Redacción 2001
La nueva encíclica vaticana sobre el tema de la virginidad le quita el sueño a muchos devotos y sin duda, le concede un aire de redención a quienes se hubiesen sentido en pecado por las debilidades de la carne.
El texto en cuestión que había pasado por debajo de la mesa desde su publicación el día cuatro de julio, expresa sin recato que se puede ser virgen, después de haber tenido relaciones sexuales.
“La llamada a dar testimonio del amor virginal, esponsal y fecundo de la Iglesia a Cristo, no se reduce al signo de la integridad física (…) Haber guardado el cuerpo en perfecta continencia o haber vivido ejemplarmente la virtud de la castidad, aunque es de gran importancia en orden al discernimiento, no constituye requisito determinante en ausencia del cual sea imposible admitir a la consagración”, subraya el documento Ecclesiae Sponsae en su sección 88.
Una medida de esa naturaleza con seguridad hubiese desatado lo que se dio en llamar discusiones bizantinas en la Edad Media. Una especie de cháchara sin límite de tiempo, en las que los contertulios se exprimían el coco, considerando entre otras cosas, el sexo de los ángeles.
Pero no estamos en momentos de debatir sobre sutilezas y más tras las liberación sexual de los sesenta; la aparición de la píldora, variedad de métodos anticonceptivos; los derechos alcanzados por la comunidad LGTV, entre otros.
Los aires liberales soplan de vez en cuando en El Vaticano, y más ahora bajo el papado de Francisco, aunque,…no es sin embargo una declaración al voleo la elaborada por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. San Juan Pablo II pontificaba que la Biblia no da fundamento ni para sostener la inferioridad del matrimonio, ni la superioridad de la virginidad o del celibato en razón de la abstención sexual.
Para refuerzo, Benedicto XVI mencionaba que las Vírgenes Consagradas “se remontan a los inicios de la vida evangélica, cuando, como novedad inaudita, el corazón de algunas mujeres comenzó a abrirse al deseo de la virginidad consagrada, es decir, al deseo de entregar a Dios todo su ser, que había tenido en la Virgen de Nazaret y en su ‘sí’ su primera realización extraordinaria. El pensamiento de los Padres ve en María el prototipo de las vírgenes cristianas y muestra la novedad del nuevo estado de vida al que se accede mediante una libre elección de amor“.
Ordo virginum Pues, el alboroto no tiene fundamento según la apreciación del cardenal Joao Braz de Aviz, prefecto de la consagración pues el documento va referido a un grupo antiquísimo de mujeres que ingresan al llamado “Ordo virginum”, que a lo sumo estaría compuesto por unas cinco mil mujeres en el mundo.
Braz de Aviz precisa que “la instrucción quiere ayudar a descubrir la belleza de esta vocación, y contribuir a mostrar la belleza del Señor que transforma la vida de tantas mujertes que cada día la experimentan”.
Las vírgenes consagradas son en efecto, una de las órdenes más primitivas de la iglesia católica. Su disposición de consagrarse a Dios es anterior a la aparición de las monjas y de las órdenes que hoy conocemos.
Antecedentes. Quienes le siguen la pista al asunto ven una luz en la primera carta del apostol Pablo a los Corintios, en los albores del cristianismo: “También la mujer soltera, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. La mujer casada, en cambio, se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido. Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un obstáculo, sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor”. 1 Corintios 7, 34-35
2018-07-18
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