Erick S. González Caldea [email protected]
Desde las 7:00 de la mañana, con una escoba vieja, su pala y un pote, una señora sale de su hogar hasta la pasarela del Jardín Botánico para barrerla. Para ella es un honor tener un trabajo digno y poder aportar algo a la sociedad que, a lo largo de su vida, le ha “quitado mucho”.
Zaida Josefina Lanza, de 49 años de edad, se levanta todos los días aún con la sombra de su pasado tormentoso, pero a pesar de lo malo sigue agradecida de estar cómoda actualmente.
Las donaciones que le dan por limpiar la pasarela todos los días es su único ingreso. En un pote blanco le dejan los billetes que reúne para comprar algo para comer junto a su hijo de 13 años de edad.
“Hasta no hace mucho vendía ropa de segunda mano en la avenida Baralt, pero de tantos atropellos que sufrí por los oficiales de seguridad tuve que dejarlo”, dijo la señora mientras enseñaba heridas y moretones hechos por los policías.
Lanza estaba en situación de calle desde que su esposo murió por un paro respiratorio hace ya cuatro años. “Me echaron de la casa donde vivía alquilada con mi pareja e hijo. La dueña sacó todas mis cosas a la calle”, enfatizó.
Un ángel la salvó
“No tuve más alternativa que quedarme en la calle con mi hijo. Pero apenas comenzaban los problemas, pues funcionarios de la Lopna me buscaban para quitarme a mi hijo. Me tenía que esconder de la ley”, continuó la señora con sus ojos llenos de lágrimas al recordar esa noche.
Sostuvo que los funcionarios de la protección de niños, junto a los de Negra Hipólita llegaron a la plaza Diego Ibarra en la noche, para brindarle “ayuda” a ella y su hijo. “Nos fuimos con ellos, porque me prometieron que no me iban a separar de mi muchacho, pero fue todo lo contrario”, dijo.
A Zaida la recluyeron en un centro ubicado en San Bernardino, donde la mayoría de las mujeres eran drogadictas; mientras que a su hijo se lo llevaron a una casa hogar. “Estaba sola. Me tuve que ir de ese sitio”, sostuvo.
Relató que su hijo huyó de la casa hogar. La fue a buscar a la plaza Diego Ibarra donde se mantuvo al lado de su mamá. Pasó días en la calle para vender la ropa y las noches para huir de la ley. Hasta que el 1 de julio del 2016 fue rescatada por un buen samaritano.
Jesús Duque, un señor mayor, la vio en la plaza y le ofreció asilo. Luego de meditarlo se decidió ir a la suerte de Dios y se quedó en un anexo de la casa de Duque. Desde ese día su vida cambió. Jesús la ayudó y cobijó en su casa. Tras un tiempo se hicieron amigos y ahora es su único apoyo.
“Jesús me sugirió que limpiara la pasarela para tener dinero y un trabajo honesto, eso ya hace tres semana. Ahora es una labor que me mantiene activa, viva y con esperanza”, concluyó la mujer quien agradece las atenciones de su benefactor.
Fotos de Alberto Torres Lamprea
2017-01-12