La atrofia cortical posterior es una enfermedad rara del cerebro, que suele empezar afectando la parte posterior del cráneo, la zona que nos ayuda a entender lo que vemos, como reconocer objetos, calcular distancias, distinguir izquierda de derecha o leer con normalidad.
En más del 80 % de los casos, esta atrofia está relacionada con una forma poco común de la enfermedad de Alzheimer.
Para entenderlo mejor, podemos imaginar el cerebro como una ciudad ordenada: en la zona de atrás, como una zona residencial, se encuentran las «neuronas visuales». Cuando una persona tiene Alzheimer, se acumulan unas sustancias dañinas llamadas placas beta amiloides y ovillos de proteína tau, que afectan primero a las neuronas relacionadas con la memoria y el pensamiento.
En el caso de la atrofia cortical posterior, estas sustancias dañan especialmente las neuronas de la parte posterior del cerebro, provocando que estas zonas se deterioren o se atrofien.
El Alzheimer no solo afecta la memoria, sino que en esta variante ataca primero el área visual. Eso hace que las personas tengan dificultades para interpretar lo que ven o para usar objetos, aunque su vista en sí pueda estar bien.
Problemas como leer, conducir, vestirse o calcular distancias se vuelven muy difíciles. Con el tiempo, también pueden surgir confusión, ansiedad o dificultades con el juicio y la memoria.
¿Cómo descubrir si se padece de esta forma de Alzheimer?
Primero, mediante exámenes médicos como resonancia magnética para ver la estructura del cerebro y PET o SPECT, que muestran cómo funcionan y se nutren esas áreas dañadas.
También se puede analizar una muestra de líquido cerebroespinal (obtenido por punción lumbar) para medir los niveles de proteinas amiloides y tau, marcadores típicos del Alzheimer.
No existe cura ni un tratamiento que detenga la progresión. Sin embargo, en algunos casos se prueban medicamentos que se usan en el Alzheimer para intentar aliviar los síntomas, aunque aún no hay evidencia sólida de que realmente funcionen.
También pueden ayudar terapias como fisioterapia, terapia ocupacional o ejercicios cognitivos, junto con medicamentos para tratar síntomas específicos como depresión o ansiedad.
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