Marjuli Matheus Hidalgo
Una aproximación inédita desde esa óptica familiar que pocas veces muestra, así se desnudó la “dama dura” de la política venezolana, en las páginas de la revista Fascinación.
Su rostro es familiar, casi cualquier venezolano sabe quién es María Corina Machado. Una mujer que se abrió paso en la política, al punto que algunos la llaman “la mujer de hierro” de Venezuela. Sin embargo, hoy les traemos la parte humana que está detrás de esa imagen combativa y políticamente rígida.
Amante furtiva de los huertos, mamá abnegada, defensora a ultranza de la lactancia materna, y guía protectora de sus hijos. Sonriente, nos reveló detalles de su vida que nunca había contado.
Con una fuerte influencia de su abuela paterna, tuvo una crianza tradicional en el seno de una familia venezolana con sólidos valores morales, a veces demasiado exigente. Así se lo reveló en esta entrevista exclusiva y emotiva, llena de humor, algo de picardía y lecciones.
El punto más sensible para María Corina es su familia, y quizás por eso la ha protegido tanto. Muchos saben que es madre pero, pocos recuerdan que sus hijos ya son adultos: Ana Corina (Nana), Ricardo (Caco) y Henrique (Kique), de 26, 25 y 23 años, respectivamente.
Creció en una familia extendida y, debido a la muerte de su abuelo, Oscar, sus padres vivieron en la casa de su abuela; a su vez, era nieta del escritor venezolano Eduardo Blanco, autor de “Venezuela Heroica”, y confesó que ese vínculo especial con su abuela, despertó su amor por Venezuela.
María Corina Machado es la mayor de cuatro hermanas, contó que sus padres seguramente estuvieron en una búsqueda secreta del varón, pero que ellas decidieron demostrarles que no hacía falta ese hijo masculino, porque “una familia de mujeres es una bendición”. Como muchas madres venezolanas, le duele la diáspora de sus compatriotas pero, en especial, la de sus tres hijos. Nos reveló su comida favorita y su hobby, algo que nunca había hecho público.
RF: ¿Cómo es tu relación con tu mamá?
MCM: ¡Uy! Dificilísima, como la de toda hija, y más si somos puras hembras. Mi mamá es una mujer superinteligente, generosísima, pero muy dominante –mi papá diría: igual que tú (risas)–. Mi mamá abrió caminos en su generación, porque estudió y trabajó, en un momento en el que las mujeres no destacaban tanto en la sociedad venezolana como ahora. Fue campeona de tenis, de natación, por lo que ella es muy competitiva, muy exigente, y eso de alguna manera nos lo transmitió a todas. Y como yo soy la mayor, siempre existió esa responsabilidad de que hay que hacer lo correcto porque, no solo es lo que se espera de ti, sino que tienes esa tropa a la que darle el ejemplo. Algo que tiene mi familia es que debes educar con el ejemplo, y así he educado a mis hijos.
RF: ¿Qué rutina familiar ha marcado tu vida?
MCM:En mi familia se cuentan muchos cuentos. Si algo yo recuerdo, y mientras te lo digo se me salen las lágrimas, es a mi papá llegando del trabajo –siempre salía muy temprano y llegaba tarde, pero todas las noches estaba en la casa– y nosotras le brincábamos encima, y él nos contaba cuentos de indiecitos, cuentos que ahora se los cuenta a sus nietos, y todos tenían una moraleja. Todos asociados a los valores: generosidad, honestidad, mérito, excelencia, y no nos dábamos cuenta. Además, los indiecitos éramos nosotros, en los lugares más increíbles de Venezuela, y todos con un valor. Así fue la vida de nosotros, en las piernas de mi abuela, o con mi papá escuchando las historias de Venezuela o los indiecitos que nos transmitían valores.
RF: ¿Cuéntanos sobre tu adolescencia?
MCM: Yo vivía en una casa con un gentío todo el tiempo, porque mi abuela se encariñó conmigo y nos quedamos a vivir ahí después que mi abuelo murió. “Somos cinco, ahora llegaron cinco más, ¡agua para la sopa!”. En ese sentido había mucho afecto, pero también mucha competencia. Yo crecí muy pegada de mi papá. Estudié Ingeniería por él, y en cada examen buscaba salir bien para saber que él sentía orgullo. Puedo decir que mi infancia y mi adolescencia fueron muy cercanas a mi familia. Fue una época de mucha conciencia, mi mamá todos los días nos decía: “quienes más hemos recibido, más tenemos que dar”, por tener una familia, afecto, hogar, no por lo material, porque eso va y viene. Yo agradezco haber tenido la oportunidad de estudiar un tiempo afuera, de conocer otras culturas, de contar con amigos en otras ciudades, porque me permitió tener otra visión del mundo y de los desafíos que tenemos como país.
