No es un episodio anecdótico la narración bíblica del encuentro entre David y Goliat. A lo largo de los siglos se repite la prepotencia de quienes se sienten dueños de la vida y bienes de los demás, sin tomar en cuenta los sufrimientos y carencias de los más débiles. Parece una ilusión soñar con una paz duradera y justa en la que se respete por igual a las partes.
Se creyó después de la segunda guerra mundial que la experiencia vivida en esos años, millones de muertes de inocentes, hambre y miseria más allá de los campos de batalla, soldados de ambos bandos que perdieron la vida, genocidio contra el pueblo judío procurando su exterminio en los campos de concentración, parecía suficiente para poner punto final al mayor desprecio a la vida que se había dado en el planeta tierra.
La esperanza puesta en la ONU
La creación y firma de los derechos humanos en la Organización de Naciones Unidas, abría un postigo a la esperanza para que esto no volviera a ocurrir sobre la faz de la tierra, como la máxima bíblica después del diluvio.
La historia posterior desmiente aquel sueño, pues las guerras han seguido en diversos enclaves del mundo con las secuelas incurables que producen. Sufren los más pobres y quienes deben ser los primeros promotores de la paz son los productores de armas mortíferas.
Contradicción flagrante del derecho inalienable de la vida que debe arropar a la humanidad entera.
Lo absurdo de un exterminio
Lo más abyecto parecía ser el genocidio. Qué argumentos racionales puede haber para decretar el exterminio de un pueblo por razones étnicas, económicas, políticas o religiosas. Ninguno, porque el derecho a la vida es inalienable.
La lectura del libro “Guerra y terrorismo en el corazón de Europa”, en el que el Dr. Diego Arria recoge sus memorias como embajador de Venezuela ante las Naciones Unidas y Presidente del Consejo de Seguridad de la ONU (1991-1993), proporciona al mundo entero el testimonio irrebatible de un “enano” enfrentado a los “gigantes” que deciden según sus intereses la vida de pueblos enteros, sometidos a la barbarie de hombres desalmados que estando al frente de un gobierno utilizan las armas para masacrar, en este caso, a los pueblos musulmanes de la antigua Yugoslavia.
Otro absurdo en Europa del este
Es escalofriante seguir el desarrollo de una guerra absurda y sin sentido contra el pueblo bosnio, simplemente para satisfacer la destrucción de una raza y de un credo con los que no había otra alternativa que eliminarlos.
Duele más, que quienes tienen la obligación política y ética de velar por la vida de los pueblos, le daban poca importancia a este exterminio porque no estaba entre sus prioridades.
La ONU, organización mundial necesaria para la paz y convivencia del planeta queda en entredicho y es lo que el Papa Francisco nos recuerda “la historia da muestras de estar volviendo atrás.
Repetir la fatalidad
Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos…el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día” (Fratelli tutti 11).
La mejor lección de este libro es la coherencia de pensamiento y la defensa de valores más allá de las conveniencias personales o del Estado que se representa. La voz de los débiles, de los que aparentemente no tienen derecho ni a opinar, marcó en el conflicto bosnio, una lección.
La verdad siempre triunfa, David le puede a Goliat, no con las armas sino con la defensa a ultranza de la vida de cualquier ser humano.
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