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Era apenas un raspón en la rodilla. Y los padres de Ashley Pacheco, de tres años, hicieron lo que hace todo progenitor: le dieron un abrazo, le limpiaron la herida dos veces con alcohol y pensaron que estaba todo resuelto.
Dos semanas después, la niña se retorcía de dolor en la cama de un hospital. Le costaba respirar e imploraba a sus padres que le llevasen agua.
La madre se quedó con ella día y noche en el hospital. Se aseguraba de que tuviese el estómago vacío en caso de que pudiese adelantarse a cientos de pacientes para ser operada de urgencia en una de las pocas salas de operaciones que funcionan en el hospital.
Su padre buscó antibióticos por toda Caracas para combatir la infección.
No tenían idea de lo mucho que iban a empeorar las cosas.