RF: ¿Cómo fue tu vida universitaria?
MCM: Yo hice de todo en la universidad (risas). Fueron unos años increíbles; pero duros, porque yo venía de un colegio de monjas, a estudiar en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), en un salón de Ingeniería, donde éramos 80 hombres y cinco mujeres. Yo había estudiado toda la vida con mujeres. Iba escondida, me sentaba en la última fila, que nadie me hablara, porque me sentía bastante intimidada.
Pero fui haciendo un grupo de amigos espectacular, gente de distintas partes del país. Yo, aunque no lo creas, me dediqué al periodismo en la universidad. Creamos una revista que se llamaba “Ingenio”. Yo era fotógrafa, redactaba, imprimía, era la pregonera que vendía la revista en los pasillos. Me acuerdo que hicimos un reportaje sobre los laboratorios de Ingeniería, que estaban en terrible estado; no nos querían dar las llaves para hacer el reportaje, y yo me metí por una ventana para hacer las fotos. Apenas salió la revista, me llegó una notificación: “el rector quiere hablar contigo”. Yo pensé: “hasta aquí llegué”. Pero tenía buenas notas, entonces no me podían sacar. Después estuve en el centro de estudiantes. La política era algo que me generaba mucho rechazo; pero me pongo a ver, y los primeros pasos que yo di en la política fue cuando nos lanzamos y llegamos al Centro de Estudiantes de Ingeniería de la UCAB.
Foto: Alberto Torres
RF: ¿Cómo fue tu vida adulta, cuando conociste a tu esposo, qué pasó después?
MCM:La lengua es el castigo del cuerpo, yo le decía a mis amigas: “yo soy la última que se va a casar”, “me casaré después de que tenga no sé cuántos postgrados”; y, ¿qué tal?, me casé a los 19 años. Me da pena decirlo hoy, cuando le digo a mi hija o a mis sobrinas: “mucho cuidado, no se apresuren”.
La verdad, yo me casé muy enamorada. Fueron unos años muy felices, tuve a mis hijos muy seguidos, uno tras otro. Fueron esos años los únicos en los que yo le puse pausa a mi vida; pero si le preguntas a mi exesposo, te dirá: “¡eso es mentira!” (risas). Cuando nació Nana, mi hija mayor, yo trabajaba en Valencia (estado Carabobo) como ingeniero, aunque mi horario era el mismo de los obreros y, por supuesto, yo lo cumplía con mi bebé recién nacida, pero yo quería amamantarla. Entonces, le daba pecho en la mañana y le dejaba un teterito de leche materna; como me daban una hora de almuerzo, yo agarraba mi carro desde la zona industrial, hasta Naguanagua donde vivíamos, le daba a la bebé de un lado, me sacaba leche materna del otro, y almorzaba en el carro de regreso a la oficina. Trabajaba; y, a las 6 de la tarde, chola hacia mi casa para agarrar a la bebé rápido, que no llorara porque ya le tocaba pecho. Y así estuve varios meses. Y te digo, era extenuante, yo a veces miro para atrás, y me pregunto cómo pude hacer todo eso. Después vino el segundo y el tercero.
Fueron unos años maravillosos, en una Venezuela muy distinta, al menos había cierta tranquilidad. Y en esos momentos había esa esperanza de que iba a ser mejor, que el país de nuestros hijos iba a ser mucho mejor. Yo sé que tener un bebé hoy día es difícil, por la oscuridad en la que está el país.
RF: ¿Cómo fue ser mamá?
MCM:Era la angustia de: “¿seré buena mamá?, ¿podré ser tan buena madre como la mía, como mi abuela?”. Y esto yo sé que todas las madres lo sienten: cuando salí en estado del segundo, pensaba: “Yo no lo voy a poder querer como quiero a Ana Corina”. Pero es esa sensación de que cuando tienes a otro hijo, se te duplica el corazón. Yo creo que el corazón y la capacidad de amar, crecen con la vida. Es la gran lección que me dejó el ser
RF: ¿Cómo te ves como mamá y cómo crees tú que te ven los demás como mamá?
