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Andinos se la juegan para traer comida a Caracas (+Fotos)

Viernes, 03 de febrero de 2017 a las 08:00 pm
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Arnoldo Arcaya |  [email protected]

Cada martes por la noche, la familia se sienta alrededor de la mesa, rezan, comen, sonríen, echan cuentos. Al finalizar, la mujer y su esposo se levantan, abrazan a su hijo, él se despide de los “pures” y agarran carretera. No volverán a ver al pequeño hasta el sábado en la tarde.

Kilómetros y kilómetros de carretera, algunos inconvenientes en alcabalas, colas en el camino y un poco de incomodidad para descansar en la vía es lo que viven María Mota y su cónyuge, Rafael Guerra, al salir de Táchira hacia Caracas. ¿Su objetivo? Estar todos lo jueves a primera hora ya listos para que los capitalinos puedan comprar frutas y verduras a “buen precio” en el mercado de los gochos.

“De martes para miércoles la pasamos en Lara, ahí cargamos frutas (melón, lechosa, piña, entre otras); a las 10 am ya salimos para Caracas. Llegamos en la tarde y comenzamos a montar la feria”, relata Rafael, trabajador de uno de estos puestos. Él tiene 26 años de edad, desde los 10 añitos está en el negocio. Comenzó laborando con un familiar y desde 2016 lleva gran parte del trabajo sobre sus hombros.

Cuenta que la noche de los miércoles los hombres duermen en el camión, las mujeres se van a casa de un familiar. Entre los varones se turnan para vigilar. “Gracias al Santo Cristo de La Grita nunca nos ha pasado nada”, suelta.

Los jueves, el “gallo canta” a las 4:30 am. Todos se paran y comienzan a ordenar las cosas. Las mujeres llegan a eso de las 6:20 am, y antes de las 7 am están “subiendo la santamaría”.

Afirma que la jornada es ardua durante varias horas, se turnan para desayunar, almorzar o ir a un baño prestado por la zona cercana a donde se estacionan. No todos los jueves son iguales, a veces pueden hacerse las 3 de la tarde sin que hayan probado bocado alguno.

Las 6 pm es una “hora pico” para ellos, muchas personas que salen de sus trabajos van directo a buscarlos. Atienden hasta pasadas las 7 pm.

Los viernes es el mismo movimiento, solo que la hora de cierre es luego del mediodía. En la tarde-noche salen hacia Táchira, van livianos. Llegan en la mañana. Ahí vuelve a comenzar el trabajo.

“Empiezo a buscar qué vamos a llevar en el próximo viaje, ver precios. La cabeza no me sale del negocio, comienzo a pensar dónde está esto, dónde está aquello. Los domingos busco la carga, los lunes los sacos y el martes montamos todo en el camión”, relata Rafael.

En esos días también deben pagar, hacer facturas, sacar muchas cuentas, canalizar la “guía” -permiso que genera el Instituto Nacional de Salud Integral (Insai) que especifica todo lo que llevarán en el camión- y demás.

Así son todas sus semanas durante casi todo el año. Descansaron sólo una semana de diciembre y la primera de enero. “El trabajo no puede parar”, insisten.

La familia. María tiene un niño de 8 años de edad, ella se unió al negocio por Rafael, tiene casi un año viajando y asegura que su vida cambió por completo. Antes se dedicaba a otros quehaceres, cuidaba chamitos en su pueblo, hasta que se dio cuenta que su esposo necesitaba ayuda.

“Sacrificamos un poco. Lo que más extraño es no estar con mi hijo”, se lamenta mientras su rostro se llena de alegría recordándolo. “Cuando me ve los sábados sale corriendo, me pide la bendición, pregunta cómo me fue, yo le pregunto por la escuela”, cuenta sonriente.

Afirma que al principio era difícil, el pequeño lloraba, ya no. “Una vez llovía y me dijo: ‘mamá no voy a llorar, pero usted se tiene que ir a mojar’. Lo hizo. ‘¿Vio? Yo no lloro’”.

Ellos buscan todo en La Grita a unos 20 km de distancia de donde viven. De ahí prácticamente no salen cuando están en “sus días libres”. “Allá están los negocios, los bancos. A mí me dicen que ya no salgo de ahí. Es poco lo que uno comparte en la casa”, dice la mujer.

Para estar más tiempo juntos, decidieron llevar al pequeño a Caracas. “Él agarra los plátanos, ayuda a ordenar, recoge las bolsas, ve si la gente no quiere pagar, está muy pilas de todo”.

Cuando ella se viene sola para Caracas está en contacto constante con sus padres y niño. Los viejos se quedan tristes y preocupados. “Hablo con ellos todos los días, en la mañana y en la tarde. Su mayor miedo es que nos saqueen con tanta hambre que hay en el país. Estamos siempre de la mano con Dios”, finaliza.

FOTOS: Mairet Chourio

2017-02-04