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El humo comenzó a salir de la camioneta Kia apenas un equipo médico de emergencia rompió el vidrio de una de las ventanas traseras. Adentro del vehículo se veía el cuerpo de una mujer reclinada en el asiento del conductor. Las llaves del auto colgaban de la ranura del encendido.
¿Quién era esa mujer? ¿Por qué su vida terminó allí, en la playa de estacionamiento de una tienda barata?
Mientras esperaba que los vapores desapareciesen, la policía notó algo obvio: lucía un uniforme marrón y blanco bastante conocido. Por la noche, amigos la identificaron como María Fernandes, soltera, de 32 años, que trabajaba por el sueldo mínimo en tres locales de Dunkin’ Donuts y a menudo dormía en el auto entre turno y turno.
A los pocos días Fernandes era recordada en la web como una heroína trágica, una víctima de la economía moderna. Algunos amigos que pasaron junto a su ataúd no pudieron contener la ira.
"La sociedad a menudo mira de reojo a la gente que trata de mantenerse a flote", se quejó Rochelle Sylvestre al tomar la palabra durante el funeral. "¡María ganó la batalla! ¡Está ganando!".
María Fernandez trabajaba la mayoría de los días de las dos de la tarde a las nueve de la noche en un pequeño local de Dunkin’ Donuts en la principal estación de trenes de Newark. De 10 de la noche a seis de la mañana atendía un segundo local en Linden. Los fines de semana, trabajaba de las ocho de la mañana a la una de la tarde en un tercer local, en Harrison, donde a veces pedía trabajar más horas.
Con frecuencia se veía agotada, según uno de sus compañeros de trabajo, Alaaddin Abuawanda.
Se recostaba en unas cajas de cartón en el negocio de Harrison para dormir 15 minutos. Cuando la llamaban, respondía en broma "no".
Esta no era la vida que Fernandes deseaba.
Una década atrás les dijo a amigos que quería ser actriz. También habló de estudiar cosmetología.
Había recorrido un largo camino para tratar de hacer realidad sus sueños. Nació en Fall River, Massachusetts, hija de inmigrantes portugueses. Cuando tenía 11 años el padre, un soldador, llevó a la familia a un pueblo de la costa atlántica de Portugal.
"Se sentía perdida en un sitio que le resultaba extraño", relató su media hermana Olinda Moreira.
En 1995 vio un Volkswagen con placas de Nueva Jersey y se puso a hablar con su dueño, José Ribau, quien estaba visitando su pueblo. Se hizo amiga de las hijas de Ribau.
Seis años después, Fernandes se apareció sorpresivamente en la casa de Ribau en Newark. Tenía 19 años y una valija.
"Siempre habló de volver a Estados Unidos", comentó Cristina Ribau Orama. "Era solo cuestión de tiempo".
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Fernandes consiguió trabajo en la panadería Calandra. Los administradores recuerdan que en 2010 habló de conseguir un nuevo trabajo porque tenía que mantener a las hijas de un novio. Fue así que empezó a trabajar en Dunkin’ Donuts.
Había conocido al novio, Richard Culhane, en la internet. Cuando él perdió su trabajo en la construcción algunos meses después, le insistió en que se fuese a Newark con ella, a pesar de que no se conocían en persona, y le pagó el primer mes de alquiler. Pronto estaban viviendo juntos.
Culhane todavía se muestra perplejo por su generosidad. Dice que una vez le compró una tienda a un desamparado que vio cerca de su trabajo. Cuando pusieron fin a su relación, ella siguió comprándoles videojuegos a sus hijos.
"Cuando se fue, estaba pagando por casi todo", dice Culhane. "Era como si quisiese hacerse cargo de mí".
El hombre cuenta que Fernandez quería mucho a sus hijos, pero se sentía abrumada por la bulla que hacían. en 2011 la pareja se retrasó en el pago del alquiler y el propietario de la vivienda les inició un juicio por desalojo, pero al final llegaron a un acuerdo para ponerse al día con los pagos.
Fernandes dejó de trabajar en la panadería y se consiguió empleo en un segundo Dunkin’ Donuts. Luego en un tercero. Sus compañeros de trabajo dicen que en todos se pagaba el sueldo mínimo, que en Nueva Jersey es hoy de 8,25 dólares la hora (hasta hace poco era de 7,25), o muy poco más.
"Le dije mil veces, ‘deja uno de tus trabajos. Trabajas demasiado"‘, afirma Culhane. "Pero ella decía que no, que se había acostumbrado" a trabajar tanto.
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Algunos de los gastos de Fernandes eran opcionales y reflejaban opciones personales. Amigos suyos recuerdan que a veces los ayudó a costear alimentos o viajes.
Fernandes era parte de un grupo de ocho o nueve mujeres que adoraban a Michael Jackson y que cuando el cantante murió, comenzaron a viajar a California cada mes de junio para visitar su tumba.
"Para mí, cuando se dice que no estás sola, quiere decir que Michael está siempre aquí", dijo Fernandez en un video filmado frente al mausoleo de Jackson en junio de este año.
Fernandes ganaba lo suficiente para costearse ese viaje anual. Si bien no está claro cuánto percibía exactamente, trabajaba al menos 87 horas cada semana, probablemente más, según amigos. Ello equivaldría a un ingreso anual de unos 36.000 dólares, incluidas dos semanas de vacaciones.
Pero cada vez tenía menos tiempo para disfrutar del dinero. En junio le dijo a las otras mujeres que no podría viajar a California. Sin embargo, las sorprendió al aparecerse en el cementerio. Al anochecer, había desaparecido de nuevo.
"Ella sabía que trabajaba para ir a California a ver a Michael", expresó su amiga Dar ‘Shay White.
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Esta primavera el perfil de Fernandes le llamó la atención a Glen Carter, un veterano del ejército de 33 años. Carter dijo que trató de convencerla de que se fuese con él a Pensilvania. Fernandez comenzó a considerar seriamente esa posibilidad cuando se vio por primera vez con Carter a principios de agosto. Ambos llevaron a la hija de Carter al Hersheypark.
Carter le insistió en que se fuese con él, pero a Fernandes le preocupaba la idea de que los negocios de donuts se quedasen cortos de personal.
Poco antes del amanecer del lunes 25 de agosto, Fernandez terminó su turno nocturno. A mitad camino de la casa, paró en la tienda Wawa.
"Puedes llamar si quieres", le dijo a Carter en un mensaje de texto y los dos hablaron de lo que harían ese día. Fernandes se recostó en el asiento para descansar un poco.
No volvió a despertar.
Adentro del vehículo la policía halló el tubo de gas que Fernandes tenía en el asiento trasero. Estaba volcado, con una pérdida. Ella falleció por inhalar esos vapores, en lo que fue considerado un accidente, según el médico forense del condado de Union.
En el cementerio, los dolientes dejaron rosas en su ataúd color crema.
Junto a la tumba, un compañero de trabajo de Fernandes, Armando González, miró de reojo su reloj. Tenía el tiempo justo, dijo, para llegar a su casa, ponerse el uniforme marrón y blando y presentarse para cubrir el turno de las tres de la tarde.
"La vida continúa", expresó.
2014-12-06