AFP
Bienvenido a Viena, capital autoproclamada del turismo macabro, con sus catacumbas con cuerpos momificados, su cementerio con tres millones de muertos y hasta un bebé en formol apodado "El diablo".
La ciudad del vals también encierra curiosidades fúnebres a las que se propone sacar partido para convertirlas en un eje de desarrollo turístico único en su estilo.
"Los aspectos sombríos o morbosos de Viena son un plus fuera de lo común para promover la ciudad", asegura Florian Wiesinger, de la oficina de turismo, que acaba de colgar en la red un vídeo invitando a visitar los "compositores descompuestos" que descansan en el cementerio.
Cuna del concepto "pulsión de muerte" de Sigmund Freud, la antigua capital de los Habsburgo siempre ha cultivado una relación especial con todo lo macabro. Ya lo dice el proverbio, "la muerte debe ser vienesa". Y está el dicho: el objetivo último de una vida exitosa es un buen entierro.
Según Helga Böck, directora del museo de pompas fúnebres de Viena, esta tradición procede de la nobleza. "Para la corte imperial los funerales eran una ocasión de mostrar su poder. El pueblo adoptó la costumbre, lo que explica la peculiaridad de la cultura funeraria en Viena".
Un patrimonio tétrico que hace las delicias de cientos de miles de visitantes cada año. La cripta imperial cuenta con los sarcófagos de 149 miembros de la realeza, como la emperatriz Sissi y su esposo Francisco José, cuyo país celebra el centenario de su muerte el 21 de noviembre de 1916. Cada año la visitan 200.000 personas.
‘Cazafantasmas’
Viena también contiene sorpresas menos conocidas, como un laberinto de decenas de kilómetros de galerías construidas durante siglos debajo de la ciudad, con cuerpos momificados naturalmente en las mazmorras.
En la Edad Media se encerraba allí "a las monjas que tenían la desgracia de quedarse embarazadas", recuerda Gabriele Lukacs, autora de obras sobre la Viena macabra y guía en sus ratos libres.
"En Viena, existe una energía que lo lleva todo a las bodegas o los ataúdes", asegura.
Algunas de las mazmorras -dice- están tan cargadas de "almas prisioneras" que "nadie se atreve a aventurarse en ellas". "La gente pone como pretexto que las escaleras son demasiado empinadas", comenta con una sonrisa.
Si hay dos personas que no temen a los espectros son Dominik Creazzi y Willi Gabler, "cazafantasmas", y a mucha honra.
Un día de octubre cubierto de niebla los dos recorrieron el cementerio central cargados con aparatos electrónicos. "¿Hay alguien? ¿Quiere ponerse en contacto con nosotros?", pregunta Dominik Creazzi, de 26 años, muy serio.
Willi Gabler, su jefe, es tajante: "En 15 años hemos juntado mucho material en el que se ven fantasmas".
Según él, los vieneses piden ayuda a su asociación para desenmascarar a los espíritus. "Algunos de nuestros clientes se sienten solos y necesitan hablar. También hay gente que escucha ruidos de pasos y ve sombras, y que pide nuestra intervención".
Los aficionados pueden terminar el tour en el Museo de las malformaciones anatómicas, situado en un antiguo asilo.
Entre los frascos expuestos, uno contiene el cuerpo de un niño apodado "El Diablo" y otro los intestinos de un pensionista fallecido cuando intentaba comerse el contenido de su celda, empezando por su jergón.
"Los vieneses temen a la muerte como todo el mundo", precisa Peter Hohenhaus, creador de una página web dedicada a este turismo peculiar. Relacionarse con todo lo macabro es precisamente "una forma de conjurar el miedo".