Mientras miles de brasileños se preparan para bailar, cantar y gritar al ritmo de samba en el Carnaval, Leo Name se queda en su casa, contento de haber comprado suficiente comida y de no tener que salir durante los cinco días que dura el festival.
Disgustados por la descomunal proporción que han adquirido las parrandas carnavalescas en años recientes debido al ingreso de medio millón de turistas a la ciudad de 6 millones de habitantes, muchos residentes de Río huyen de la ciudad o se quedan en casa durante el evento.
Los fanáticos del carnaval los califican de cascarrabias, pero gente como Name sostiene que es una respuesta normal ante un evento que causa el cierre de negocios, ocasiona enormes embotellamientos de tráfico y estimula a miles de parranderos a embriagarse y a orinar donde les plazca.
"En los últimos años, las multitudes se han hecho tan grandes que ni siquiera puedo llegar al metro ni ir a la tienda de la esquina a comprar pan", expresó Name, profesor de geografía en la Universidad Católica Pontificia de Río.
No fue siempre así. Durante décadas, el Carnaval era una época relativamente tranquila para Río. Los residentes que tenían los recursos para hacerlo se iban de vacaciones y la ciudad quedaba más sosegada. Los festejos carnavalescos mayormente quedaban limitados al Sambódromo, donde hoy día las entradas cuestan entre 78 y 1.032 dólares y las celebraciones incluyen carrozas estrafalarias, música a todo volumen y exóticas bailarinas de samba moviendo las caderas, apenas cubiertas.
"Cuando yo era niño yo veía tres, cuatro o quizás cinco películas por día durante Carnaval porque los teatros de cine ofrecían descuentos en esas fechas para atraer público", dijo Name, de 35 años. "Era maravilloso, la ciudad estaba vacía, el metro estaba vacío, las calles estaban vacías y no había colas para nada".
Pero el Carnaval ahora se caracteriza por los "blocos", bulliciosas ferias callejeras preñadas de licor y a las que asisten miles de personas. Este año se está organizando una fiesta llamada "Bola Preta", que en el 2012 atrajo aproximadamente a 2 millones de personas y que este año podría ingresar a Libro de los Récords de Guinness como la mayor fiesta callejera del mundo.
Para mucha gente los blocos, al celebrarse lejos de la fastuosa celebración del Sambódromo, simbolizan el espíritu auténtico del Carnaval, el de fiestas espontáneas a las que todos pueden asistir. Son organizados por clubes o por asociaciones vecinales y atraen a todo tipo de gente. Aunque algunos datan de hace casi un siglo, las fiestas con temas específicos han proliferado en años recientes, como una de Michael Jackson, otra de los Beatles y una especialmente para perros.
Los asistentes a los blocos van a un punto de encuentro hasta que la multitud rebosa las calles adyacentes, con bailes, cantos y música a todo volumen desde altoparlantes montados sobre camiones. Los ánimos se aligeran gracias a enormes cantidades de cerveza, aunque ello también causa una epidemia de orinar en público, para irritación de las autoridades municipales.
A partir del 2009, el alcalde Eduardo Paes ha estado tratando de imponer orden sobre unos eventos que tradicionalmente han sido espontáneos y que se anunciaban informalmente. Ahora, hay que registrar cada bloco en la municipalidad, que ha creado un sistema a base de patrocinios corporativos en que se anuncia la hora y lugar de cada festejo y las tareas de limpieza y orientación de tráfico.
Aun así, ante 5 millones de personas que participaron el año pasado en los blocos, mucha gente se queja del caos, la basura y los entuertos viales, y le han pedido a la alcaldía que tome cartas en el asunto.
"Aunque para algunos son una garantía de diversión, para otros las fiestas callejeras les traen problemas", dice un artículo de opinión publicado en el diario Folha de S. Paulo titulado "Demasiado festejo". "El consenso es que muchas de esas fiestas han adquirido proporciones exageradas y deben realizarse en un lugar apropiado".
La alcaldía ha desestimado las quejas. Este año, han autorizado 492 blocos, un 15% más que el año pasado.
En una conferencia de prensa reciente, el secretario de turismo de la ciudad, Antonio Figueira de Mello, calificó las denuncias de "un conflicto de intereses entre residentes".
"Cuando se trata de un evento con semejante impacto sobre la ciudad como lo es el Carnaval, es inevitable que haya gente contenta y gente descontenta, particularmente cuando los eventos se realizan frente a la entrada de los edificios o interrumpen la rutina diaria de la gente", declaró Mello.
Añadió que "Los blocos son como las ferias callejeras: todos están a favor, pero no en su calle".
Mello enfatizó que ante el aumento de los blocos, se estaban reforzando las medidas de soporte logístico.
El número de policías de tránsito ha aumentado 25% a casi 1.000, en un esfuerzo por evitar trancas viales. Casi 7.800 guardias serán despachados para informar a la gente sobre los 17.200 inodoros portátiles que serán establecidos, comparado con 900 cuatro años atrás. Los que orinen en público serán multados, dijo Mello.
Ello no es consuelo para muchos cariocas.
Vinicius Netto, profesor de urbanismo, dice que después de "sufrir" los últimos cuatro Carnavales, él y su novia este año no se quedarán a ver si las cosas mejoran sino que se irán a una isla aislada, a varias horas de viaje.
"Río es la meca del Carnaval y yo respeto eso, el problema es que se apodera de la ciudad de manera tal que no hay espacio para nosotros los que, por las razones que sea, preferimos no participar". /AP