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Parapente: libertad de volar en las nubes

Viernes, 24 de noviembre de 2017 a las 08:00 pm
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Redacción 2001 | [email protected]

“Volar es ser libre, estar en contacto con la naturaleza”, cuenta Wilmer García, de 42 años de edad, mientras sobrevuela en parapente por la nueva carretera Mamera-El Junquito, municipio Libertador.
El piloto tiene cinco años haciendo vuelos comerciales desde esa zona. En total son cuatro personas las que guían a quienes se atreven a vivir una aventura única por los aires.

Se lanzan desde el kilómetro 16 de El Junquito. Cerca de la arteria vial en dos áreas habilitadas para el despegue.

La primera está en la parte más alta, a donde llegan la mayoría de los curiosos. En esa zona está el tarantín donde dan la información y un puesto para quienes quieren tomarse un café o chocolate caliente, también hay chucherías para pasar el rato.

El espacio de salida es relativamente pequeño. Ahí abren la vela, extienden los cables y los ayudantes de los pilotos les echan una mano. El cliente sólo debe correr y seguir las instrucciones en el salto al precipicio. Instantes después, la persona ya está volando.

El segundo puesto de salida está unos metros más abajo. El área es más grande, cómoda y hay menos gente. Ahí solo un ayudante colabora para extender la vela y desenredar los cables. El resto del despegue es igual que en el primer punto de partida.

Arriba los nervios que se pueden haber apoderado de la persona, desaparecen. Hay quienes dicen que tienen “mucha ansiedad” mientras esperan porque quieren salir de eso “ya”, pero en el cielo las cosas cambian. “Esto es tranquilidad. Hay que disfrutar de la vista”, cuenta Wilmer.

Abajo de sus pies se ve la vía, carros que parecen hormigas, montañas, la neblina que se apodera de El Junquito y demás personas volando en parapente.

El paseo dura entre 10 y 15 minutos, depende de las condiciones del viento. Para algunos el tiempo pasa lento, pero hay quienes aseguran que se desconectaron de todo y ni se dan cuenta que el reloj “voló”.

El recorrido arriba varía, el clima es el que marca todo. Hay pilotos que vuelan bien alto, tanto así que desde abajo parecen aves, otros se desplazan con tranquilidad a buena distancia del suelo, y los más atrevidos hacen “piruetas”, movimientos que ponen a más de uno los pelos de punta y la adrenalina a millón.

“Es lo más parecido a sentirse como un pájaro”, señala Joan Sánchez, piloto.

El aterrizaje va condicionado con el viento.

Hay varias zonas verdes para caer y si es cerca de la carretera el equipo de parapente busca a la gente en un carro. Cuando se está llegando al suelo la recomendación es levantar las piernas, nunca encorvarlas porque se golpearían. Se llega sentado y sin problemas.

Seguridad. Los vuelos son completamente seguros, afirman los pilotos. En cinco años que tienen ahí no han sufrido -“gracias a Dios”, -dicen- accidentes. Tanto el cliente como el acompañante llevan cascos y un morral en el que cada uno tiene un paracaídas.

Lo que le piden a quienes se van atreven a vivir la aventura es que lleven zapatos deportivos y ropa cómoda.

Los encargados de la actividad cargan un radio que está en la misma frecuencia con los demás. Por ahí hablan de las condiciones el tiempo y dónde van a caer. “Es prioridad el piloto que vuela, por eso siempre nos comunicamos”, cuenta Wilmer.

Junto a él hay tres pilotos comerciales más: Joan Sánchez, de 32 años de edad; Yoham Guerrero, de 33; y Edgar Morillo, de 38.

Los dos primeros comenzaron a volar desde los 10 años de edad en la zona montañosa de El Ingenio en Guatire, estado Miranda. En esa época ayudaban a quienes se lanzaban de parapente a doblar las velas y demás accesorios. Después de un tiempo éstos les regalaron a los 18 chamitos que conformaban el grupo un equipo de vuelo. Los muchachos empezaron a practicar lanzándose desde zonas bajas, luego desde colinas y después tramos más largos. Hoy en día Joan y Yoham son dos de los voladores con más experiencia en el país.

Ellos aseguran que para pasarla bien también toman en cuenta el viento, cuando “está de cola” no despegan porque el aire pega de espalda a ellos y genera turbulencia. Tampoco lo hacen cuando llueve o hay neblina, en el último caso es porque no se visualiza el panorama, lo que dificulta direccionar el parapente.

Para todos. Quienes quieran vivir esta experiencia deben pesar entre 40 kilos y 100 kilos. Hay personas con discapacidad motora que han sobrevolado sin ningún problema. Ni la estatura ni la edad son impedimento para disfrutar del parapente.

Los pilotos hacen hincapié en que el peso de la persona es fundamental, pues ellos suman los kilos del cliente, más los del experto y los 50 del equipo. Aseguran que es peligroso volar si entre todos hay menos de 180 kilos o más de 210.

“De resto, solo es importante tener las ganas de hacerlo”, agrega Wilmer.

2017-11-25