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México despidió el lunes a uno de los más queridos de sus letras, no sólo entre la intelectualidad o la academia, sino de todo aquel que ha tenido la fortuna de leer alguna de sus obras: José Emilio Pacheco, poeta y narrador.
Un día después de su fallecimiento, acontecido en la Ciudad de México a los 74 años, familiares, amigos e incluso desconocidos asistieron al homenaje para el escritor que en vida fue exaltado por igual por su poesía, narrativa, ensayo, crítica y trabajo como periodista.
El auditorio del Colegio Nacional, institución que desde la primera mitad del siglo XX reúne a los pensadores mexicanos y del que era miembro el poeta, recibió el ataúd color ocre de Pacheco para los honores de cuerpo presente.
"Frente a su muerte sorpresiva, los temas poéticos de José Emilio— la pesadumbre, la melancolía, la desesperanza, el desconsuelo, el plazo implacable del tiempo— adquieren una nueva dimensión, adquieren la dimensión de una profecía cumplida", dijo el escritor mexicano Enrique Krauze, quien a petición de la familia fue el encargado de ofrecer unas palabras sobre su amigo.
Pacheco falleció el domingo en un hospital del sur de la Ciudad de México al que ingresó un día antes tras haberse golpeado la cabeza en una caída en su habitación.
Nacido en la capital mexicana, Pacheco ganó prácticamente todos los premios literarios posibles de su país y algunos de los mayores a nivel mundial, como el Cervantes (2010) y el Reina Sofía (2009).
La muerte del escritor conmovió a muchos que destacaron no sólo su erudición, sino también su sencillez y su sentido del humor.
Pacheco "era fundamentalmente bueno, era un hombre que no se creía; nunca fue la divina garza", dijo la escritora Elena Poniatowska, quien señaló que de joven lo veía como si fuera un cura, porque iba siempre de negro. "Uno se reía muchísimo con él", dijo.
Para Krauze, su colega era un hombre "singularmente caballeroso", alguien con una amplia curiosidad, aunque prudente y reservado, que valoró a los viejos, elogió a sus contemporáneos y alentó a los jóvenes.
Precisamente son los jóvenes quienes tras el paso de generaciones continúan con la lectura de sus obras más populares como "Las batallas en el desierto", que narra la vida de un adolescente prendado de la madre de unos de sus compañeros de clase.
"Lo conocí en persona", dijo Jazmina Barrera, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas de 25 años, quien asistió al homenaje. Su muerte "significa una voz menos que se sumaba a las controversias políticas, sociales y por supuesto literarias", agregó.
Cristina Pacheco, periodista y viuda del escritor, relató que todo tipo de personas llegaban las conferencias que solía dar Pacheco en el Colegio Nacional.
"Recuerdo haber visto mujeres con la bolsa del mandado entrando corriendo a verlo y disculpándose porque llegaban tarde. Venía gente de la calle, estudiantes, comerciantes", dijo Pacheco a periodistas que se arremolinaban para obtener alguna palabra suya.
Con la voz entrecortada, afirmó que su esposo tenía "enormes ganas de vivir" e incluso "teníamos planes de aquí a 2.000 años, por decir algo".
Pacheco dijo que los restos del autor serán cremados y, aunque aún no está completamente decidido, podrían ser esparcidos al mar del puerto de Veracruz, en el Golfo de México.
"Él no quería una tumba ni quedarse encerrado, tenía claustrofobia", dijo.
Pacheco murió 12 días después de otro poeta y amigo suyo, el argentino Juan Gelman, una pérdida que le "impresionó mucho" según palabras de su esposa. Ahora, dijo su mujer, es posible que Pacheco y Gelman anden "juntos por ahí en alguna parte, enmendando historias, contando historias, haciendo poemas".