San Clemente I, conocido también como Clemente Romano, fue elegido Pontífice en el año 88 y murió mártir en el año 97, cuando fue ejecutado. El Papa Clemente fue arrojado al mar encadenado a un ancla.
San Ireneo testificó en sus escritos la fidelidad de San Clemente a Cristo, dada su cercanía con los Apóstoles. “Había visto a los Apóstoles”; “se había encontrado con ellos”; “todavía resonaba en sus tímpanos su predicación, y tenía ante los ojos su tradición”, afirmaba sobre Clemente el gran obispo de Lyon. Por eso, la Iglesia lo considera uno de los Padres Apostólicos.
Durante su pontificado, Clemente I restableció el sacramento de la Confirmación de los cristianos según el rito de San Pedro, y se empezó a usar en el rito católico -universal- la palabra “amén” (“Así sea”, como señal de conformidad y adhesión expresada en la liturgia).
Asimismo, intervino sabiamente en muchos problemas de las comunidades cristianas, especialmente de las más alejadas de Roma. San Clemente dio orientaciones en la mayoría de los casos, mostrando la delicadeza de su espíritu y su preocupación pastoral. Sus cartas están llenas de esas orientaciones propias del buen pastor, consciente de ser el representante de Cristo en la tierra y de que un Pontífice está obligado a salvaguardar la unidad. Por ejemplo, debido a las desobediencias constantes de los corintios a sus sacerdotes.
La fiesta de San Clemente I, cuarto Papa y tercer sucesor de Pedro, se celebra cada 23 de noviembre.
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