Juan Ernesto Páez-Pumar Odubert|@JuanEPaezPumar
La historiografía venezolana es muy dada a la epopeya, a esa grandilocuencia a la hora de contar el pasado. Es lo habitual que permea, además, a los textos escolares, a las conversaciones domingueras de la familia y se enquista también en la verborrea de los dirigentes de todos los sectores.
Tenemos un “Olimpo” con dioses y semidioses y cualquier acontecimiento rutinario es digno de una densa fábula. El 23 de Enero de 1958 no escapa a estas peculiaridades narrativas al momento de explicar el derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez.
El historiador Elías Pino Iturrieta (@eliaspino) ha marcado distancia en sus obras de la lisonja empalagosa y las mitificaciones seudorreligiosas del acontecer patrio. Su análisis de aquella jornada de hace seis décadas se inscribe en esa línea que puede resultar en un desengaño colectivo. Trata de colocar las cosas en su “justa dimensión” y alejarse de clichés y apasionamientos repetidos como letanías por varias generaciones.
Advierte que los golpistas de entonces llegaron “con un guion” que fue modificado por los acontecimientos inesperados que se desataron después de un asonada que fue obra exclusiva de los militares que rodeaban al dictador.
Siempre se ha dicho que la década de los años 50 del siglo XX fue una época de bonanza, donde todos vivían muy bien ¿por qué habría que salir de aquel régimen?
Vivían bien los ricos, pero los pobres no. Los pobres eran una masa poblacional inmensamente grande. Ese es uno de los primeros grandes mitos de la era perezjimenista. Las migraciones rurales se incrementan y las barriadas humildes también. Por eso Pérez Jiménez tiene la idea de los superbloques. Una posibilidad de, si no acabar con la pobreza, encubrirla, urbanizarla.
El bulldozer va a acabar con la pobreza o la va a maquillar. Ahora bien, esa situación de injusticia social no provoca reacciones de repudio contra el régimen, ya que desde el golpe de Estado de la junta militar contra Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948 se logra el ejercicio de un control de la sociedad que impide cualquier repulsa por la magnitud del poder que se acumula en ese momento.
Pero también porque de verdad la gente tiene maneras de “arreglarse la vida”. Situaciones de hambruna, situaciones de penurias no existen en esa década; eso también es verdad. Puede hablarse de una vida “llevadera”.
Son incomparables los aprietos que vivimos hoy con los de la década de los 50. Ello va a permitir un decenio de relativa convivencia. No podemos hablar que la sociedad se siente al borde del precipicio y por tal motivo van a ir a derrocar a quien sienten responsable de ese precipicio. No hay esa situación todavía.
Pero cuando usted habla de “los ricos” se refiere a una clase privilegiada que detenta el poder ¿por qué ellos sí querían salir de Marcos Pérez Jiménez?
Porque esa clase que detenta los privilegios los ve recortados. Los vínculos de esos sectores poderosos y la cúpula militar rinde beneficios automáticos. Cuando los beneficios dejan de ser automáticos, cuando se demoran los pagos, cuando se retrasa la fabricación de las grandes obras de infraestructura el malestar existe y comienzan a ver con buenos ojos la posibilidad de un cambio para que les paguen a tiempo.
¿Se derrumba otro mito que señala que había “un inmenso movimiento popular”, de masas, que clamaba por la salida de Pérez Jiménez en la búsqueda de su libertad?
Mirémoslo con los ojos. En el documental Tiempos de dictadura (2012) de Carlos Oteyza las imágenes son de “normalidad”. Es más, imágenes de bonanza y felicidad. El documentalista no pudo encontrar muchas situaciones de penurias en los archivos de Bolívar Films, bien porque no existían o bien porque el Gobierno no permitía que se tomaran.
Pero en todo caso, lo que le queda al espectador de la actualidad, partiendo de imágenes de ese momento, son situaciones de “convivencia adecuada”. Podemos vivir todos, hay unos carnavales magníficos, la gente baila en las calles, están “las negritas”, hay unas caravanas de reinas repartiendo caramelos y juguetes, por lo que no se ve una situación de opresión material.
