“Desde los 8 años mis padres me compraron un teclado y me inscribieron en clases de música”. La frase es simple, casi doméstica, pero en la vida de Edgar Solórzano abre una grieta por donde se filtra todo lo que vino después. A los 16, el bajo entró en escena por accidente: “Tenía un grupo de amigos en el colegio que estaban formando una banda… me dijeron que faltaba un bajista. Pedí un bajo de cumpleaños sin tener idea de qué era o cómo sonaba”. Ese impulso adolescente—más sociabilidad, que vocación—terminó en una obsesión. Cuando la banda se disolvió antes de empezar, a él le quedó el instrumento y el reto de demostrar que no era “otro antojo”. Se encerró a aprender por su cuenta y se enamoró del mismo.
Hay carreras que se planifican con calendario y hay trayectorias que se forjan a puro ensayo. La de Solórzano pertenece a la segunda especie: disciplina, curiosidad y una fe callada en el oficio.
El clic que cambió todo
“Llegaba del colegio, agarraba mi bajo y no dejaba de tocar hasta la noche. Me veía todas las clínicas y tutoriales que se atravesaran”. El día que nació YouTube, subió un video. No esperaba mucho. De pronto, miles de vistas y un mensaje: alguien en su ciudad buscaba bajista. Lo invitaron a tocar. La banda se llamaba VIA. Tocaban seis noches por semana, a veces múltiples shows por noche. Entre focos y cables, Edgar encontró su escuela: “Los músicos de esa banda eran ya muy experimentados… Aprendí muchísimo de ellos”.
En ese circuito, el joven que había pedido un bajo por pertenecer a un grupo empezó a pertenecer a una comunidad: colegas que pasaban de gira, miembros de proyectos increíblemente exitosos como Voz Veis y Mermelada Bunch, una escena que exigía puntualidad, oído, seriedad y—sobre todo—tono.
El hilo conductor: el tono
Cuando se le pregunta qué lo diferencia, no apela a virtuosismo ni a pirotecnia: “Siempre hablan de mi tono”. Es un detalle que parece técnico pero que, en la práctica, define carácter. El tono es la huella dactilar del sonido. En Solórzano, esa huella combina limpieza, intención y un sentido de sostén que no busca el centro del reflector; lo construye. “Me defino como un team player. Me gusta complementarme con la banda y hacer el trabajo por el que me contrataron. Hacer todo lo posible para que el artista principal brille”. Esa ética de servicio—tan poco ruidosa como decisiva—explica por qué su bajo se volvió pasaporte.
Veinte años en movimiento
El mapa profesional de Edgar tiene coordenadas claras: Venezuela como punto de partida; Sur de la Florida como base de operaciones; y una ruta que mezcla estudio, escenario y estudio de grabación.
Entre 2006 y 2016, VIA fue su escuela de carretera y tarimas. Luego vinieron proyectos emblemáticos: Nauta, fundado por exmiembros de Voz Veis, con el que grabó “Al Natural” (2013) y giró dentro y fuera del país; y Mermelada Bunch, banda reconocida por su show en vivo, donde cumplió como bajista interino.
En 2017 se muda a Estados Unidos y abre una segunda etapa: más bandas, más versatilidad, más estudio. En la Florida ha sido parte de VAM Band, The Clique Band (Tropics Entertainment), Streetlight, The Negotiators, Wonderama, Kavilla Band y Night Horizon, entre otras. En 2021 cofundó Miami Mambo System, un laboratorio donde el latín dialoga con el rock en inglés y que dejó su primer álbum, One, con seis temas y músicos de la escena miamense.
Hoy, su agenda combina el pulso de la tarima con la constancia del estudio. Es bajista de South Florida Heatwave Band, una agrupación líder en entretenimiento con más de tres décadas activa en el estado; colabora con Manuel Diquez—guitarrista/corista de Franco De Vita y nominado al Latin Grammy—en grabaciones y en el concierto Para Nadie para YouTube; y se ha sumado al proyecto country de Ry Rivers, con una gira nacional en preparación.
Formación, reconocimientos y marcas que confían
Entre 2017 y 2022, Edgar estudió Music Performance en Broward College, con un pie en el jazz y otro en la tecnología musical. En su lista de maestros aparecen nombres como Rodolfo Zúñiga y Jonathan Dadurka, mientras completaba materias de música contemporánea, composición y music technology. Esa columna académica afinó lo que la carretera había templado.
En vitrinas cuelgan premios que cuentan historia: La Estrella de Venezuela como músico revelación (2014), el Mara Internacional al Mejor Músico (2015) y una nominación al Mara Internacional (2017). También avalan su trabajo marcas que lo han nombrado artista oficial: Spector, Phil Jones Bass, LK Straps y Barefoot Buttons. No son medallas decorativas: son señales de confianza de la industria.
Oficio, versatilidad y la idea de “servir la canción”
El currículo dice “bajo eléctrico (4, 5 y 6 cuerdas), sintetizadores y secuencias, producción musical, giras internacionales”. Traduzcamos: un músico que entiende lo que pide cada canción y lo entrega sin distraer del objetivo. Pop, rock, funk, latin, jazz, country: géneros distintos, mismo principio. El bajo no compite con la melodía; la sostiene. El bajista no busca ser protagonista; busca que el front brille. Esa coherencia se siente en tarima—donde un buen groove vale más que mil notas—y se escucha en estudio, donde el sonido habla por uno.
Volvamos al origen. Un teclado a los 8, un bajo a los 16, un video que se viraliza sin brújula, una llamada que abre una puerta, diez, veinte, cien escenarios, y una frase que lo resume: “Siempre hablan de mi tono”. Hay carreras que se sostienen en hitos; la de Edgar Solórzano se sostiene en hábitos. Practicar. Escuchar. Aprender. Tocar. Volver a tocar.
En un mundo que premia el destello, Edgar eligió el pulso. Al celebrar 20 años de trayectoria, su historia no suena a casualidad: suena a oficio. Y ese tono—el que colegas y artistas reconocen—no es un accidente; es la huella de alguien que entendió temprano que la música, al final, se trata de servir la canción. Y de hacerlo todos los días como si fuera la primera vez.
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