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LUNES, 29 DE ABRIL DE 2024
Opinión

Grande Mandela

por Rafael A. Sanabria M. Rafael A. Sanabria M.
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Grande Mandela | Diario 2001
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Rolihlahla Dalibhunga Mandela nació en la villa de Mvezo, Transkei, Sudáfrica, el 18 de julio de 1918.

En la escuela le asignaron el nombre “cristiano” de Nelson.

Desde 2009 por proclamación de la Asamblea General de las Naciones Unidas, se celebra cada 18 de julio el Día Internacional de Nelson Mandela, para reconocer su contribución a la paz y libertad de los hombres.

Sudáfrica era un país donde la injusticia y desigualdad tenían fuerza de ley. Los negros no podían, por ejemplo, habitar en las ciudades de los blancos ni los hijos permanecer con sus padres.

Una escandalosa abominación llamada Apartheid establecida por la minoría blanca súper rica, con un régimen de represión que no podía existir en un mundo que pretenda llamarse civilizado.

A los 20 años, Mandela se unió a la organización de negros Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), y ayudó a fundar la Liga Juvenil en 1943 y fue su presidente en 1951.

Mandela insatisfecho con las viejas políticas de la ANC fundó un movimiento de resistencia no violento de defensa contra las leyes injustas y comenzaron con la desobediencia civil y su lucha desarmada.

Fue perseguido por el gobierno mientras las protestas desarmadas eran reprimidas sangrientamente.

En 1956 lo acusaron de alta traición pero fue absuelto, mientras tanto, la lucha por la igualdad se tornó más sangrienta.

Ocurrió la masacre de Sharpeville cuando la policía disparó a 69 manifestantes negros indefensos y el mundo comenzó a despertar sobre lo que ocurría en Sudáfrica.

Mandela se motivó a adoptar un tono más militante en la lucha contra el apartheid.

El gobierno prohibió la ANC y Mandela pasó a la clandestinidad para formar una nueva ala militar de la organización.

Recibió entrenamiento militar en Marruecos y Etiopía y al regresar fue hecho preso.

En 1964, en el juicio de Rivonia fue condenado a cadena perpetua. Padeció terribles condiciones en las cárceles donde estuvo, y su esposa Winnie Mandela lanzó las alarmas sobre la situación.

Se generaron movimientos pidiendo su libertad, convirtiéndose en el preso político más famoso del mundo.

Su injusta situación, indefenso en una cárcel, fue el fulcro para el desencadenamiento de grandes acciones políticas internacionales.

Sudáfrica, con la antigua Rodhesia ya incorporada, invadió Angola, Cuba, que apoyaba decididamente a Mandela, mandó tropas a Angola que derrotaron a Sudáfrica.

Israel le ofreció armas nucleares a Sudáfrica. Estados Unidos incluía a Mandela en su lista de terroristas internacionales.

La escena ya estaba lista para una nuevo país con interminables luchas internas donde los otros países ponen las armas y el pueblo local la sangre.

Maduraba un nuevo Viet Nam o Yugoslavia o Yemen.

Finalmente el mundo se hizo consciente de la necesidad de extirpar el régimen de Sudáfrica e hizo fuerte presión unidos contra el régimen imperante.

En verdad no parecía que hubiese una salida constructiva, se vislumbraba una guerra civil. El país era una bomba de tiempo.

Las perspectivas eran de caos. De luchas, venganza y destrucción.

El 11 de febrero de 1990 Mandela, con 71 años de edad, al fin salió libre. Había pasado 27 años de su vida preso en terribles condiciones, allí sufrió enfermedades a consecuencia de las cuales moriría en 2013, 23 años después.

En 1993 Nelson Mandela fue electo presidente de Sudáfrica en las primeras elecciones realmente democráticas, donde todos votaban, para conducir al país por la vía de la construcción y la paz.

Su vicepresidente fue quien había sido el presidente del régimen anterior: Frederik Willem de Klerk.

Ese año les otorgaron el Premio Nobel de la Paz. Concluido su período Mandela no fue a reelección y se dedicó a otras actividades humanitarias.

Falleció el 5 de diciembre de 2013 en su casa en Johannesburgo.

Un líder sabio que supo poner por encima de las ofensas y dolores personales, el futuro de su patria.

En Venezuela, con una larga historia de estadistas y regímenes al final fracasados, en cuyas peripecias todos hemos participado, necesitamos un líder de ese calibre personal.

Para reconstruir todo desde el principio con amor al terruño y los coterráneos, sin detenernos en el odio ni la exclusión.

Basta ya de ambiciosos descarados y de fundamentalistas vengadores, todos egoístas. Necesitamos uno, dos, muchos Mandela.

Qué cada uno sea un Mandela.

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