El movimiento judío conservador (Masortí) en Israel ha acusado al Ministerio de Interior de Israel de racismo y discriminación de latinoamericanos y afroamericanos a la hora de aprobar las solicitudes de inmigración de conversos al judaísmo.
El caso más sonado, que ha levantado todas las cautelas y llevado al movimiento Masortí a hablar directamente de racismo, es el prolongado retraso de la aceptación de la solicitud de inmigración de un grupo de cerca de 300 peruanos de Iquitos convertidos, conocidos como los "judíos del Amazonas".
La ley israelí permite la inmigración y nacionalización a todo aquel que tenga al menos un abuelo judío o que se convierta al judaísmo (por un tribunal autorizado de tres rabinos) y pertenezca durante al menos nueve meses a una comunidad judía.
"El problema de Iquitos es claramente una cuestión de racismo", declaró a Efe Andrew Sacks, director de la Asamblea Rabínica de Israel, que atribuyó la discriminación al hecho de que "hay muchos burócratas en el Ministerio de Interior designados por el partido político Shas (ultraortodoxo sefardí) que no están interesados en tener gente de la que dudan".
Estas dudas, afirma, surgen cuando los conversos al judaísmo proceden de países en desarrollo o de un contexto de posibilidades económicas limitadas, aunque también influye la etnia de los solicitantes.
"No solo está el caso de los peruanos, que finalizaron su conversión en agosto de 2011 y todavía no han podido inmigrar. También tenemos casos en Argentina, Bolivia y Colombia. Y hemos detectado también el problema con el caso de afroamericanos y gente de color", explica.
Sabin Hadad, portavoz del Ministerio de Interior, dijo a Efe que las acusaciones de racismo son "un sinsentido".
"Quien diga que hay racismo no entiende nada. En Israel hay gente de todos los colores", explicó Hadad, que puntualizó que, en el caso de los judíos de Iquitos, Interior "no ha rechazado la inmigración de nadie, sino que está aún estudiando todos los detalles y se espera que haya una respuesta".
En el último año el movimiento Masortí asegura haber tenido problemas con unos 15 casos de latinoamericanos, además de los 284 peruanos de Iquitos.
Sacks está convencido de que "si fuesen europeos, todo sería muy diferente".
A su entender, las autoridades de Interior "son muy recelosas de la gente de color y de los latinoamericanos", porque sospechan que se han convertido al judaísmo "para mejorar su situación económica y no por motivos religiosos".
"Si son blancos y tienen una buena situación, nadie duda de que su conversión es seria. Pero ¡nadie que no se lo tome en serio invierte cinco años en estudiar y convertirse!", exclama.
Además, insiste en que los funcionarios de Interior no tienen derecho a cuestionar la motivación, sino solo a establecer si la conversión es correcta y, si lo es, solo en casos excepcionales (como el de que el solicitante tenga un pasado criminal grave) pueden negar la nacionalización.
Sacks asegura que el problema también afecta al movimiento reformista, aunque recalca que la gran mayoría de las conversiones en América Latina son del Masortí.
Sandra Kochmann, nacida y criada en Paraguay y primera mujer rabina en Brasil (también del movimiento conservador) cree igualmente que "cualquier persona de color que haya pasado una conversión correcta queda estancada de algún modo al presentar los papeles", porque en Israel "dudan de que la gente de color o de Sudamérica no haya hecho la conversión porque se sientan identificados con el judaísmo, sino para salir de sus países".
En contra de esta interpretación está la de Jack Corcos, director del departamento de la Agencia Judía encargado de aprobar la idoneidad para los emigrantes, que rechaza de plano el argumento del racismo.
"El problema (con el de Iquitos) es que es un grupo grande, lo que genera preguntas sobre sus motivos, si lo hacen solo porque quieren ser judíos o porque quieren la nacionalidad", explica.
La Agencia Judía ha apoyado la nacionalización del grupo peruano y considera que "no hay motivo para que tengan que esperar tanto", máxime cuando centenares de miembros de la comunidad de Iquitos emigraron a Israel en dos oleadas en 2001 y 2005.
Niki Maor, abogada con varios casos de conversos con problemas para inmigrar, tampoco cree que se trate de racismo, sino más bien del tamaño del grupo peruano.
"La conversión y llegada al país de muchos judíos etíopes demuestra que no se trata de una cuestión ni de posibilidades económicas ni de raza", asegura, y resalta que "en las conversiones individuales no suele haber problemas", a no ser que se trate de personas que residían ilegalmente en Israel.
Las dudas de Interior se deben, apunta, a que el grupo es muy grande y a que los rabinos que los convirtieron no son ortodoxos -la única corriente en Israel con autoridad jurídica-, sino conservadores.
"Si el rabino jefe hubiera ido a Perú y les hubiera convertido, no habría ningún problema", considera. /EFE