Juan Ernesto Páez / Pumar@JuanEPaezPumar
En las postrimerías de la Venezuela Saudita y en la cuenta regresiva hacia el inminente “Viernes Negro” de 1983 surge en el país una modalidad de entretenimiento muy particular.
Era como llevar las grandes discotecas de la época dorada del Disco Music a domicilio. Rumba “delivery”, pero con los ritmos que se heredan de “Fiebre del sábado por la noche” y Travolta que ahora se rebautizan con el calificativo genérico de “changa”.
Muy común era para ese entonces ver a grupos de jóvenes y adolescentes cargando inmensos “cajones” que no eran otra cosa que las cornetas por las cuales, al más alto volumen posible, saldrían los pegajosos decibles que harían mover la anatomía de cientos de personas a la vez. Se había instaurado el reinado de las minitecas.
Uno de esos chamos que se iba en cambote con sus panas del liceo de “toque en toque” en las noches caraqueñas era el mayor de los hermanos Sanabria, Eduardo.
Este liceísta de El Valle ya tenía el gusanito del dibujo, pero antes prueba suerte como discjockey de la “Sweet Face” (Cara Dulce) donde se engolosina con las mezclas y el furor que provoca su “arte” entre vinil y vinil.
2015-07-17