Diez años después de que el transbordador Columbia estallara en el aire, con siete astronautas a bordo, en una mañana de cielo despejado sobre Texas y Luisiana, la agencia espacial estadounidense NASA conmemorará mañana sus tres desastres mayores.
El Columbia fue el primero de los cinco vehículos de su tipo operados por la NASA, y había acumulado 201.497.772 kilómetros en sus 4.088 órbitas en veintiocho misiones cuando, al término de la última de dieciséis días, el 1 de febrero de 2003, estalló en su reingreso a la atmósfera y a solo 16 minutos de su meta en el Centro Espacial Kennedy, de Florida.
La catástrofe, tras menos de dieciocho meses de los ataques de Al Qaeda contra EE.UU., fue tan estremecedora que muchos estadounidenses especularon de inmediato acerca de otra acción terrorista.
La congoja nacional fue similar a la que siguió al estallido, el 28 de enero de 1986, del transbordador Challenger, 73 segundos después de su partida.
La conflagración del Challenger, que mató también a sus siete astronautas dejó estupefactos a millones de televidentes y en particular a los escolares encariñados con Christa McAuliffe, la primera maestra que iba a partir rumbo al cosmos.
En su mensaje a la nación tras el desastre del Columbia, el entonces presidente George W. Bush dijo: "La inspiración del descubrimiento y el anhelo de comprensión conducen a la humanidad a la oscuridad más allá de nuestro mundo. Nuestra aventura espacial continuará".
Treinta y seis años antes, un 27 de enero, al comienzo del programa estadounidense de misiones tripuladas, el veterano astronauta Gus Grissom, el primer estadounidense que salió de una cápsula al espacio, junto con Ed White y el novato Roger Chafee perecieron en su cápsula Apollo 1 al tope de un cohete, durante una prueba previa a la misión, a consecuencia de un incendio ocurrido en la cabina.
El programa Apollo no fue abandonado y continuó hacia su culminación con los primeros descenso de seres humanos en la Luna.
Paradójicamente, la falla que, según una comisión investigadora, causaría muchos años después la destrucción del Columbia, no fue nueva ni imprevista.
El Columbia, que en total transportó a 160 astronautas y pasó 300 días y 17 horas en el espacio, había realizado su debut en una misión entre el 12 y el 14 de abril de 1981.
A su retorno, los técnicos detectaron daños en la cubierta de placas térmicas que, extendidas sobre la panza y los bordes delanteros de las alas, protegían a este tipo de naves de las temperaturas de hasta 2.000 grados Celsius causadas por la fricción en el retorno a la atmósfera terrestre.
En la misión de 2003, algunos trozos de la espuma que recubría el tanque de combustible, desprendidos en el lanzamiento al espacio abrieron hendeduras por las cuales, en el reingreso, irrumpieron gases ígneos que desintegraron la nave y a sus tripulantes.
Tras el accidente hubo una pausa de dos años y medio antes de que Estados Unidos reanudara misiones de los tres transbordadores que le quedaban -Discovery, Atlantis y Endeavour- con muchas cautelas e inspecciones de todos sus sistemas.
Los transbordadores, con 135 lanzamientos y 133 misiones exitosas, fueron los vehículos esenciales para la construcción de la Estación Espacial Internacional, un complejo de 100.000 millones de dólares que orbita a 27.000 kilómetros por hora y a unos 385 kilómetros de la Tierra.
La última misión de un transbordador espacial ocurrió en agosto de 2011, y desde entonces los tres vehículos que sumaron millones de kilómetros a la jornada extraterrestre de la humanidad han pasado a ser piezas de museo en Nueva York, California y las afueras de Washington. EFE