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El salvaje este de Libia sigue abandonado a su suerte

Viernes, 03 de mayo de 2013 a las 07:30 pm
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En Bengasi nació la revolución Libia y allí acudieron políticos de todo el mundo. Después cayó Trípoli y el dictador Muamar al Gadafi fue capturado y asesinado. Pero tras la muerte del embajador estadounidense Chris Stevens en un ataque al consulado estadounidense en 2011, la oscuridad volvió a la ciudad.

Un candado cierra las puertas de cristal de colores del séptimo piso del hotel Tebisty. Detrás, un oscuro pasillo con sillas caídas en el que sigue a la vista el letrero de latón en el que se lee "Unión Europea Bengasi". Pero los diplomáticos occidentales apenas pasan ahora por esta ciudad que vio nacer en febrero de 2011 la revolución contra Muamar al Gadafi. Bengasi es hoy parte del "salvaje este" libio, aún más peligroso que la capital Trípoli.

La policía apenas tiene poder y control en la ciudad. Diplomáticos occidentales y trabajadores de organizaciones humanitarias fueron objetivo de los extremistas en 2012 y 30 funcionarios de la policía murieron víctimas de atentados en los últimos meses, la mayoría acciones de revancha por parte de quienes fueron encarcelados o maltratados durante la era Gadafi.

Y no todas de las llamadas brigadas de la revolución que levantaron barricadas en las calles de la ciudad se sienten vinculados a las órdenes del gobierno central de Trípoli. La brigada Ansar al Sharia controla algunos lugares en los que ondea una bandera blanca y negra con el escrito: "No hay otro dios que Allah". La misma bandera de los campos de entrenamiento de la red terrorista Al Qaeda en Yemen. Pero pese a ello, la brigada se ha ganado el respeto de ciudadanos de la segunda mayor ciudad de Libia que no son islamistas, sobre todo porque consigue proteger mejor que la policía las instalaciones públicas.

Ismail al Salabi es uno de los personajes más llamativos de la ciudad portuaria. En el salón de una casa se arrodilla para rezar al atardecer. En una esquina se alza un trofeo en el que puede leerse "Por la defensa de la ciudad de Bengasi el 19 de marzo de 2011″. Ese fue el día en que Gadafi envió tanques y tropas para aplastar el levantamiento de Bengasi.

Lo que ocurrió después es a la vez historia y leyenda: dos brigadas revolucionarias atacaron a las tropas de Gadafi en un barrio del oeste de la ciudad, mientras la aviación francesa destruía un tanque detrás de otro. Fue el día en que se produjo el punto de inflexión en guerra civil libia, que dio pie a la intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y al envío de armas de Qatar y los Emiratos Árabes Unidos.

Su padre es de los Hermanos Musulmanes, pero Al Salabi no tiene una clara postura ideológica. Ahora realiza estudios islámicos religiosos. Simpatiza con el pensamiento de los radicales salafistas, pero no lleva barba larga. Llama a la "guerra santa", pero al mismo tiempo se reúne con diplomáticos occidentales.

También conoció a Chris Stevens, el embajador estadounidense asesinado junto a tres conciudadanos el 11 de septiembre de 2012 por extremistas en el consulado de Bengasi, en un ataque que fue el último de una serie contra objetivos occidentales. A partir de entonces todos se marcharon, incluyendo numerosas empresas occidentales.

Antes ya había habido un ataque con lanzagranadas contra el embajador británico, en el que dos guardaespaldas resultaron heridos. El cónsul general italiano también había sobrevivido a un intento de atentado. E incluso la Cruz Roja se retiró de la ciudad después de que dos voluntarios fueran atacados en dos ocasiones. "En estos momentos ya no tenemos presencia en Bengasi", cuenta un diplomático en la sede de la delegación diplomática de la UE en Trípoli.

Al Salabi estuvo en prisión en los tiempos de Gadafi y durante la guerra fue comandante de la brigada islamista Rafallah al Sahahti. "A uno de los oficiales de policía presentes cuando me arrestaron en mi casa volví a verlo después como guardaespaldas de Mustafa Abdul Yalil". Abdul Yalil fue presidente del Consejo Nacional de Transiión (CNT) formado por los revolucionarios que ha sido sustituido por un parlamento elegido democráticamente. Al Salabi no alberga deseos de venganza, asegura, porque al fin y al cabo "aquel hombre se unió a la revolución".

Al Salabi considera que los ataques a diplomáticos son "acciones aisladas de gente a quienes no les gusta Occidente". "Aquí no hay ninguna organización que haga saltar por los aires grandes edificios con coches bomba, como por ejemplo en Yemen", apunta.

Oficialmente Al Salabi dejó el comando de la brigada, que también tiene enemigos en Siria. Poco después de la muerte de Stevens, ciudadanos indignados asaltaron los cuarteles de su brigada y de la de Ansar al Sharia y dos tiros alcanzaron la pierna izquierda de Al Salabi.

Algunos combatientes del este de Libia han seguido luchando en Siria y Mali, cuenta Al Salabi. "Para un musulmán da igual en qué país tenga lugar la guerra si la causa es buena", dice con una sonrisa contenida. Aunque prefiere no responder al detalle qué hay que defender en Mali y contra quién.

La seguridad es una de las principales preocupaciones del consejo municipal de Bengasi, que se ha visto obligado a reunirse en hoteles y casas privadas después de que los conocidos como vigilantes callejeros asaltaran hace tres semanas la sede en la que los concejales celebraban sus sesiones y las reuniones con los ciudadanos.

En el asalto destruyeron ordenados y lincharon al secretario porque los excluyó de los subsidios del Ministerio de Finanzas. Y es que los combatientes de las brigadas revolucionarias reciben salarios del gobierno de Trípoli con los que no sólo se intenta comprar sus servicios, sino también la paz y estabilidad política. /DPA