Leo estos días que Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones, que anunciaron su “separación temporal” en agosto, vuelven a vivir juntos para dar una oportunidad a su matrimonio. No es que me parezca mal, al contrario, les deseo todo lo mejor, pero no puedo evitar sentir cierto escepticismo sobre sus probalidades de éxito. Y no es porque se trate de ellos en concreto, sino porque, en general, nunca he creído en eso de “vamos a darnos un tiempo” o “tomarse un descanso”.
Por supuesto, conozco a gente a la que le fue estupendamente y, después de un paréntesis temporal, retomaron la relación y ahí siguen, tan bien o tan mal como cualquier otra pareja. Pero una es ya perra vieja y ha visto lo suficiente como para dejarse dar gato por liebre, a estas alturas, y mucho menos para intentar darlo.
Porque para mí, decir “vamos a tomarnos un tiempo” es un eufemismo. Es lo que alguien dice cuando no se atreve a afrontar la realidad, ya sea de cara a otro alguien o consigo mismo. Es un estado de pre-abandono, la milonga que se le cuenta al otro para que el palo sea menos duro, una ruptura por fases, en pequeñas dosis.
El objetivo, aunque inconsciente, es ganar tiempo para que ambos se hagan a la idea, pero guardándose en la manga el as cobarde de poder volver si el proyecto de nueva vida que nos hemos montado se nos tuerce o dejamos de verlo claro. Lo he visto hacer mil veces, a hombres y mujeres. Quiero volar sin ti, pero antes de hacerlo, mientras practico un poco, me esperas pseudocongelado, por si me doy el batacazo.
Otras veces no es tan ruin, no hay una bala en la recámara, es solo que la pareja no funciona pero los miembros que la conforman se niegan a aceptarlo. Miedo a la soledad, a equivocarse… hay tantos motivos como personas en el mundo. Y nos contamos mil películas y nos agarramos a un clavo ardiendo con tal de no coger el toro por los cuernos. Porque hacemos cualquier cosa con tal de evitar el dolor, no asumimos que forma parte de la vida, y en lugar de aceptar nuestros huecos, nuestros vacíos, y vivir con ellos, tratamos compulsivamente de llenarlos, con lo que sea. Algunos más que otros, bien es verdad.
Nunca he tenido rupturas temporales. Bueno sí, miento. Una vez, y no fue cosa mía. Transigí porque estaba enamorada y era demasiado joven y estúpida, pero sabía perfectamente que, llegados a ese punto, no había nada que hacer. Prometí intentarlo cuando retomamos el asunto, pero mi falta de fe me llevó pocos meses después a decir a aquello de colorín colorado… Y no me arrepiento.
Aunque bueno, lo dicho, cada uno es mundo. Es solo que me cuesta mucho creer que dos personas con problemas como pareja los vayan a arreglar tirando un tiempo cada uno por su lado. Siempre he pensado que, si de verdad hay amor, hay que luchar juntos, y si no se puede, pues no se puede. Lo demás son trucos, vulgares argucias y apaños. Pero claro, esto no es más que teoría, opinar es gratis y es muy fácil hablar… por hablar. / 20 Minutos
2013-10-07