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El insólito motín de los animales feroces que se tomaron un barco

Domingo, 18 de mayo de 2014 a las 07:30 pm
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Tome un barco. Añádale una carga de animales feroces en contenedores endebles. Póngalo a navegar en un océano tormentoso y aléjese. El autor Jeremy Clay le cuenta a la BBC una extraordinaria historia.

Se había retrasado tanto en llegar que la daban por perdida. Otra embarcación que el océano se había tragado en el peligroso cruce hacia América.

Pero un día de enero de 1890, cuando ya no quedaba ni la esperanza, el barco británico Margaret llegó mustio al puerto de Boston; la expresión de espanto en las caras de su capitán y la tripulación daban testimonio de lo que habían vivido.

Su historia era una mezcla singular de la del Arca de Noé y el motín del Bounty.

Para el Lloyd’s Weekly Newspaper, era "el viaje más extraordinario relatado fuera del ámbito de la ficción en mucho tiempo".

Con la típica moderación británica, el capitán sencillamente dijo que había sido "una experiencia que no desearía repetir".

Pandemonio en altamar

El Margaret había zarpado de un puerto en la costa occidental de África con una carga completa y un par de polizones que pronto empezaron a desear haberse quedado en tierra.

Llevaban un cargamento de animales vivos que iban de Durban, en Sudáfrica, a un museo en Estados Unidos: 400 cacatúas y loros, 12 serpientes, varios monos, un gorila, un orangután y dos cocodrilos.

Las primeras en perecer fueron las aves, que murieron de inanición cuando la bandada de ratas del barco se devoraron todo el maíz que había sido embarcado para alimentar a los pájaros.

Luego, el Margaret se internó en una feroz tormenta que disparó una cadena de eventos que acabó con casi todo el resto de la colección de animales flotantes.

Cuando las olas batidas por el viento empezaron a sacudir al barco, las serpientes y cocodrilos se salieron de sus endebles cajones e invadieron los camerinos de la tripulación, obligando a los marineros a refugiarse en la cabina por varios días.

"Esos reptiles, junto con las ratas, mantuvieron una guerra continua hasta que el cocodrilo que sobrevivió mató a la última serpiente", decía el semanario, "y completó la cadena de venganza cuando murió aplastado por un contenedor que le cayó encima".

Entre tanto, los primates…

Mientras los cocodrilos y las serpientes luchaban por la supremacía, los monos también se habían escapado y se habían tomado los mástiles, velas, cuerdas… todo lo que le permite al barco moverse con el viento. Todos los esfuerzos para expulsarlos o asustarlos fueron vanos, hasta que la fuerza del mar se encargó de ellos, llevándoselos por delante, junto con secciones de los mástiles.

Pero el pasajero más problemático fue el gorila, con su metro y 40 centímetros de altura y comprensiblemente consternado ante el cambio de circunstancias.

Había estado metido en una fuerte caja de madera hasta que forzó la tapa y se salió.

"Habiéndose posesionado de una barra de hierro, dominaba todos los objetos que estuvieran a tres metros alrededor de donde estaba encadenado", reportó la gaceta Devizes y Wiltshire.

"Con su formidable garrote amenazaba descalabrar a cualquier marino que se acercara lo suficiente. Un día el cocinero oyó el sonido de la barra rompiendo el aire y se agachó, pero no a tiempo para salvar su cabeza, que quedó sin la mitad del cuero cabelludo".

Mareado por el golpe, el cocinero cayó en manos del gorila que "sin duda lo habría estrangulado si no fuera porque un marinero llegó con un hacha y dejó pasmado al monstruo".

Cuando el barco y su exhausta tripulación finalmente llegaron a puerto, el personal del museo vino a recoger su cargamento.

El espacio que habían reservado para su exhibición de vida salvaje se había quedado grande.

Sólo quedaban un gorila, tres monos y cuatro loros.

2014-05-19