El AC Milan volverá a disputar unas semifinales de Liga de Campeones 16 años después de la última vez.
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Lo consiguió tras una eliminatoria en la que despertó de su sueño a un Nápoles (1-1, 2-1 resultado global) que pese a todo será histórico, pero en la que rubricó un perfecto ejercicio de resistencia y una demostración de madurez que le abrió las puertas a una gloria que puede ser aún mayor.
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La noche mágica que quería el Nápoles en su estadio, en un Diego Armando Maradona devoto con los once de a pie y con el pastor que les guía.
Un Luciano Spalletti que introdujo a Politano en el perfil diestro por Lozano cómo única variante táctica, sin tener en cuenta las obligadas por sanción de Min-Jae y de Anguissa, comenzó exactamente como seguro habían soñado.
El Nápoles fue netamente superior al Milan en los primeros quince minutos, un control total del encuentro y de la posesión, hundiendo a los ‘rossoneri’ en área propia.
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Eso sí, con ocasiones que apenas inquietaron la puerta de Maignan. Un discreto disparo de Kvaratskhelia, otro de Politano y un remate de Osimhen sin peligro.
Pero el empuje, la presión eficiente y el desparpajo de ‘Kvara’ mantuvieron al Nápoles como dominador indiscutible del encuentro en la que tenía que ser la noche de la temporada ante un Milan que, como ya demostró en octavos, no parece sentir presión en Liga de Campeones.
Un Milan que es capaz de exhibir una madurez y un empaque imperturbable, sabedor de que su partido pasaba por esa fase de control napolitano, pero también plenamente conocedor de sus armas.
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Unas que no tardó en sacar a pasear y que dieron resultado a las primeras de cambio. Leao, la más peligrosa de todas, fue el que activó a su equipo y le hizo crecer, provocando un penalti que silenció toda la ciudad de Nápoles. Giroud se postuló para encarrilar la eliminatoria.
Golpeó con su zurda, pero no encontró la gloria que buscaba. Esa que si encontró Meret bajo palos, elevado de nuevo al cielo pocos minutos después con otra parada salvadora al propio Giroud, que volvió a frustrarse en la que no parecía su noche.
El partido, pese a que seguía controlado por el combinado ‘azzurro’ y que se mantenía con el empate inicia
El Milan había despertado y Spalletti se mostró muy preocupado desde el banquillo, con el mismo semblante que en la ida cuando su equipo no marcó en los primeros minutos. Como si supiera exactamente lo que le iba a suceder a su equipo.
Y es que poco después, en el enésimo ataque posicional del Nápoles, cuando el partido se dirigía suavemente al descanso, Ndombele, que entró en el once por la baja de Anguissa, cometió un error que al principio no pareció fatal.
Su problema fue que ese mal control en zona de tres cuartos fue a parar al único jugador que es capaz de hacer peligro a 65 metros de la portería, un Leao que en cuanto recibió tuvo claro su plan.
Empezó su recorrido, ganando velocidad con cada zancada y fue eliminando rivales uno a uno. Ndombele, Di Lorenzo, Rrahmani. Nadie pudo pararle.
Se plantó en área rival con la facilidad de quien se sabe superior y cuando Meret salió a achicar, cedió el esférico a un Giroud que solo tuvo que empujarla para resarcirse de sus dos acciones anteriores.
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Se marchó tocado el Nápoles a los vestuarios, además de algo cabreado por un posible penalti no pitado sobre Lozano, que entró por el lesionado Politano, pero volvió a empezar fuerte el segundo acto.
No fue con la abrumadora intensidad del primero, pero volcó de nuevo el choque sobre el área milanista.
Esta vez fue un Maignan que, si bien esta noche no tuvo demasiado trabajo, sigue probando que no hay muchos porteros mejor que él en la actualidad.
El penalti errado, en cambio, no acabó con toda esperanza napolitana. Osimhen consiguió derribar el muro ‘rossonero’ con un testarazo en el descuento. Fue demasiado tarde.
El Milan vuelve a estar entre los grandes 16 años después, desde aquella edición de 2007 que acabó ganando. El Nápoles despierta del sueño.
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