Raúl Jiménez Sánchez
Oliver Stone es uno de los más importantes directores de cine contemporáneo. Eso es innegable. Sus películas de los 80 y 90 son el resultado de una mirada profunda y beligerante respecto a la sociedad norteamericana blanca y conservadora. Ningún tema álgido escapó a su visión: el racismo, el sordo poder político, el poder económico sin sensibilidad, la inmoralidad de los medios de comunicación y, por supuesto, la controvertida Guerra de Vietnam, en la cual, dicho sea de paso, él peleó en su juventud.
Y justamente la descarnada disección que ha hecho el cineasta neoyorkino de ese absurdo conflicto en el que se empeñó Estados Unidos, le ha significado dos merecidos premios de la Academia de Hollywood al Mejor Director: en 1986 por “Pelotón” y en 1989 por “Nacido el 4 de julio”, dos contundentes cintas en las cuales quedaron de manifiesto las heridas abiertas que dejó la Guerra de Vietnam en una sociedad polarizada y en la afectación espiritual y física que marcó a los veteranos que regresaron vivos del frente de batalla.
Oliver Stone también ha destacado como guionista, justamente en este rubro ha sido nominado al Oscar por “Salvador” (1986), “Pelotón” (1986), “Nacido el 4 de julio” (1989), “JFK” (1990) y “Nixon” (1995); lo ganó en 1978 por la impactante cinta del director inglés Alan Parker “Expreso de Medianoche”.
Su inquieta curiosidad lo ha llevado a escribir en géneros diferentes: en terror “La Mano” (1981), en el épico y de aventuras “Conan, El Bárbaro” (1982) e incluso la versión cinematográfica del musical “Evita” (1996).
Pero sin duda es su trabajo como director lo que más ha maravillado a sus fieles seguidores. Además de las ya mencionadas, no podemos olvidar clásicos irrepetibles como: “Wall Street” (1987), “The Doors” (1991), “Asesinos por naturaleza” (1994) o “Vuelta en U” (1997).
Especial énfasis hay que hacer en su obra de 1991 “JFK”, un verdadero “tour de force” que desmenuzó las diferentes teorías que se manejan en torno al brumoso asesinato del 35º presidente de EEUU, John Fitzgerald Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. La agilidad de la trama, la densidad y profundidad en el tratamiento de los distintos elementos y sospechosos, el destacadísimo elenco que dirigió y la estremecedora reconstrucción de los hechos, hacen de esta una película crucial en la carrera de Stone.
Pero algo ocurrió cuando el siglo XXI recién iniciaba. Oliver Stone dio un giro singular que lo llevó a perder su toque creativo y se nubló su antes preclara visión de cineasta incisivo. Pareciera que una sobredosis ideológica lo infectó y no ha habido curación que lo reencamine. No se trata de que antes no recurriera a su indudable sentido izquierdoso para dar explicaciones o resolver con acertada experticia sus tramas, lo cual es y siempre será absolutamente plausible, lo que abruma es que intelectualmente haya perdido la sindéresis y el balance, y ahora Stone solo observe que la panacea a los grandes problemas del hombre moderno sea “la fe socialista”, impoluta, sana y no corrupta, plagada de prohombres que solo saben hacer del bien común su norte. Y como sabemos, ningún camino humano debe ser idealizado, porque todo es susceptible de imperfecciones. Es como si aceptáramos “bondades” en el nazismo, lo cual, claro está, es imposible. En esa misma medida Oliver Stone se ha convertido en un adalid del socialismo (casi comunismo), lo cual lo ha transformado en un intelectual desaforado y autoanulado, porque carece de la integridad que aporta el necesario balance.
Así las cosas, en 2003 dio un indigesto primer paso con la presentación de su documental “Comandante”, una desmesura laudatoria en torno a la figura del dictador cubano Fidel Castro. Más adelante, en 2014, un siguiente documental aún más precario y sesgado: “Mi amigo Hugo”, una extravagancia fílmica que ofrece su opinión, completamente desbalanceada, sobre el fallecido mandatario venezolano Hugo Chávez.
El documental se ha vuelto su rocambolesca herramienta propagandística, en la que ha continuado sin pudor exponiendo sus más afiebradas ideas. Así ofreció su versión poco objetiva sobre el curso político socialista que adoptó América Latina en la década pasada en “Al sur de la frontera” (2009), camino ideológico que, como ya se sabe, ha sido paulatinamente desechado en el presente decenio. Retomó a Castro como figura central en su insoportable “Castro en invierno” (2012). Su último despropósito en este sentido ha sido su insólito trabajo pseudoperiodístico titulado “Entrevistas a Putin”, que intenta humanizar al dirigente ruso caracterizado por su autoritarismo y opacidad. A Stone le ocurre en este caso lo que le pasa a todos los comunistas norteamericanos y europeos: admiran al hombre con puño de hierro de países distintos a los de ellos, pero que de seguro adversarían visceralmente si lo padecieran en su propia casa…
Sus trabajos de ficción también perdieron fuelle, ahí están la desastrosa “Alejandro Magno” (2004), la flojísima “Las Torres Gemelas” (2006) o la paradójica “W” (si en “Mi amigo Hugo” se retrata al paladín de la justicia, en “W”, de 2008, se radiografía dantescamente al villano por excelencia: George W. Bush, un film que raya en lo irrespetuoso y poco serio, aunque reconocemos ciertas pizcas de humor caricaturescas).
Quizás su perfil ha intentado remontar en sus más recientes películas, así “Wall Street 2: El dinero nunca duerme” (2010), “Salvajes” (2011) y “Snowden” (2016), a pesar de seguir su senda políticamente sesgada, han resultado más potables y notoriamente mejor realizadas.
Estamos celebrando su cumpleaños número 71 (Nueva York, 15/09/1946), y vamos a ser nosotros los que pidamos un deseo: ¡Queremos que vuelva el viejo Oliver!, el de los 80 y 90, el que nos maravilló con su visión brillante, innovadora y retadora, que impactó con contundencia a aquella juventud y, en general, a todos los amantes del cine a nivel mundial.
¡Queremos que el vocero político de ideas fracasadas se esfume!
Stone debería revisitar sus propias películas, en particular “Asesinos por naturaleza”, en la que podría verse reflejado en el personaje de Robert Downey Jr., el periodista Wayne Gale, quien sin ética ni moral solo desea vender una historia conscientemente desvirtuada. Al final esa misma historia lo devora sin misericordia alguna. Oliver, no vaya a ser que a ti te ocurra, tristemente, lo mismo…
2017-09-15