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"El proceso revolucionario ha muerto", afirma la organización política UPP 89

Jueves, 03 de enero de 2019 a las 08:00 pm
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El coordinador nacional de la UPP 89 y ex – candidato presidencial, Reinaldo Quijada, señala en documento enviado a esta redacción que lleva como título "El proceso revolucionario ha muerto" que ya no tiene sentido seguir defendiendo un proyecto político que se ha desvirtuado totalmente, que ha perdido sentido histórico y que ha frustrado las grandes expectativas que generó hace 20 años. Ya no hay nada que rescatar – señala Quijada – ya que, en su criterio, incluso el legado del presidente Chávez fue "destrozado", "hecho trizas" por la dirigencia del PSUV. "Debemos admitir que la Revolución Bolivariana ha fracasado", afirma tajantemente.

"Es una posición distinta, a la que hemos asumido hasta ahora, dice Quijada. Estamos admitiendo nuestro error. Nosotros nos habíamos deslindado totalmente del gobierno del Presidente Maduro y de la Dirección Política del PSUV, al igual que del GPP pero manifestábamos seguir luchando por reorientar, o recuperar, el proceso revolucionario. Hoy le estamos diciendo al país que esos intentos son inútiles, han sido totalmente infructuosos, que el proceso revolucionario es irrecuperable, ha hecho metástasis y que hay que construir algo nuevo. Y que esa construcción nueva debe hacerse desde la dimensión ética de la política".

"Si uno recorre el país, de norte a sur, de este a oeste, cualquier ciudad, pueblo o caserío, o cualquier barrio, no ve la presencia, las huellas de la revolución por ningún lado, lo que ve son expresiones de desolación, de abandono, de destrucción y de miseria. El país está en el suelo, devastado por culpa de una dirigencia política mediocre e insensible que no ha sabido interpretar los cambios históricos, los avances sociales iniciales y que se ha dedicado solamente a usufructuar del poder. Es necesario volver a motivar a la población, que el pueblo recupere la confianza en sí mismo, y surjan nuevos referentes políticos capaces de reconstruir el país en lo político, en lo institucional y en lo económico. Es ciertamente una tarea compleja pero posible", concluye el dirigente de la UPP 89.

A continuación texto completo:

¡El proceso revolucionario ha muerto!

Documento No. 7

04 de enero de 2019

Venimos de adentro, de sus entrañas, fuimos participes de su nacimiento. Muchos de nosotros, quizás la mayoría, estuvimos en algún momento en el PSUV, en el MVR o en el MBR200. Al lado del Presidente Chávez. Hoy, después de 20 años de un proceso que generó grandes expectativas en el mundo, que logró con su espontaneidad, irreverencia y solidaridad entusiasmar al pueblo y hacerlo sujeto participativo y protagónico de la vida pública, que consiguió sacarlo de su ámbito privado y de su rol pasivo de mero objeto político; hoy, después de 20 años, debemos admitir que la Revolución Bolivariana ha fracasado. Sólo quedan sombras etéreas de lo que fueron sus logros políticos y sociales iniciales. Cuesta admitirlo y algunos nos reclamaran, quizás con razón, haber tardado tanto tiempo en aceptarlo. Los que asumimos una posición crítica y nos propusimos luchar por enderezar el rumbo del proceso revolucionario o de hacer, lo que se ha llamado, la "revolución dentro de la revolución", hoy observamos que esos intentos fueron infructuosos y, en realidad, totalmente inútiles. Ya no hay "legado de Chávez" alguno que recuperar, ha sido destrozado – hecho trizas – por una dirigencia política mediocre, ignorante y cobarde, incapaz de entender los cambios históricos. La radicalización de la democracia participativa y protagónica, la transición al socialismo, la construcción de un "país potencia" en lo moral, en lo político, en lo económico y en lo social, la "independencia patria" son ideas que dejaron atrás todo signo de nobleza y se convirtieron en expresiones de la falsa conciencia de quienes detentan el poder. Los consejos comunales fueron pervertidos por la burocracia estatal, y reemplazados por estructuras políticos partidistas de control social. La vida misma ha sido monopolizada por ese sujeto único y central de todo el acontecer social, estigma de la dignidad humana, que es el gobierno y su partido. Debemos señalarlo con sentido de responsabilidad: el proceso revolucionario ha muerto, murió con el fallecimiento del Presidente Chávez, salvo en la percepción interesada y mediatizada de quienes han envilecido el ejercicio de la política, sólo queda un amasijo retorcido de conceptos y consignas, vacías de contenido, en mano de oficiantes estériles de la destrucción y la mentira. Ya la llama revolucionaria se ha convertido en un fuego fatuo, en un cementerio de traiciones e inconsistencias.

