero que llegue a su trabajo botando piedra, porque igual la vas a botar más tarde. Yo trato ser un bálsamo, que no significa evasión. Lo que busco es que no se te forme una costra. Mientras, en Twitter hay una situación muy particular. Allí tenemos dirigentes políticos que se quieren comportar como “influencers” o personalidades del entretenimiento y al mismo tiempo profesionales del entretenimiento que estamos librando batallas que deberían librar los políticos.
Por eso una de las mejores cosas que tiene Guaidó es que le dice a la gente cosas que no quiere oír. Y es tanto lo que no desean escuchar eso que dicen que no las dijo, cuando sí las dijo, yo lo escuché. Así los humoristas terminamos teniendo peleas de opinión con esos políticos que se creen influencers, que solo buscan “likes” en las redes sociales. Y ello lo logran con esas esperanzas vacías que mencionaba antes, con anuncios irresponsables que demuestran, 20 años después, una gran inmadurez política.
2019-03-31
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