Eso será posterior o fue anterior. Es decir, de la indigencia en que estábamos en la época de Juan Vicente Gómez se pasa a un estado de cosas “llevaderas” para las grandes masas de la población. De eso no hay duda. Es mucho el dinero del petróleo que ingresa y algo de esos recursos “baja” a las capas más pobres de la sociedad para que busquen la manera de sobrevivir, o mejor dicho, para vivir.
No se está ante una crisis de salud, de medicamentos, de comida ni de educación en la época. También hay comunicaciones modernas, llega la televisión, se masifica el teléfono, la industria discográfica se expande. Hay una modernización que hace muy atractiva la vida gracias al petróleo, pero eso lo habría hecho cualquier gobernante porque había mucho, mucho dinero. Hay una “civilización petrolera” que mejora la calidad de vida.
Entonces quién realmente derroca a Marcos Pérez Jiménez?
-Los militares, sin duda alguna.
¿Fundamentalmente los militares?
Fundamentalmente los militares sería la respuesta más precisa. Ocurre cuando sectores del Alto Mando se dan cuenta del malestar que provoca la hegemonía dentro del régimen de figuras ajenas a la cúpula castrense. Los dos casos más emblemáticos son el ministro del Interior, Laureano Vallenilla Lanz y el jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada. Eso les coarta el poder, disminuye la influencia de los uniformados en el Gobierno, pero también les “provoca nauseas”. No puede ser que en esta situación de “civilización” halla torturadores y una opresión tan evidente como la que dirigen Vallenilla y Estrada. Por eso la cúpula militar le pide a Pérez Jiménez que salga de esos sujetos y el Presidente accede. Es cuando comienza el desmoronamiento de la dictadura. ¿Estuvieron presentes los civiles, estuvo presente la sociedad, estuvo presente “el bravo pueblo”? La respuesta es No. Simplemente porque ese bravo pueblo no se sentía afectado o implicado por todo aquel proceso. Por su parte, la oposición es muy reducida. La Junta Patriótica es algo simbólico más que una conducción real, concreta y efectiva contra el dictador. Por tal motivo no queda más remedio que “mirar a los cuarteles” para explicar el derrocamiento de Pérez Jiménez.
Foto: Jesús Fonseca / UCAB
¿Entonces quién realmente derroca a Marcos Pérez Jiménez?
Los militares, sin duda alguna.
¿Fundamentalmente los militares?
Fundamentalmente los militares sería la respuesta más precisa. Ocurre cuando sectores del Alto Mando se dan cuenta del malestar que provoca la hegemonía dentro del régimen de figuras ajenas a la cúpula castrense.
Los dos casos más emblemáticos son el ministro del Interior, Laureano Vallenilla Lanz y el jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada. Eso les coarta el poder, disminuye la influencia de los uniformados en el Gobierno, pero también les “provoca nauseas”.
No puede ser que en esta situación de “civilización” halla torturadores y una opresión tan evidente como la que dirigen Vallenilla y Estrada. Por eso la cúpula militar le pide a Pérez Jiménez que salga de esos sujetos y el Presidente accede.
Es cuando comienza el desmoronamiento de la dictadura. ¿Estuvieron presentes los civiles, estuvo presente la sociedad, estuvo presente “el bravo pueblo”? La respuesta es No. Simplemente porque ese bravo pueblo no se sentía afectado o implicado por todo aquel proceso.
Por su parte, la oposición es muy reducida. La Junta Patriótica es algo simbólico más que una conducción real, concreta y efectiva contra el dictador. Por tal motivo no queda más remedio que “mirar a los cuarteles” para explicar el derrocamiento de Pérez Jiménez.
¿Pero el ciudadano común no se sintió identificado con sacar a Pérez Jiménez del poder?, ¿No había ningún malestar?
Después de la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935 se establece en Venezuela un sentimiento que se puede llamar “sentimiento adeco, copeyano o comunista”. Cada tolda política que nace a partir del término del gomecismo va estableciendo sus complicidades y sus solidaridades.
Eso sucede en todos los pueblos del país. Hay familias adecas, familias copeyanas o parentelas comunistas que se sienten afectadas y maltratadas por el hecho de que la casa en la que nacieron sus primeras ideas políticas ha sido clausurada o perseguida. Eso determina cierto nivel de antipatía contra el régimen de Pérez Jiménez.