La inmensa mayoría de los venezolanos hoy se siente engañada por la política – tanto la que viene de la IV Republica, como la que viene de la V Republica – y se ha alejado de ella, como lo evidencia la baja participación en los últimos procesos electorales. Hoy prevalece el escepticismo, la desconfianza, la desilusión o la apatía. El gobierno no quiere escuchar a nadie que no sea complaciente con sus políticas y descalifica cualquier crítica que pueda hacérsele. Nuestros llamados insistentes al diálogo, no por pecar de ingenuos, sino dictados por un sentido de corresponsabilidad con los destinos del país, han sido infructuosos. Un buen gobierno es aquel que casi no se hace sentir, o aquel cuyas acciones positivas pasan casi desapercibidas por la sociedad, mientras que nuestro gobierno – el gobierno del Presidente Maduro – lo vivimos y padecemos día a día, hora a hora, casi minuto a minuto por su incompetencia. La corrupción y la mala administración de los dineros públicos son evidentes, al igual que los grandes negocios petroleros y mineros que comprometen los recursos de varias generaciones de venezolanos. El PSUV, partido de gobierno, con todas sus acciones clientelares, y de poder, que involucra perversamente a un número considerable de compatriotas, con sus prácticas de coacción, amedrentamiento y retaliación, o con su discurso antiimperialista al cual todavía algunas personas se aferran sinceramente, es la expresión absoluta de la decadencia política, el espejo cóncavo de la podredumbre. La oposición tradicional – la mayor parte de ella – se devanea irresponsablemente entre anuncios proféticos insustanciales, de una "salida" providencial, que nunca se cumplen o llamados directos a la intervención militar extranjera y, en algunos casos, sus aparentes torpezas están determinadas por velados y oscuros intereses económicos con factores gubernamentales. El mundo, particularmente Europa, pareciera girar hacia los caminos tortuosos de una ultraderecha que se ofrece como una respuesta a la crisis migratoria global y, por doquier, surgen triunfadoras propuestas, en apariencia, anti-partidos tradicionales que realmente parecieran estar lejos de representar una alternativa al anhelo de participación o, simplemente, de "ser tomado en cuenta" que el ciudadano común le reclama a la política. Las protestas de los "chalecos amarillos" en Francia son expresión reciente de ello. Nosotros, desde la UPP 89, le hemos planteado al país la necesidad de reencontrarnos con la dimensión ética de la política, rara y escasa no solo en nuestro país sino en el mundo, pero – tenemos que admitirlo – no hemos logrado, hasta ahora, una identificación con nuestras ideas al menos de una manera visible. Hemos creído que ante una crisis sin lugar a dudas política y económica, pero sobretodo moral, la respuesta debemos establecerla necesariamente en el campo de la ética. Expresarle al país que una dimensión ética de la política sí es posible y hacerle recuperar al ciudadano la confianza en sí mismo, su voluntad de participación y su afán por lograr un futuro mejor. La lucha de carácter ético sobrepasa el ámbito político e ideológico, constituye los cimientos sobre los cuales construir un programa de gobierno, nos concierne a todos y debe unir al país en este sentido. No tiene, por lo tanto, una finalidad político partidista en sí misma, por el contrario debe convocar al país en su conjunto, con total y absoluta amplitud, sin sectarismos, ni dogmatismos.

Seguiremos adelante con este esfuerzo, consciente que las referencias éticas, indispensables en momentos de crisis, tardan en ser reconocidas por la sociedad y, más aún, en ser valoradas. Anhelamos un despertar social y luchamos por ello. Ese despertar requiere que nos convirtamos en sujetos activos de la reconstrucción política, económica e institucional del país, actuando con total desprendimiento y más allá de los intereses y egos personales muy propios de la política. Convencidos que no hay otro camino ante la desesperanza actual y resistiendo siempre a la desmoralización existente en los momentos de crisis. La historia, creemos, nos dará la razón y nuestra lucha, como toda lucha que tiene un punto de partida moral, en ningún caso, será inútil. Vendrán tiempos mejores para el país.

2019-01-04

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