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Incapaz de llevar comida a casa, la madre de Yusneiker y Anthonella huyó del colapso económico de Venezuela hacia República Dominicana en 2016. Dos años después, el padre de los hermanos también empacó sus maletas con destino a Perú.
Yusneiker, 12, y Anthonella, de 8, ahora están al cuidado de su abuela materna y, gracias a las remesas, logran alimentarse y escapar a la hiperinflación de más de un millón por ciento que enfrentó la nación petrolera el año pasado.
Sin embargo, los niños sufren la ausencia de sus padres.
Cuando enferman, desean tener a sus papás a su lado. Las notas de Anthonella bajaron en el colegio. La niña, de cabellos rizados y ojos oscuros, también perdió el habla y responde a su abuela, Aura Orozco, solo afirmando o negando con la cabeza.
“Incluso todavía hoy se acuesta y le preguntas ‘¿qué te pasa?’ y te dice ‘extraño a mi mamá’”, dijo Orozco, de 48 años, en la sala de su casa en el barrio caraqueño Cota 905.
La migración venezolana ha aumentado a 3 millones de personas en los últimos tres años, y los padres se ven forzados a tomar la difícil decisión de dejar a sus hijos en el país, lo que pone una presión en muchos de ellos.
No hay datos oficiales del fenómeno, ya que el gobierno de Nicolás Maduro niega la existencia de una diáspora y constantemente insiste que las agencias internacionales de ayuda inflan las cifras para empañar la gestión de su administración.
Sin embargo, expertos consultados por Reuters indicaron que hay un crecimiento en la migración y en los efectos que esta produce en los niños que se quedan, desde el bajo rendimiento escolar a problemas de desnutrición en los recién nacidos, cuando sus madres dejan de amamantar para irse.
“Las decisiones que están ponderando los padres (…) son decisiones perder-perder. ¿Pierdo más al no poder cubrir las necesidades básicas en el país o pierdo más cuando sacrifico aspectos de la relación con mi hijo?”, dijo Abel Saraiba, psicólogo de Cecodap, una organización no gubernamental que defiende los derechos de los niños.
En los primeros años de la migración venezolana, era un fenómeno de la clase media, quienes huían en avión. Pero desde hace más de un año, la clase trabajadora realiza largos viajes en autobuses o a pie, a través de peligrosos recorridos como para llevarse a sus hijos.
Muchos de los migrantes se van sin dinero en sus bolsillos y trabajan largas jornadas para luego enviar dinero a casa.
Durante 2018, los niños dejados atrás se convirtieron en la tercera razón de consultas en las terapias de Cecodap. En 2017 era la quinta, según el psicólogo Saraiba.
La organización católica Fe y Alegría, que agrupa a colegios en comunidades pobres del país, sostuvo que hasta enero de este año 6.044 de sus 110.000 estudiantes han visto migrar a sus padres.
La situación se suma a otras penurias de los venezolanos, quienes se enfrentan a la desnutrición, escuelas deterioradas, escasez de medicamentos y comida, ante el colapso de su economía.
Gracias a las remesas enviadas por sus padres, los niños tienen acceso a alimentos y medicamentos. Incluso a regalos ocasionales.
Recientemente, la abuela de Yusneiker fue capaz de comprarle un par de zapatos. Esta es una forma de consuelo que tienen los padres ante sus ausencias.
“Es duro separarse de tu familia. Aunque mis hijos son grandes, no deja de pegarme. Los extraño un mundo”, dijo Omaira Martínez, quien dejó a sus hijos de 17 y 21 años con la abuela de ambos, cuando emigró a Chile hace seis meses, donde trabaja limpiando pocetas.
“Los primeros meses yo lloraba mucho y estaba susceptible”, dijo Martínez.
El Ministerio de Información de Venezuela no respondió a una solicitud de comentario.
Maduro ha advertido a los migrantes de la xenofobia y explotación en los países de la región, por lo que hace cuatro meses lanzó el plan “Vuelta a la Patria”, con el que ha repatriado, según cifras del ministerio de Relaciones Exteriores, 12.000 inmigrantes.
Muchos padres se van con la promesa de un pronto regreso, pero en ocasiones esto no sucede y extienden su estadía en el país receptor.
Angymar Jiménez, de 27 años, se fue a Ecuador para trabajar como manicurista por varios meses, pero dos años después aún tiene a sus hijos, Andrew, de 5 años, y Ailin, de 10, al cuidado de su madre, Iris Olivo, de 69, en un barrio caraqueño.
“La niña al principio decía que su mamá la venía a buscar y se despedía de sus compañeros, hasta que se dio cuenta que no”, dijo Olivo.
En casos más extremos, la migración de madres puede desencadenar desnutrición en sus bebés recién nacidos.
En la Península de Paraguaná, en el noroccidental estado Falcón, Leanny Santander, de un año, sufre de desnutrición, con diarrea y vómito, desde que su madre se fue a Colombia hace siete meses, dijo la abuela del bebé, Nélida Santander.
Los doctores indicaron que los problemas médicos, que también incluyen bronquitis, son causados por la falta de amamantamiento en la niña, añadió la abuela.
“Yo estoy con mi nieta porque prefiero tenerla yo a que su mamá se la lleve por allá a pasar trabajo peor”, dijo Santander, de 50 años. “Aquí está enfermita, pero yo estoy pendiente y hago lo que puedo por cuidarla”.
La migración, en ocasiones, se hace de forma precipitada, por lo que muchos padres dejan a sus hijos sin la protección legal requerida, mientras que los niños quedan en un limbo legal que puede traer consecuencias al momento de inscribirse en el colegio o alguna operación médica, entre otros.
En una encuesta de migración, realizada por Cecodap y la firma Datanálisis, la mitad de las 54 familias entrevistadas no realizaron los procedimientos legales para el cuidado de los niños.
Estas situaciones ponen bajo presión a los infantes, quienes a su corta edad se ven obligados a crecer rápidamente para reconfortar a sus atribulados padres.
“Todos los días hablo con ella”, dijo Yusneiker sobre su madre en República Dominicana. “Le digo que la extraño, que no se preocupe, que yo sé que no me abandonó”.