MCM: Esa es la pregunta más difícil. Créeme que todas las noches me pregunto si lo habré hecho lo suficientemente bien como mamá. Porque tu hijo es tu bebé, aunque tú tengas 80 años y tu hijo 60, ese es tu bebé. Yo me siento muy orgullosa de mis hijos, porque son seres humanos buenos, íntegros y profundamente generosos.
Espero que algún día ellos sientan por mí lo que yo siento por mis padres. Si eso llega a pasar, creo que lo habré hecho bien. Pero yo siento algo que creo que nunca podré superar, siento una culpa muy grande –voz quebrada– por todo lo que yo no les di en términos tiempo o de tranquilidad. Les tocó crecer en un momento en el cual yo tomé una decisión de asumir una forma de vida que los ha expuesto mucho, y fíjate que yo hablo poquito de ellos, porque de alguna manera quiero protegerlos.
Siento que les ha resultado muy doloroso y muy costoso, no solo la amenaza directa que han sentido sobre ellos, sino el ver que golpean, amenazan y maltratan a su mamá. Quizás lo más difícil para mis hijos ha sido entender la agresión en el honor, porque saben que es algo tan importante para mí.
RF:¿Cómo manejaste esas ausencias en los momentos importantes de tus hijos?
MCM:Gracias a Dios, he tenido a mi mamá, a mis hermanas, a mis amigas, que me han suplido. Por ejemplo, en un partido de fútbol de Kike –que jamás en la vida me perdonaré no haber llegado, porque él me lo había pedido–. Yo venía del interior, manejando como loca, cuando ya estaba llegando a Tazón: una cola por un choque. Y esa noche me pasó algo terrible, llegué a la casa y le dije: “mi amor, perdón, perdón” –por no haber llegado al partido- y su respuesta fue: “Tranquila, mamá, yo sabía”, eso me marcó para siempre. Ese es el tipo de cosas que me hacen preguntarme: “¿valdrá la pena?”.
RF: Tus hijos están fuera del país, ¿por qué tomaste esa decisión?
MCM: Fue una decisión muy difícil, ellos no se querían ir del país. Prácticamente, los empujé a estudiar afuera. Estando yo en la Asamblea Nacional, en una intervención, yo estaba haciendo una acusación seria, y el cuerpo se me empezó a paralizar, las palabras no me salían y, créeme, ¡eso en mí es difícil! Lo único que yo pensaba era: “Nana está solita ahorita, saliendo de la universidad”, en mi mente me repetía: “¿dónde está mi hija?”. Y esa noche le dije: “te vas”, su respuesta fue: “no, mamá, yo no te voy a dejar sola”. Fue duro, yo tenía que escoger entre hacer bien mi trabajo como mamá, y hacer bien el trabajo que tengo en la lucha política. Le dije a mi hija: “para yo poder hacer y decir lo que tengo que hacer y decir, ustedes no pueden estar en Venezuela”. Entonces, fue muy doloroso. Después vino la prohibición de salir del país, y por eso los veo muy poquito.
¿Qué ha sido lo más duro de estar lejos de tus hijos?
MCM: Yo no pude asistir a sus graduaciones, porque tengo prohibición de salida del país. Esos tres días de sus graduaciones, han marcado mi vida para siempre, siento que de alguna manera les fallé a mis hijos.
Foto: María Corina Machado
RF: Pero no fue tu culpa…
MCM: Bueno, fue mi decisión hacer lo que hago, y lo asumo. ¡Gracias a Dios existe el Face Time! Cuando Kike se graduó, todo el tiempo tenía el teléfono mostrándome el acto de grado, y Caco también –en su graduación–. Kike me repetía: “Mami, tú estás aquí conmigo”. Y en todas las fotos ponía el teléfono, y yo estuve de alguna manera en sus fotos.
RF:¿Tus hijos quieren volver a Venezuela?
MCM:Mueren por volver. Están afuera fajados trabajando. Pero todos los días me dicen: “Mamá, apúrate, que queremos volver, ¿cuánto falta para que el país cambie?”. Y me parece tan hermoso de la diáspora venezolana, estuve en la frontera, y los chamos que se iban me decían lo mismo. Y si algo a mí me da fuerzas, es que yo recorro Venezuela y siento que son mis hijos los bebés que no tienen vacunas ni medicinas, los muchachos que sienten que no tienen futuro, es por ellos lo que hago.
RF: Cuéntanos tu día a día con tus hijos, ¿cómo es esa rutina?
