Hay personas que convierten cada silencio en una broma. Otras que cuentan chistes en el momento más inapropiado. Y también están quienes, pese a esforzarse, parecen no lograr nunca esa risa colectiva: el chiste se queda en el aire.
¿Es solo personalidad, mala educación o hay algo más profundo detrás de ese impulso incesante por hacer reír o por no hacerlo?
El humor es una herramienta social poderosa: une grupos, rebaja la tensión y libera neuroquímicos de bienestar. Pero en algunas personas el impulso por bromear pasa de ser una elección a convertirse en una compulsión. No es solo “ser el gracioso” o “querer gustar”: hablamos de cambios en el control inhibitorio, en la percepción social y en la regulación emocional.
En otras ocasiones, la exagerada necesidad de bromear aparece tras una lesión, un accidente o una enfermedad neurológica. Y hay más: ciertos rasgos de personalidad y estilos de humor (por ejemplo, buscar atención constantemente) pueden convertir a un “payaso simpático” en alguien que desgasta su entorno.
Antes de entrar en los ejemplos clínicos y las explicaciones médicas, conviene tener claro esto: el humor humano tiene bases biológicas y sociales. Reír implica procesos cognitivos (detectar la incongruencia), emocionales (empatía) y motores (respuesta física). Por eso no todos reaccionamos igual ante el mismo chiste: factores culturales, contexto y la historia personal actúan como filtros de lo que consideramos gracioso. Dicho de otro modo: alguien que “no da risa” no necesariamente es menos gracioso; puede que su timing, su estilo o su propósito no encajen con el grupo.
Cuando el chiste se convierte en una patología
Ahora bien existe una condición neurológica concreta llamada Witzelsucht (del alemán “adicción a los chistes”) que convierte a algunas personas en bromistas patológicos: hacen juegos de palabras, chistes fuera de lugar y comentarios inadecuados con compulsividad.
Casos clínicos clásicos y revisiones médicas describen pacientes que, tras lesiones en el lóbulo frontal, especialmente en la región orbitofrontal derecha, desarrollaron una necesidad incontrolable de decir chistes, a veces acompañada de conductas infantiles o desinhibidas. Este cuadro aparece en literatura médica como una manifestación del daño frontal y puede coexistir con estados llamados moria (comportamiento pueril y jocoso) o con otras alteraciones del control emocional.
Un ejemplo citado con frecuencia en divulgación es el caso publicado en informes de 2016: un hombre mayor que, después de un ACV, empezó a coleccionar páginas enteras de chistes y a despertarse por la noche para contárselos a su esposa. Ese impulso era tan fuerte que la vida cotidiana de la pareja se vio afectada y el diagnóstico terminó siendo Witzelsucht asociado a daño neurológico. La ausencia de autocensura y el uso de humor ofensivo o escatológico son rasgos comunes en estos relatos
¿Cómo distinguir un rasgo de personalidad de una señal de alarma?
Inicio brusco o cambio notable: si una persona que antes no era particularmente bromista comienza de repente a hacer chistes compulsivos tras un accidente o a partir de cierta edad, conviene evaluar neurológicamente.
Desinhibición social persistente: decir cosas ofensivas sin percibir la incomodidad ajena o repetir bromas sin contexto puede indicar afectación frontal.
Coexistencia de otros síntomas: pérdida de planificación, apatía, cambios en la empatía o en el juicio social suelen acompañar lesiones en la corteza prefrontal.
Pero no todo se reduce a daño cerebral. La investigación sobre la ciencia del humor muestra que reír es también un proceso complejo ligado a la empatía y a la capacidad para detectar incongruencias; hay estilos de humor adaptativos (afiliativo, automejoramiento) y estilos menos saludables (agresivo, autocrítico).
Personas que siempre “se hacen los chistositos” pueden estar empleando el humor como estrategia social o como mecanismo para gestionar ansiedad o inseguridad —y, en contextos concretos, eso está vinculado a rasgos de personalidad como el histrionismo o a estrategias de afrontamiento aprendida, señala el portal psychologytoday
Además, investigaciones y notas de divulgación han vinculado la capacidad para generar humor con procesos cognitivos complejos; hay estudios que incluso asocian ciertos tipos de humor con indicadores de creatividad o inteligencia, aunque esto no significa que todo humor busque validación intelectual: muchas veces es un intento de pertenencia o de elevar el estatus social.
Fotos cortesía de Freepik
Visita nuestras sección: Internacionales
Para mantenerte informado sigue nuestros canales en Telegram, WhatsApp y Youtube.