La indignación de los caraqueños ha escalado esta semana, tras la insólita noticia de que se les han impuesto unos nuevos símbolos para la ciudad.
Como era de esperarse, semejante noticia llenó de desconcierto e incredulidad a la gente. ¿Por qué y para qué cambiar los símbolos caraqueños? ¿De qué proceso se deriva tan descabellada idea? ¿Por qué la ciudadanía no ha sido informada, ni participa?
Lo increíble del caso, es que la cuestionada idea avanzó “a paso de vencedores” y para el día 13 de este mes el Concejo Municipal capitalino aprobó la modificación del escudo, el himno y la bandera de la ciudad caraqueña.
Puertas cerradas a los caraqueños
Los funcionarios que se ufanan de estar al frente de una gestión transparente, participativa y de puertas abiertas para todos, se encierran cuando les conviene y se hacen los sordos cuando les viene en gana.
¿Qué hay tras esta insólita e impopular decisión? Pues, como sucede con todo lo que se hace de manera opaca, solo podemos aventurar suposiciones. Pero también, viendo lo que ha sido el recorrido de una manera bastante particular de hacer política, probablemente estemos bastante acertados.
Consideramos que se trata en primer lugar, de lo que la sabiduría popular llama por allí “medalaganismo”. Una sencilla pero tóxica manera de hacer las cosas simplemente porque les da la gana, como hábito. Para demostrar que tienen el poder y que, según la concepción que tienen del mismo, no hay por que rendir cuentas, consultar a los afectados o llegar a consensos. Basta con la imposición y ya.
Luego, se trata de un afán de borrar la historia, los hechos, lo que es significativo para nuetro gentilicio. Hay que sustituirlo por un invento nuevo, sacado de debajo de la manga y que venga con cero kilómetros.
Se intenta borra todo, decir que no éramos país antes de que ellos llegaran al poder. No hay pasado, nada sirve; todo hay que hacerlo de nuevo para crear un año 1 de una nueva república, que en realidad ha existido por más de 200 años y que tiene mucho de qué estar orgullosa. Pero no, hay que esconder y arrebatar.
Por otro lado, consideramos que acciones atropelladas de este tipo –que son el pan de cada día de la Venezuela actual- simpemente son potes de humo lanzados a conveniencia, para marear a la opinión pública y obligarla a hablar de otro tema, en lugar de los reveses y desventuras que son el día a día en Caracas y en toda Venezuela.
Necesidades reales de los caraqueños
Por ejemplo, ¿por qué no ocuparse del muy deteriorado Metro de Caracas, en lugar de intentar borrarle a la ciudad su identidad e historia?
Teníamos el mejor Metro del planeta en aquel momento y estábamos orgullosos de eso. Era un lugar común decir que el comportamiento de los caraqueños cambiaba del cielo a la tierra apenas descendía por las escaleras del subterráneo. La elevada calidad de aquel Metro nos invitaba a ser los mejores ciudadanos mundo.
Hoy, no queda ni rastro de aquello. No tiene aire acondicionado –sí, aunque suene increíble alguna vez lo tuvo-; las escaleras mecánicas no funcionan, los trenes son escasos y los pasajeros se desbordan en los andenes. Las recurrentes fallas convierten los viajes de los usuarios en una penitencia.
Y es así como el nuevo lugar común de que “Venezuela se arregló” rueda aparatosamente por el suelo ante una realidad tan cruel como contundente.
Y es así como hoy nos encontramos con una Caracas huérfana y despojada. Sin su león cuatricentenario, sin un experimento de colectividad y modernidad que alguna vez nos enorgulleció y con una simbología ajena, marcada de un sesgo político que no todos compartimos, que nos separa y nos divide, cuando eso es justamente lo que menos necesitamos.
La imposición de símbolos que no nos pertenecen está destinada a naufragar. La tradición no se borra de un plumazo ni por una orden o decreto. La historia seguirá allí, terca, para contradecir a la impostura. Esta Caracas está herida, pero con su espíritu de siempre.
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