Daisy Galaviz | [email protected]
En las riberas del Guaire, cerca del puente que enlaza Las Mercedes con la autopista Francisco Fajardo, pernoctan más de 20 personas, quienes, pese a formar parte de la categoría "en situación de calle", mantienen una sonrisa de par en par.
Allí, muy cerca de uno de los más importantes centros financieros de la capital, niños, jóvenes y hasta una pareja adulta mayor "sobreviven" en ranchos fabricados con cartón, bolsas de plástico, alambres y otros materiales; todo porque "la vida nos ha dado duro, pero por lo menos tenemos qué comer".
El equipo del Diario 2001 fue recibido por el joven Eduard Antonio Machado, un chamo de 21 años, quien rechaza ser llamado “indigente” pues se reconoce a sí mismo como “un sobreviviente que debe mantener esposa y un hijo”.
Machado relata que ninguno de los jóvenes que se encuentran en el sitio son familia, pero se sienten como tal, pues viven, comen y se cuidan unos a otros día día. Explica que se conocieron “en la vía”.
La visita coincidió con la hora del desayuno, por lo cual tenían desplegado el banquete: sobras de pasticho, rolls de sushi, ensalada y boloñas de carne servidas en pedazos de cartones que hacían las veces de platos.
Vivir de la recolección
Uno de los integrantes de esta especie de “comuna”, a quien conocen como “el carro de Drácula”, explicó que tienen tres semanas en el lugar y que se adueñaron del espacio pues los que les antecedieron “perdieron el viraje del trabajo y se volvieron malos”.
Agrega que “nosotros trabajamos más que los siete enanitos; somos deshuesadores; reciclamos potes de agua, cartón, hojas de papel, latas… y con ese dinero vivimos”.
Añade que ellos duermen todos los días en sus “penthouses”. Detalla que tienen “todas las comodidades”; excepto cuando llueve, pues deben resguardarse en el CVA y allí pasan la noche.
Otro de los “sobrevivientes” es Neifer Fernández, un joven quien llegó hasta tercer semestre de ingeniería petroquímica en Ciudad Bolívar y vino a continuar sus estudios en la UCV, pero los paros académicos hicieron que dejara la carrera.
Cuenta que cuando llegó a la capital se hospedó en Carapita, pero uno de sus primos se metió en problemas y a él le tocó a emigrar. Dice que no vive mal, que sus mayores problemas se presentan cuando los funcionarios policiales se “ponen cómicos”. No obstante, hay una especie de pacto con los uniformados: “mientras no haya delitos en la zona, podemos permanecer aquí”.
Refieren que ninguno tiene prontuario y que “no estamos pendientes de robar a nadie, sino de trabajar”. No esperan soluciones mágicas, lo único que piden al gobierno o cualquier autoridad es la donación de uniformes, botas y palas para “trabajar la basura”.
De todito frito
Edward Machado relata que su primera labor del día es buscar qué comer. Asegura que conocen los horarios cuando las panaderías y restaurantes de la zona sacan sus sobras. Acto seguido empiezan a jurungar para ver qué “pescan”.
Cuenta que casi todos los días tienen un menú diferente: a unos les toca pizza o hamburguesa; a otros huesos de pollo frito, y los días buenos comen pasticho y carne .
Machado dice que, además de las migajas, diariamente toman hervido y comen un “de todito frito” compuesto por recortes de carne de cochino, res y pollo.
“La negra Tomasa” es la mujer con más edad en el sitio. Ella y su esposo podrían ser la representación de los padres que actualmente no tienen a la mano estos muchachos. Tomasa afirma que ella está ahí porque “la vida así lo quiere” y se siente feliz “haciéndole de comer a los chamos”.
Su higiene
Neifer Fernández sostiene que buscan el agua potable “donde sea” y la almacenan en potes de mayonesa. A la hora de bañarse van a un estacionamiento de una tienda de discos donde hay un grifo: “nos echamos agua entre todos”.
Indica que a sus parejas les permiten limpiarse en el baño de la discotienda, y que los fines de semana se van al río de Petare “y quedamos limpiecitos”.
FOTOS: Jacob Antircopy
2016-10-13