Ahora, cuando ya nos aproximamos al cierre del año, es el momento habitual de sacar las conclusiones de los 365 días que acaban de pasar, así como de buscar las señales que nos permitan predecir qué es lo que nos espera en los meses por venir.
Lamentablemente para los venezolanos, la respuesta es bastante pesimista desde hace mucho tiempo.
Y es que no hay que ser un genio de la economía o de las finanzas públicas para saber que, si el accionar de quienes administran la nación no cambia, seguiremos rodando cuesta abajo por este precipicio sin fin que es nuestra cotidianidad.
Desde ya se nos está anunciando que lo que compramos hoy con $100, nos costará $150 el año que viene.
Y esto es una prueba de las dimensiones del error y el fracaso económico en el que tercamente se insiste.
Muchos creyeron que, con la libre circulación del dólar, el fantasma inflacionario quedaría conjurado, pero ya vemos que no es así.
Y no es así por una razón muy sencilla: la escalada de nuestros precios se debe simple y llanamente a la mínima disponibilidad de bienes en el mercado nacional, que es desbordada por la gigantesca demanda.
Vamos con otro ejemplo aún más dramático. Según el Banco Central de Venezuela, un dólar cuesta hoy Bs. 9,97. Es decir, es 19,12% más caro que hace exactamente un mes, cuando la cotización oficial era de Bs.8,37.
Además, un dólar en el mercado paralelo cuesta Bs.11,88, lo cual es un 19,15% más costoso que la tasa oficial.
En resumen, seguimos padeciendo la letal inflación en bolívares, a la cual se le suma ahora la inesperada inflación en dólares.
Todo es, repetimos, la consecuencia de no ser más el país próspero y productivo que alguna vez fuimos.
Con estas perspectivas, no creemos que esa burbuja, ese espejismo tan manido de que “Venezuela se arregló”, pueda mantenerse hasta muy entrado el año 2023.
Esa ilusión ha dependido básicamente de un esfuerzo monumental del sector privado, así como de las remesas que envían la mayoría de los 7 millones de compatriotas expatriados; pero todos sabemos que no es lo suficientemente orgánica como para mantenerse en el tiempo.
Y lo que más indigna de esta situación, es que está muy lejos de deberse a falta de ganas por parte del venezolano.
Nuestro ciudadano es trabajador, madrugador, emprendedor y con iniciativa. Si algo quieren nuestros compatriotas es salir adelante con su propio esfuerzo, con sus conocimientos, con sus estudios y con su creatividad.
Pero si no hay un gobierno que ponga las reglas claras, que administre con sensatez y conocimiento, que sirva de árbitro de la actividad económica sin intervenir en ella, la mejor de las buenas voluntades se va a hundir hasta el fondo, en las arenas movedizas de la insensatez.
El emprendedor venezolano no tiene leyes claras, no hay protección jurídica ni seguridad no hay un marco de reglas precisas que se mantengan en el tiempo. Sencillamente no hay confianza, porque los mismos que han errado tanto en discursos como en hechos, la han destruido.
Sí ha sido un paso favorable el permitir la libre circulación del dólar y relajar los numerosos e inútiles controles que prácticamente asfixiaron al país. Pero ya vemos que no es suficiente.
Y no es suficiente porque ya comprobamos que no sirve de nada contar con la posibilidad de tener dólares en el bolsillo, cuando los precios que vamos a pagar están fuera de nuestro alcance, o cuando nuestro ingreso es irrisoriamente bajo.
La solución, a los ojos de los expertos y de la lógica más elemental, es tener una oferta amplia y suficiente de productos hechos en Venezuela, para de esa manera no tener que depender de la importación, ni pagar el costosísimo precio de la escasez.
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