MCM: Bueno, que se me ocurra a mí mandar un tuit con un error, ¡para que veas cómo aparecen! (risas). Te cuento una anécdota: Un día estábamos transmitiendo en vivo por Periscope, el programa se acabó; no nos dimos cuenta que siguió la transmisión, y yo dije una mala palabra, no era una grosería, pero era una expresión fea. Justo en ese momento, Caco estaba escuchando el programa y me escribió: “Ajá, no que no se pueden decir groserías ¡y, además, en Periscope, mamá!”.
Porque yo he tratado de ser con ellos muy cuidadosa, hay quien dice que un poco exagerada; tal vez, pero creo que se debe cuidar la forma como uno se expresa, el respeto, sobre todo en una sociedad en la que se ha perdido tanto. He sido muy estricta con la redacción, la lectura, el uso de las palabras, creo que es importante.
Algunos dicen que para llegarle al pueblo hay que hablarle chabacano. ¡No!, todo lo contrario, eso es subestimar a la sociedad. Es más, yo que recorro Venezuela, encuentro gente que por muy humilde que sea, es muy digna, muy formal, y exige que se le trate con cuidado y con respeto. La política con chabacanería, es lo que nos ha llevado a donde estamos.
RF: Tu relación con tus hijos, ¿cómo la defines?
MCM: De una profunda confianza, no de iguales, porque a los padres hay que respetarlos. Pero es una relación de decir la verdad, de decirnos cómo nos sentimos –más allá de sus cosas, que si le gusta alguien o el trabajo– me refiero a decir lo que sienten en el alma.
Eres una mujer joven, pero con hijos grandes, adultos, ¿qué tal ser abuela?
MCM: ¡Ay, no! Todavía no, por favor. A mis hijos les digo: tómenselo con calma, no sigan el ejemplo de su mamá.
RF:¿Te da miedo ser abuela?
MCM: Lo que pasa es que yo quisiera poder dedicarle bastante tiempo a mis nietos, y ahorita todo mi tiempo es para Venezuela y esta lucha.
RF:¿Cómo te comunicas con las madres venezolanas?
MCM: A mí me pasa algo, y es que las mamás no necesitamos palabras para comunicarnos. Nos vemos a los ojos y sabemos. Cuando recorro Venezuela, yo siento una magia, una conexión muy íntima de entender la urgencia y la intensidad de este momento. Y algo que a mí me marca es cuando esas madres ponen a sus bebés en mis brazos, porque para mí no hay señal de mayor confianza, que el hecho de darle tu hijo a alguien.
RF:¿Cómo está la situación sentimental de María Corina?
MCM: Bien…
RF:¿Tienes pareja?
MCM: Más que eso, tengo un compañero que comparte mi pasión por Venezuela, mis principios, porque yo siento que eso es lo fundamental para construir una verdadera relación, que haya identidad en los valores y… Vamos a decir que “tolera” mi lucha (risas).
RF:¿Cuánto tiempo hace que tienes esa relación?
MCM: Bueno, ¡parecen 100 años! Son unos cuántos… (risas).
RF:¿Qué recomendación personal le das a las mujeres?
MCM: Yo soy muy exigente y, créeme, pasé la mitad de mi vida sintiendo que yo no era como quería ser, eso me obsesionaba. Eso tiene una parte buena, porque te estimula. Yo hice mi postgrado cuando tenía a mis tres hijos chiquiticos, los tres en cuna. Dormía dos o tres horas al día.
Pero también tiene una parte que puede ser destructiva, de siempre querer ser mejor. Si algo yo quiero decirles, es que hay que reconocerse uno como es, valorarse y tener confianza en uno mismo. Si algún mensaje transmito, es que hay que ser muy aguerrida para ser una mujer hoy en Venezuela: tener los hijos, tener la casa, tener tu propio negocio, tener tus sueños. Mi consejo es: consigue tiempo para ti, cuídate y ten confianza en que no solo vamos a reconstruir el país, sino que vamos a reunificar a tu familia, nos vamos a reencontrar, y la historia va a reconocer lo que esta generación representó para nuestra nación, es es mi mensaje
RF: Tú promueves la lactancia materna…
MCM: Yo tengo mi campaña a favor de la lactancia materna. Yo amamanté a mis hijos 27 meses, nueve meses a cada uno, y a un sobrino también. Cuando mi hermana tuvo a su bebé, mi tercer hijo le llevaba un mes. Mi sobrino nació de 4 kilos y medio, un muchachote; los míos fueron más pequeños (risas). Y el médico, preocupado porque el bebé iba a demandar mucha leche materna, se voltea y dice: “aquí tienes a tu proveedora”; yo me quedé sorprendida, pero le dije a mi hermana: “si tú quieres, yo lo hago” y así fue que en un momento de mi vida, amamanté a mi hijo y a mi sobrino, en la misma época.
