2001.com.ve | EFE
"Prefiero despedirte en el aeropuerto que en el cementerio". Esa es la última frase que muchos venezolanos han escuchado antes de volar, abandonar su país y lanzarse a buscar un futuro mejor para ellos y sus familias. Sus parientes que han quedado atrás, en un país que se debate entre la distopia y el caos, dependen de las remesas en una nación empobrecida y vaciada a la que le falta el 20 % de sus ciudadanos.
Los datos de la ONU cifran en casi 5 millones los venezolanos que han salido del país. Sin embargo, el Observatorio de la Diáspora lo eleva hasta 5,7 millones de personas. Desde 1999 hasta el 2015 salían del país 120.000 personas por año. Pero a partir de 2016 se produjo el gran estallido y, frente al derrumbe de una economía de la que hoy apenas quedan rescoldos, el número se multiplicó.
Las lágrimas en los aeropuertos de Venezuela son solo para quienes pueden pagar un billete. El 2016 sorprendió a todo el continente americano con una oleada de ciudadanos del país casi expetrolero que desde entonces han recorrido sus carreteras a pie en busca de un futuro mejor. Migrar también es una cuestión de clases.
Como si apelaran a la mística de Simón Bolívar, edulcorada hasta la extenuación desde la escuela en los últimos dos siglos, recorrieron los mismos caminos que atraviesan Colombia, el principal receptor del éxodo venezolano. Cruzaron los mismos páramos que sus soldados descamisados hollaron y algunos de ellos murieron en las mismas alturas en las que fallecieron de hipotermia los guerreros que se enfrentaron al imperio español.
Poca esperanza para quienes aún "le echan pichón", la expresión que más se escucha en las calles de Venezuela y que se puede traducir como trabajar a destajo para labrar un futuro.
Mucho pichón para poco resultado. El flujo migratorio continuará y seguirá inundando las calles y carreteras de Iberoamérica.
2019-12-19
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