El dolor menstrual, también llamado dismenorrea, es una molestia común que muchas mujeres experimentan durante su periodo. Este dolor suele aparecer en la parte baja del abdomen o la espalda y puede variar desde una incomodidad leve hasta cólicos intensos que afectan las actividades diarias.
La principal causa está relacionada con las contracciones del útero. Durante la menstruación, el organismo libera sustancias llamadas prostaglandinas, que ayudan a que el útero se contraiga para expulsar el revestimiento endometrial. Cuando estas contracciones son muy fuertes o las prostaglandinas se producen en exceso, se reduce el flujo sanguíneo y aparece el dolor.
Factores como la edad, los antecedentes familiares, el inicio temprano de la menstruación y algunas condiciones médicas, como la endometriosis o los miomas, también pueden influir.
Aunque es una experiencia común, si el dolor es intenso o incapacitante, se recomienda consultar con un especialista para descartar problemas de salud y recibir el tratamiento adecuado.
Dolor menstrual y dolor crónico
Un reciente estudio de la Universidad de Oxford, publicado en The Lancet Child & Adolescent Health, revela que las adolescentes que experimentan dolor menstrual moderado o severo presentan un riesgo significativamente mayor de desarrollar dolor crónico en la adultez.
El análisis incluyó a más de 1.100 participantes del estudio de cohortes Avon Longitudinal Study of Parents and Children. Se observó que, a los 15 años, quienes sufrían dolor menstrual severo tenían un 76 % más de probabilidad de padecer dolor crónico a los 26 años, en comparación con quienes no tenían dolor; aquellas con dolor moderado presentaron un riesgo incrementado del 65 %. Además, entre las personas sin dolor menstrual, un 17 % desarrolló dolor crónico más adelante.
Este estudio es pionero en establecer una conexión entre el dolor menstrual en la adolescencia y el dolor crónico en otras partes del cuerpo como cabeza, espalda, abdomen, caderas y articulaciones, no solo en la zona pélvica.
Los investigadores atribuyen este fenómeno en parte a la neuroplasticidad elevada durante la adolescencia; la exposición repetida al dolor menstrual puede sensibilizar el sistema nervioso, alterando cómo el cerebro procesa el dolor y aumentando la vulnerabilidad en el futuro.
Los autores subrayan la necesidad urgente de intervenición temprana, una mejor educación menstrual y la reducción del estigma asociado al dolor menstrual, que con frecuencia es desestimado como parte “normal” de la menstruación.
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