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Miguel Cabrera ¡El despejado camino a los 3.000!

Jueves, 21 de abril de 2022 a las 11:41 pm
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18 de abril de 1983, Gregoria Torres dio a luz en Maracay a José Miguel Cabrera; un portentoso bebé que llevaba además el nombre de su padre. Temprano, a los 3 años de edad; el pequeño Miguel pisaba por primera vez un estadio de beisbol, era la génesis de la actual hazaña que hoy Venezuela entera está por celebrar.

Su abuelo materno, el viejo José; lo enseñó a jugar el deporte que con su desmesurado talento, tendría después la virtud para sólo batir y batir récords.

Creció el muchacho, y creció a pasos agigantados: selecciones municipales, estadales e internacionales lo vieron brillar año tras año en el beisbol menor.

No fue sencillo. Sin embargo, José Miguel tomará la confianza desde muy chiquito en la disciplina de los bates y las pelotas. Un incidente que presenció, pareció asustarlo… Una pelota golpeó a toda velocidad a un compañero en categorías inferiores al empezar, y, el hoy indiscutible toletero, se negaba a regresar al estadio después de ser testigo de aquel impacto que a priori lo acobardó.

«Se fue entusiasmando otra vez cuando veía a sus amigos ir a practicar», contaría su madre, tiempo después.

No existían grandes lujos en la casa de los Cabrera, el niño para entonces lo sabía y trataba de entender en diversas ocasiones la falta de abundancia. Sus padres revelan que la crianza resultó dura, pero repleta de humildad.

Miguel Cabrera, el padre, tenía otra pasión además del beisbol: con un rudimentario taller de latonería y pintura, edificó modestas cifras económicas para inculcar en su hijo el deporte y la educación, acompañados de lucha y disciplina… Elementos que forjaron la mentalidad de un triple coronado.

Miguel, el muchacho humilde de La Pedrera

La Pedrera, el barrio humilde que lo vio crecer, recuerda también la firmeza de su madre, sobre todo para los tiempos de colegio y liceo; en donde el cinturón se volvió más asfixiante, si se quiere. Las metas estaban claras: por encima de un futuro bigleaguer; Miguelito sería ante todo, un hombre de bien.

La comunidad no siente sino máximo orgullo: es un deportista élite con varios talentos además del beisbol. La cancha y el estadio, allí fue donde más se le miró.

A los 13 años, con la madurez necesaria para describir con claridad lo que anhelaba, pidió conversar con sus padres: «Quiero ser un pelotero profesional», soltó el aún adolescente, con varios pendientes a cuestas en esa oportunidad.

La respuesta de los Cabrera Torres, fue tan tajante como el deseo expreso de su interlocutor: «Entonces vamos a meterle más disciplina a ésto, beisbol y educación, liceo y estadio, sin falta», profirieron sus progenitores.

En este punto, los consejos de Doña Goya, la matriarca. se triplicaron: José Miguel tenía estrictamente prohibido jugar voleibol, deporte en el cual también era bueno.

Pero el beisbol empezó a tomar definitivamente todo su tiempo. En 1997, su prominencia ya ganaba amplio reconocimiento nacional y fue llamado a integrar la Selección de Venezuela en categoría junior para disputar el Panamericano de San Luis en los Estados Unidos.

Y todo fue una premonición, porque precisamente en territorio norteamericano a donde luego volvería como profesional para batir arduos récords, fue donde inició su periplo de calidad y excelencia.

La organización de aquel incipiente torneo de finales de los años 90 le otorgó a Miguel Cabrera la distinción de mejor campocorto, máximo jonronero, y campeón bate. Al llegar a su tierra natal, la entidad que lo vio nacer ya conocía de sus logros en el extranjero a través de la prensa y de los hilos telefónicos, por lo cual le tenían preparado un altísimo estandarte: "Miguelito" sería reconocido con la distinción de Excelencia a la Juventud Aragüeña.

El destino de Cabrera tomando forma

La proeza juvenil no pasó desapercibida, y su nombre empezó a correr entre los cazatalentos. A su casa en La Pedrera, empezaron a llegar extraños visitantes: decían una y otra vez pertenecer a distintas organizaciones de Grandes Ligas… El destino de Miguel arrancaba a tomar forma.

Ya en su residencia no estudiaban historia, o geografía; en lugar de esas materias, "Los Cabrera" revisaban, celosamente, todas las ofertas, con la certeza necesaria para saber que su hijo estaba por delante.

De pronto, y con tanto por ser pensado, llegaron los para el momento todavía Marlins de Florida, una mañana de 1999: 1 millón 800 mil dólares, monto que representaba el ofrecimiento de firma más elevado de Venezuela. Dignas estadísticas para quien, sin lugar a dudas, se ha convertido en el mejor beisbolista en la historia de estas tierras.

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