Y si la antipatía, representada por la Seguridad Nacional, entra a tu casa y te tortura, hace que esa molestia aumente el deseo de salir de ese Gobierno. Pero todo esto se traduce en un grupo muy reducido de combatientes.
La resistencia es llevada a cabo por figuras relevantes de AD y el PCV que se limita a unas quinientas personas en todo el territorio nacional durante una década. Se mantiene el anhelo de democracia que se propuso con la caída de Isaías Medina en 1945, pero no cuenta con la fuerza suficiente en la sociedad entera.
Es un movimiento mínimo y solitario, ya que la mayoría no quiere estar metida en esa candela. Eso queda recogido en los testimonios de los conspiradores de aquel entonces. Narran las carencias de recursos económicos y afectivos para continuar la lucha.
¿En los días cercanos al 23 de Enero se podía sospechar que Pérez Jiménez estaba por caer?
Dirigentes de la resistencia, como Pompeyo Márquez, confesaron que un mes antes del 23 de Enero no tenían ni la más remota idea de una salida cercana del régimen. También trascendió que Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, establecidos a finales de 1957 en Nueva York, tampoco tenían noción de lo que estaba por venir. De manera que aquello fue una cascada. De pronto se reventó un dique, pero el dique que se reventó no fue el de toda la sociedad sino el del cuartel, de la casta militar.
¿Pero cómo se entiende que la clase gobernante privilegiada, los militares, dan un golpe de Estado para entregarle el poder a los civiles?
Dan un golpe de Estado, controlado y dirigido por ellos, que ofrece un mando militar colectivo. Es el Alto Mando y todos son perezjimenistas. No es un grupo rebelde o guerrillero que toma el poder.
¿Se parece a aquella frase de Juan Vicente Gómez cuando le da el golpe de Estado a Cipriano Castro: “Es una evolución dentro de la misma causa”?
Exactamente. Así fue. Y la historia no pasa en balde. Allí hay un mensaje que data de los primeros intentos de la fundación de la democracia en 1935. Hay representaciones de los partidos políticos que claman por la libertad en casi todos los rincones del país. Esas organizaciones estaban esperando su oportunidad y esa oportunidad llega con el golpe de 1958. Es así como rechazan que Wolfgang Larrazábal, el director del Círculo Militar, sea el nuevo Presidente de la República.
¿No se repite acá entonces una situación muy criticada a la sociedad venezolana, cuando se cuestiona su pasividad a la espera de un mesías?
A la sociedad venezolana se le dijo durante la emancipación que es “inepta e incompetente” y que tenía que ser gobernada por los padres de familia blancos criollos. Luego vienen los “pedagogos republicanos” que proclama Simón Bolívar en el Discurso de Angostura (1819).
Esa creencia prosigue en todo el siglo XIX y al arribar Gómez al poder los positivistas hablan del “Gendarme necesario”, orden y progreso a través de una figura benefactora. Siempre nos han dicho eso, reforzado por la propia Iglesia Católica con la figura del Rey de España en la Colonia.
De allí que a los “mandones” les conviene tener una población domesticada por ideas como el Paraíso Terrenal, donde “todo nos será dado” y la gente no tendrá que esforzarse. Eso incluso lo recoge el actual escudo de la República, con las cornucopias rebosantes de bienes que nos caerán cual dádivas. Es un entramado en extremo complicado, muy difícil de desabrochar.
¿De dónde surge entonces esa supuesta “epopeya civil” de la que tanto se habla?
Los venezolanos, de forma intencional, hemos tratado de obviar que el 23 de Enero fue un asunto netamente de militares y que lo que ahora se llama “sociedad civil” no tuvo nada que ver. Alimentamos una fantasía para ver si con los inventos sobre la historia de 1958 podemos solucionar los entuertos del presente y llevar las aguas a su cauce. Aquello no fue como sentimos que fue. No hubo tal epopeya.
La epopeya del 23 de Enero aún no se ha hecho. Que las cosas hayan pasado de una manera no quiere decir que se repitan de la misma forma años después.
¿De allí que sean inadecuadas las analogías con el pasado y el presente?
Las analogías son peligrosas porque nos amarran a lo que fue. Y muchas veces nos atan a nuestro invento de cómo creemos que fueron las cosas, pese a que fue distinto.