RF: ¿Cuál es tu comida favorita?
MCM: La gente cree que es mentira mi pasión por el chicharrón, ¡es absolutamente verdad! Nadie sabe más de eso que yo, lo he catado en todo el país.
El cochino frito, me encanta, hay un parador en San Mateo, cuando vas de Barcelona hacia El Tigre, que es lo máximo; es el cochino frito más delicioso, así agarrado de la parrilla, y te lo comes con la mano. El que te diga que hay un plato mejor, es mentira. No hay nada mejor que el cochino frito. Cuando estaba en la universidad, me comí todos los perrocalientes de Caracas y sus alrededores, me fascinaba un perro caliente de la calle, ese era el rico, no hecho en la casa. Pero hoy en día, me encanta ir por Venezuela y en carretera comer la cachapa hecha allí, el queso hecho allí, la comida de carretera me fascina. ¡Dime tú en Táchira!, que está esa vuelta que la llaman la curva del colesterol, eso es el paraíso terrenal.
RF: Dinos algo, no político, que nunca hayas revelado en ninguna entrevista:
MCM: Lo que pasa es que nadie lo sabe y es supersecreto (risas). Te soy franca, yo no era muy dada a la agricultura; mi mamá me echaba broma y me decía que yo no diferenciaba un repollo de una lechuga. Pero resulta que desde hace unos años, me he apasionado por el cultivo y tengo mi huerto. Es chiquitico, muy modesto, pero he ido sembrando mis lechugas, calabacín, zanahorias, hierbas…
RF: ¿Y ya las diferencias?
MCM: (Risas) ¡Sí! Ya las diferencio, es más, diferencio entre tipos de cebollas, tipos de lechugas. Todavía no he logrado un brote de brócoli, pero estoy en eso. Y la verdad, es que se ha convertido en toda una experiencia que me desahoga mucho y me ilusiona, porque es la vida, verla crecer, reproducirse, innovar y, además, en un círculo de gente cheverísima, que ha estado metida en todo el tema de los alimentos. He ido conociendo gente que está en el tema del cacao, del café, los cultivos, los superalimentos.
Fui descubriendo un mundo que, además, para mí abre una puerta a esa Venezuela en la que vamos a tener, otra vez, el mejor cacao del mundo, el mejor café del mundo. Y, de alguna manera, siento que estoy aprendiendo, estudio, leo, trabajo y, por lo menos un día a la semana, me dedico a esto. Incluso estoy produciendo semillas. Mis hijos me echan broma, y dicen que ahora soy “Heidi”.
RF: Hoy se celebra el Día de la Madre, ¿qué nos puedes decir?
MCM: El Día de la Madre, es un día en el que quizás la familia estaba más unida históricamente en Venezuela. Siempre recuerdo en casa de mi abuela todo el mundo junto, nadie faltaba.
Pero hoy los hogares no están. Yo estoy sin mis hijos, mi casa está vacía, pero no puedo dejar de pensar en esas mamás que tienen a su hijo hoy en una celda o, peor aún, en otra vida. Como mamá, entiendo la urgencia de parar, de detener este horror, pero también la responsabilidad, la obligación de convertir este dolor en aprendizaje, para que nunca se repita. Y creo que eso dependerá fundamentalmente de nosotras, las madres, de transmitirles a nuestros hijos nunca olvidar el sacrificio de estos años, procesarlo sin odio, para que haya justicia y perdón. Para que tengamos una sociedad que le abra a los hijos un futuro, que nunca más un joven se vaya de Venezuela porque sienta que no tiene un futuro aquí.
A las que tienen a sus hijos presos, les digo: no descanso un día hasta que puedan abrazarlos en su casa; a aquellas que los tienen afuera, prepárense, porque los vamos a recibir de vuelta y nos vamos a reencontrar. Y a las que los han perdido, sé que no hay consuelo, pero quiero decirles que estamos unidas.
Un color: Azul
Un lugar: El Páramo Andino
Algo bueno: Mis amigas
Algo malo: La cobardía
Un libro: “Vitas Brevis”, de Jostein Gaarder; y “El Rómulo histórico”, de Germán Carrera Damas.
Una película: La hora más oscura
2018-05-13
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