Foto: Jesús Fonseca / UCAB
¿De dónde surge entonces esa supuesta “epopeya civil” de la que tanto se habla?
-Los venezolanos, de forma intencional, hemos tratado de obviar que el 23 de Enero fue un asunto netamente de militares y que lo que ahora se llama “sociedad civil” no tuvo nada que ver. Alimentamos una fantasía para ver si con los inventos sobre la historia de 1958 podemos solucionar los entuertos del presente y llevar las aguas a su cauce. Aquello no fue como sentimos que fue. No hubo tal epopeya. La epopeya del 23 de Enero aún no se ha hecho. Que las cosas hayan pasado de una manera no quiere decir que se repitan de la misma forma años después.
¿De allí que sean inadecuadas las analogías con el pasado y el presente?
-Las analogías son peligrosas porque nos amarran a lo que fue. Y muchas veces nos atan a nuestro invento de cómo creemos que fueron las cosas, pese a que fue distinto.
¿Qué tiene de positivo el 23 de Enero?
-Muchas cosas. Primero, el derrocamiento de una dictadura. Luego, la recuperación de la soberanía popular que se había establecido en 1945. En tercer lugar hay que mencionar la sensibilidad unitaria. Nos dimos cuenta que frente a los problemas no había más remedio que dejar de lado los sectarismos del Trienio Adeco (1945-1948).
También hay que agregar en sentido de unión para la estabilidad con una convivencia de corte liberal-republicano que se establece en 1958 y que llega al menos hasta 1974 cuando Rafael Caldera entrega su primera presidencia. Logramos 15 años de rutina democrática, de cohabitación civilizada que superó intentos golpistas de la izquierda y de la derecha. Dimos una lección de que sí podíamos habituarnos a algo nuevo para nosotros: el republicanismo. Y todo producto de un acto de fuerza, la ruptura con el perezjimenismo y la militarada.
¿Los militares golpistas del 23 de Enero llegaron con un guion que fue cambiado por lo que se desencadenó luego?
-Ninguna sociedad tiene el programa escrito. El guion no está hecho. La página que viene no se ha leído. No sabemos qué va a pasar y menos en situaciones intrincadas como las que vivimos hoy. Estamos ante una Iglesia beligerante, una “hambruna bíblica” o una juventud tan politizada como la actual no lo habíamos tenido antes en la historia de Venezuela. Son tres ingredientes nuevos dentro de un laboratorio del que puede salir cualquier cosa y el científico no sabe qué será.
¿Y si hoy estamos peor que hace 60 años, entonces por qué el actual régimen no ha caído?
-Porque la historia tiene su propio reloj. La historia es evolutiva, pausada, lenta. El almanaque es moroso, hasta que deja de serlo.
¿Por qué el chavismo decidió reivindicar el 23 de Enero luego de renegar esa efeméride durante tanto tiempo?
-Renegó y se dio cuenta que era un error. Al chavismo tener una epopeya particular vinculada con los sectores populares, entonces chocaba con el mito creado en torno al 23 de Enero. Y aunque es falso que el derrocamiento de Pérez Jiménez fue una acción de las masas contra un tirano, esa creencia es la que prevalece y el chavismo decidió entonces que convenía “recoger las velas” y meterse en la “procesión” de la gesta de 1958. Allí se demuestra una vez más lo pragmático que era Hugo Chávez. Inicialmente rechazó la celebración del 23 de Enero porque era una reacción contra la casta militar de donde él proviene.
¿Hoy existen algunas similitudes con aquel país de 1958?
-Estamos en un país que no se parece al pasado. Ni al reciente, ni al más lejano y eso es una maravilla.
¿Los métodos tienen que ser distintos también?
-Totalmente. Y el tiempo dirá de dónde tienen que salir esos métodos. Tiene que ser un trabajo entre todos los sectores del país.
¿Para qué sirve revisar el pasado?
-El pasado explica lo ocurrido pero también es motivo del futuro. No hay futuro sin pasado, por consiguiente no se puede manejar sin espejo retrovisor. Para el conductor es fundamental ver lo que está dejando atrás, para no chocar y matarse como un idiota. Eso les puede pasar a los políticos que creen que la historia comienza cuando ellos nacen. Y es que el pasado nunca pasa, se convierte en presente y se disfraza de futuro.
2018-01-20